La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

bloc de notas

El padre y la niña

Linn Ullmann, hija de Ingmar Bergman, escribe una conmovedora crónica familiar partiendo de las cintas grabadas en los momentos que pasaron juntos

Cultura - Libros

Hay un atractivo timbre anónimo en “Los inquietos” que convierte esta novela familiar de Linn Ullmann (Oslo, 1966) en una lectura irresistible. La narradora, hija de Ingmar Bergman y de la actriz Liv Ullmann, nunca conoció a sus padres siendo pareja. Jamás existió un nosotros, solo los progenitores, cada cual por su lado, y sus respectivos mundos, en los que la narradora, “la niña”, lucha toda su vida para ejercer un papel estable. Como ella menciona más de una vez, no hay una sola foto de los tres juntos; la familia nuclear que tanto le duele solo la puede imaginar. Fruto de una relación entre el cuarto y quinto matrimonio del famoso director y guionista de cine, vive con su madre, habitualmente en Noruega, pero todos los veranos visita al padre en su casa en la isla de Fårö, frente a la costa sueca. A pesar del escaso tiempo que pasan en compañía, él ocupa un lugar preponderante en su cabeza: en las ausencias le otorga una dimensión heroica.

Si bien el padre es una montaña remota pero inamovible, la narradora se siente libre de rebelarse contra la madre, que le resulta familiar pero también más propensa a la inestabilidad y las crisis. Dentro de esta complicada relación, la niña sufre cuando Liv se ausenta o se olvida de llamar a la hora prometida, y la trata con crueldad. ¿Qué clase de madre se va y deja a su hija, una y otra vez?, se mortifica. En Oslo, Los Ángeles, Londres y Nueva York, Linn se queda con su abuela, o las niñeras, rumiando la soledad y la desesperación. En “Los inquietos”, que acaba de publicar la editorial Gatopardo, Ullmann avanza y retrocede en el tiempo desde la primera infancia hasta los meses cercanos a la muerte de Ingmar Bergman en 2007. Padre e hija planean colaborar en un libro sobre el envejecimiento. Graban en audio las conversaciones, pero el proceso se detiene en el instante en que el director de cine empieza a deslizarse hacia la demencia. Cuando finalmente se anima a escuchar las cintas, años después de su muerte, decide que el libro debe ser sobre una niña y su padre, sin necesidad de identificarse e identificarlo.

Ilustración de Pablo García.

Ilustración de Pablo García.

“El enorme y conmovedor amor” que unió a los padres de Ullmann acabó cuando la autora de “Los inquietos” tenía apenas tres años, en 1969. Ellos decidieron que Linn debería pasar un mes de cada doce con su padre en su extensa casa de verano de Hammars, en Fårö. Son breves visitas y a la vez grandes encuentros con el gran hombre por las mañanas, baños solitarios en la piscina, la presencia en la sombra de hermanastros y hermanastras, y horas transcurridas también en soledad en el cuarto donde tienden la ropa a secar. Linn escribe de su padre que cuando era pequeña se miraban con una especie de inquietud y una persistente curiosidad. La niña teme alejarse de la madre, mientras aguarda con impaciencia la hora de poder visitar la isla. En las páginas de “Los inquietos”, casi nadie es citado por su nombre. Desde el anonimato de los personajes, Ullmann va de la primera a la tercera persona, y del pasado al presente en una búsqueda incesante de sí misma y de sus distantes progenitores. Ella hace las preguntas, él contesta. Linn transcribe el resultado y luego se sientan juntos para editar el material. El resto de la narración lo ocupan los recuerdos del tiempo en que estuvieron juntos dándole vueltas a la idea de escribir el libro y otros muchos extraídos de los cuadernos azules con las viejas fotos del padre, sus veraneos de la infancia cuando lo llamaban Pu y se imaginaba dando la vuelta al mundo en bicicleta.

Las transcripciones de las cintas, que permanecieron en una caja durante años, son en su mayoría intrascendentes, pero ayudan a entender el proceso de acercamiento entre hija y padre, mientras la vida de este declina. Bergman sufrió una serie de accidentes cerebrovasculares menores en la primavera de 2007 y quedó atrapado en una silla de ruedas. Llegado ese momento, rara vez responde a las preguntas; se obsesiona con viajar para ver a su madre, muerta desde hace cuatro décadas. En un ataque de coherencia le dice a su hija que entre ellos la diferencia de edad es tan grande que simplemente no tienen mucho de qué hablar. Es la triste conclusión de un trabajo a medias. Cuando Linn nació, Bergman ya había cumplido los 48 años, queda el padre moribundo para cantarle canciones de cuna mientras se acurrucan en la cama. Envejecer es un coñazo, un duro oficio nada glamuroso, recuerda el autor de “Fresas salvajes”. Hermosa narración.

Los inquietos

Linn Ullmann

Traducción de Ana Flecha Marco

Gatopardo, 392 páginas, 21,95 euros

Compartir el artículo

stats