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Arquitectura

Aldo van Eyck, el niño, la ciudad y el artista para construir

Los escritos del arquitecto holandés, gran divulgador y anticipador de conceptos

Cultura - Libros

Alejandro Campos Uribe estudió Arquitectura en Valencia y se fue a Utrecht para profundizar en su tesis doctoral sobre Aldo van Eyck y ha traducido este libro de 1962, que Van Eyck escribió tras haber sido invitado a dar clases en la Universidad de Pensilvania, de la mano de Louis I. Kahn. Esta edición de la Fundación Arquia ha sido autorizada y prologada por su hija Tess van Eyck.

Conocemos muchas de las ideas del neerlandés porque fue un tremendo difusor de la arquitectura, participó en los últimos CIAM (donde gestó una gran afinidad con los Smithson) siempre con una posición crítica, especialmente hacia el concepto de la ciudad en la arquitectura moderna. De su obra, también muy difundida, que podemos consultar en “Works” de Vincent Ligtelijn o en “The Shape of Relativity” de Francis Strauven, destacaría los más de sesenta parques que realiza en Amsterdam cualificando espacios ociosos de la ciudad antigua posbélica, el Orfanato Municipal de Amsterdam (1957-60) y el Pabellón Sonsbeek en Arnhem (construido y demolido en 1966).

Aldo van Eyck, hijo de un escritor, pasó gran parte de su vida en Inglaterra, y sus textos parecen más de un sociólogo, etnógrafo o filósofo, que de un arquitecto. Gran parte del libro lo dedica a crear parejas del tipo noche-día, hoja-árbol: “Una casa es una pequeña ciudad; una ciudad, una gran casa” No es un Parménides, que busca que parte de sus binomios es la mejor, sino que pide que el edificio contenga siempre esa dualidad, que lo albergue todo. Más bien, y Van Eyck hace desfilar muchas distintas culturas por el libro, se trata del Yin y el Yang. No quiere, por ejemplo, que se estigmaticen la nieve o la lluvia como algo malo en la ciudad, sino que se vea en la suma de todas las circunstancias, la riqueza del hecho construido, vivido.

Aldo van Eyck, en una imagen de 1970.

Aldo van Eyck, en una imagen de 1970.

“En el espacio no hay sitio, en el tiempo ni un momento para el ser humano” más que espacio y tiempo se debe buscar “lugar y ocasión”. “Cuando tiempo y lugar adquieren profundidad de significados, lo que los seres humanos han construido en todas las épocas y lugares adquiere validez duradera”.

También elogia la ciudad antigua valorando espacios especiales: “Esto es lo que ocurre en algunas de las mejores catedrales francesas, rodeadas en todos sus lados por edificios medievales de pequeña escala y callejones tortuosos que dan acceso al espacio intersticial e inarticulado entre el perímetro de la catedral y el resto de las construcciones”.

El título se divide en tres partes: el niño, que representa la imaginación; la ciudad, que representa lo intermedio, la relación entre todo, y el artista, que representa “la deriva”. Durante todo el texto va recogiendo, con muchos ejemplos, en qué nivel debemos dejar el orden de la ciudad y en cuál la variedad, lo distinto. Referencias a los metabolistas japoneses, a las construcciones o propuestas urbanas de Piet Blom, incluso a construcciones precolombinas o africanas, pero mucha critica a las ciudades hiperdiseñadas, como en Holanda, según él sin imaginación, o a los Estados Unidos, que ataca por múltiples razones: por el abuso de la tecnología en el aire acondicionado, por los barrios extremos sin cualificación “no entiendo sus deseos de forzar al resto del mundo a emularlos”, dice.

“En Estados Unidos hay innumerables aglomeraciones de población, pero apenas hay ciudades”

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En la misma línea añade: “En la actualidad, el hecho de que otras culturas sean o no reconocidas depende del grado en que aspiran a los estándares occidentales y traicionan los suyos propios”, es decir, que medimos a los demás por nuestros propios principios sin valorar si nosotros estamos en lo cierto.

“La arquitectura es un arte, pero los arquitectos de hoy no son artistas...”. ¿Por qué las fotos de arquitectura aparecen siempre sin personas? “Si las ciudades no son para los niños tampoco son para los ciudadanos. Si no son para los ciudadanos –nosotros– tampoco son realmente ciudades”.

Treinta años antes de que Marc Augé hablará de los “no-lugares” (1993) en este libro de 1962 aparece lo que llama “pseudolugares”, esos espacios en los que el exceso de higiene es un problema, y que realizan “Millones de metros cúbicos que construimos llenos de estupidez, mientras que la arquitectura verdadera sobrevive, a duras penas, como un fantasma de lo que fue”. También vemos el interés por crear hitos en las distintas áreas de la ciudad (la “monumentalización de la periferia”, que diría Oriol Bohigas).

Con este libro, que recuperamos más de 50 años después, recibimos muchas ideas, algunas nos han llegado por otros lados (mundo anglosajón ya que fue escrito en inglés) y nos hacen abrazar, con una tremenda afinidad, a la generación de su autor, la de nuestros abuelos, tras haber discutido a fondo, como todas las generaciones, con “nuestros padres”. En fin, una reflexión necesaria y aún muy muy fresca.

El niño, la ciudad y el artista

Aldo Van Eyck 

Fundación Arquia Ed. 27 euros

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