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Arte

Agua del tiempo

La pintura esencial de Alejandro Botubol en la galería Llamazares de Gijón

La obra "Epílogo", de Alejandro Botubol.

“Agua del tiempo”, del pintor Alejandro Botubol, se percibe como un recorrido a través de experiencias y emociones del autor. Un proyecto creado específicamente para exhibirse en la galería Llamazares, centrado en la captación del paisaje que, más allá de referencias al lugar, habla desde el acercamiento y abstracción del mismo, de un mundo interior. La poesía que desprenden sus obras procede del sentido connotativo de las formas y colores, pero también de los sugerentes títulos.

La exposición es un viaje a los recuerdos de niñez y juventud en su tierra natal, Cádiz. La luz, el mar y sus playas están aquí, hay que dejarse llevar, sentir la arena húmeda bajo los pies, su presencia es evidente en muchos de sus cuadros, los surcos y huellas del vaivén de las olas son soporte para una iconografía de conchas y algas que el mar nos regala, imágenes referidas a su propia biografía; la presencia del bumerán en dos de sus cuadros, por ejemplo, delata su significado a través de sus nombres: “El ciclo de la vida” o “El eterno retorno”.

"Un beso".

"Un beso".

El interés por la dualidad y la búsqueda del contraste están en estos trabajos; la textura matérica de la arena, aterciopelada, y la superficie pulida de los objetos que se superponen, provocan un choque visual inquietante. Destaca “Un beso”: mantiene la misma mesura, ritmo y equilibrio formal que el resto, pero resulta aún más atrayente, un octógono irregular –referencia a Richard Tuttle, una de sus inspiraciones plásticas– se superpone a la materia / arena en un fuerte choque formal y cromático entre las barras verticales, de efectos metálicos, y las huellas que el agua ha dejado sobre la arena. Desde ese acertado encuentro se desprende un magnetismo que evidencia cómo la pintura, más allá de la materia, trasciende al ámbito sensorial.

"El pliegue".

"El pliegue".

En algunos de los títulos hay alusiones directas a los maestros del pasado, como “El sueño de Ingres”, y también hay claras referencias al estudio de los clásicos en el Museo del Prado, que, sin duda, el artista ha analizado en profundidad, como el tratamiento de los paños en la pintura de Zurbarán, Velázquez o El Greco; obras como “El pliegue” destacan por su rotunda fragmentación y presencia palpable, como un trozo de tela para ser adorado, como una reliquia. Su clara presencia, recuerda los huesos y cráneos de animales del desierto que flotan en la pintura de Georgia O’Keeffe, autora que también ha dejado huella en él.

El tríptico “Lucerito de la mañana” impresiona, no solo por su gran formato, también por la luz y serenidad que desprende. Son pinturas sutiles, técnica y formalmente, de fragmentos de naturaleza, de esa arena ondulante, modelada por las mareas, que es sedimento y refugio de la memoria. Su detalle y la sensibilidad cromática y lumínica hablan de la capacidad del creador para interiorizar y trasladar sus propias experiencias vitales, ahondando en los orígenes de la creación, llevándonos hasta donde germina el paisaje. La luz es muy especial en esos cuadros, son superficies que despiertan sensaciones dormidas y desprenden efectos atmosféricos envolventes y que, observadas desde la cercanía, contienen gradaciones cromáticas provocadas por la levedad de las sombras. Afirma el artista que “las sombras poseen matices preciosos que hacen brillar más la luz” recordando las hermosas descripciones de J. Tanizaki en el “Elogio de la sombra”. Todo ello está presente en el díptico “Esencia”, su obra más reciente y renovada, en la que se detiene en una reflexión personal y creativa mirando desde lo más profundo de sí mismo, limpiamente, para recuperar una pureza perdida. Por ello es en esta pintura más que en otras donde el exquisito tratamiento cromático adquiere un significado especial, emotivo, los dos lienzos conforman campos energéticos de color, donde el sepia habla de la fértil tierra y el rojo de cadmio de los sentimientos que, en conjunto, desprenden cierta melancolía.

El óleo “Epílogo” parece la conclusión de la muestra, pero, sin embargo –comenta el artista–, fue su comienzo, señalando, hasta qué punto, una obra puede estar latente durante todo el proceso de creación, y confirmando cómo es en los momentos de tránsito donde se condensa la creatividad. Formas orgánicas se amontonan, un fantástico caos se ha apoderado del lienzo evidenciando un inquietante estado del alma. El arte es capaz de indagar en lo más recóndito para renacer de nuevo, “buceando en aguas profundas, a pulmón, entre algas”, para llegar hasta el fondo, volver a emerger y respirar limpiamente. Alejandro Botubol entiende el proceso creativo desde tal introspección, al igual que afirmó Mark Rothko: “La pintura no trata de una experiencia, es una experiencia”.

Agua del tiempo

Alejandro Botubol

Galería Llamazares, c/ Instituto 23, Gijón. Hasta el 30 de octubre.

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