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Europa no es como las otras madres

La autoficción de Iljia Leonard Pfeijffer tiene una elaborada reflexion sobre el destino de un continente con más pasado que futuro y propone un debate sobre el turismo de masas

El protagonista de esta novela se llama igual que el autor, fuma también Gauloises sin filtro y usa un Zippo como encendedor. Un tipo vintage, como el propio autor. También como Europa. Si tuviéramos la urgencia de reducir esta novela a un tuit, podría decir más o menos así: En Europa tenemos tanto pasado que no queda espacio para el futuro.

Al igual que ciudades como Amsterdam, Bruselas o Berlín, Iljia Leonard Pfeijffer (Rijswijk, Países Bajos,1968) posee una elegancia ligeramente extraviada, fruto de la mezcla, sin agitar, como los martinis de James Bond, de un traje impoluto de tres piezas y una larga melena desaliñada.

Por las pistas diseminadas a lo largo de la trama, podríamos deducir que el protagonista, narrador en primera persona, es el propio autor, pero “Grand Hotel Europa” juega a otra cosa con el reglamento en mano de la autoficción. Una de las posibles lecturas iría por ese camino, el de la provocación con el jugueteo de las identidades, el de la simulación de una escritura en tiempo real según devienen los acontecimientos, el del postureo de una perspectiva a cámara lenta frente a los microrganismos que se forman en la zona cero a la que ha desembocado la vida del protagonista. Pero es mucho más que eso, sin dejar de serlo del todo.

“Grand Hotel Europa” es un ensayo sobre la decadencia de Europa y el turismo de masas que la asola literalmente. Un magnífico ensayo integrado en la ficción de una historia de amor que podría haber firmado tranquilamente Woody Allen y que el narrador nos desmiga en retrospectiva, desde su hábitat en el majestuoso y decadente hotel de una ciudad europea indeterminada en el que se refugia tras la ruptura con Clio, una historiadora del arte de familia noble italiana. Pero todavía es algo más. Un thriller de perfil en el que los mejores momentos de esa historia de amor discurren, según empieza a pensar el protagonista cuando se torcieron las cosas, cuando buscaban juntos un cuadro desaparecido de Caravaggio, jugando esta vez con un enigma de 1610 sobre el que existe documentación.

Bajo este fresco que completan los singulares clientes de larga estancia con los que convive en el hotel, subyace una elaborada reflexión sobre el destino de Europa como parque temático del pasado y la mala señal que puede suponer que un mensaje de nostalgia encuentre eco en toda Europa: “La simiente del separatismo está en la nostalgia de tiempos mejores, hayan existido o no. Es muy tentador pensar que la solución de nuestros problemas actuales pasa por atrasar los relojes hasta una época en que esos problemas todavía no existían. En esa idea se basa el populismo de derechas, que, en esencia, es fruto de la nostalgia. Primero se crean, alimentan y amplifican la insatisfacción y el miedo, y a continuación se presenta como solución un pasado idealizado en el que todo era perfecto”. Bajar del desván nuestros viejos valores y darles lustre para que brillen como un faro que nos guíe en estos tiempos oscuros. Si una parte de la población está dispuesta a pensar que antes todo era mejor, como reza el tópico del taxista castizo, entonces podemos hablar con todo derecho de un continente envejecido y cansado que se pasa las horas muertas con la mirada perdida. Ahí está para Pfeijffer la prueba más concluyente de que Europa se está convirtiendo en prisionera de su propio pasado, pero si el Viejo Continente se desmorona de añoranza por la radiante luz del mediodía, la nostalgia difícilmente puede ser la solución, dictamina.

La ciudad de Venecia es el punto de inflexión donde se cruzan disertación y trama, el caso más extremo de una ciudad rendida al turismo que hace largas colas por Europa como en un parque temático del pasado, la cuna de la historia, de la ilustración, de la belleza. Plantea Pfeijffer la necesidad de un debate de largo alcance sobre el fenómeno del turismo de masas y pone las bases para ello con tanta soltura como contundencia, esta vez sin juegos.

Grand Hotel Europa 

Ilja Leonard Pfeijffer Traducción de Gonzalo Fernández Gómez

Acantilado

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