La idea de que nos ha tocado vivir el mayor cambio experimentado por la humanidad en su interminable aventura sobre la Tierra concita el acuerdo de los científicos sociales, los historiadores y la opinión pública. El proceso histórico al que se alude y la coincidencia universal en la percepción de su relevancia son, en sí mismos, hechos muy excepcionales, quizá insólitos. Mirando hacia atrás, no hay precedentes a la vista. El tránsito actual tiene una amplitud desconocida, es mucho más profundo y se está produciendo con una intensidad y a una velocidad muy superiores a la revolución industrial, iniciada hace apenas dos siglos, lo que pone en evidencia que el ritmo de la vida humana, tanto individual como social, está sufriendo una aceleración extraordinariamente súbita y fuerte.
A este cambio de época, de era, por lo que parece también de civilización, que nos ha sumido en la incertidumbre y nos ha arrebatado la seguridad de antaño, se le puso al nacer el nombre de globalización. Pero la palabra se ha quedado demasiado corta; no es capaz de abarcar la magnitud y todas las dimensiones del fenómeno. Y el diccionario no ofrece una propuesta mejor. En realidad, es probable que el término que acabe designando y dé sentido a lo que está ocurriendo aún esté por inventar. Mientras, se hacen intentos vanos por estirar el significado de los disponibles. Sin entrar en el problema del concepto, Emilio Lamo de Espinosa, uno de los sociólogos españoles más brillantes, que ha presidido durante la última década el Real Instituto Elcano, un observatorio del panorama mundial que él ayudó a construir, utiliza la etiqueta “gran transformación”. Sitúa el punto de inflexión en torno a la caída del muro de Berlín y desde su atalaya divisa un desplazamiento rápido del poder desde Europa, y por extensión Occidente, hacia el este asiático. Aporta abundancia de datos y argumentos que corroboran una clara tendencia a converger que acabará, afirma, por devolvernos a una situación similar a la etapa preindustrial, cuando China e India solas sumaban más de la mitad de la riqueza mundial, y extrae las implicaciones de todo tipo que se desprenden de esta alteración drástica del “statu quo” vigente en los últimos siglos.
Lamo de Espinosa analiza la demografía, la economía, el poderío militar y define la geopolítica de cada una de las potencias emergentes. Europeísta convencido, ve a Europa en riesgo de caer en la irrelevancia. La cosmovisión europea se ha difundido por todo el mundo, pero añade que Europa naufragó en dos guerras autodestructivas y la Unión, envejecida y contraída, no avanza con la determinación que exigen los nuevos desafíos. La redistribución de poder y el resto de los problemas enormes que trae consigo la globalización llevan a Lamo a plantear la cuestión de cómo gobernar el mundo multipolar, apolar o descentrado que se está configurando, la pregunta, dice, más importante que la humanidad puede hacerse hoy. Su repaso de las distintas opciones, la ONU, el G20 o la fórmula europea, es realista y no resulta muy alentador. La creación de una liga de las democracias no pasa de ser una idea bien intencionada.
El libro, distinguido con el premio “Espasa”, incluye un epílogo para españoles y una reflexión final sobre Afganistán. Lamo de Espinosa hace un balance favorable de la evolución histórica y combate con espíritu pinkeriano el escepticismo que brota de sus observaciones. Pronostica que hay una probabilidad cierta de que Estados Unidos caiga en “la trampa de Tucídides” en su enfrentamiento con China, detecta que Europa está siendo desbordada y se muestra incapaz de ejercer el liderazgo, aunque aún conserva recursos valiosos, y España ha desatendido su política exterior, sin darse cuenta de que su futuro está fuera de España. Este libro era muy necesario. Nos dice dónde estamos, lo que nos espera y cómo nos conviene reaccionar.
Entre águilas y dragones
Emilio Lamo de Espinosa
Espasa, 390 páginas, 20 euros
