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La almohada de plumas de Milorad Pavic

Ven la luz “Los espejos venenosos”, colección de cuentos del gran escritor serbio autor de “Diccionario jázaro”, una de las obras más innovadoras del último tercio del siglo pasado

Milorad Pavic Pablo García

Los cuentos de Milorad Pavic (Belgrado, 1929-2009) someten al lector a una especie de vigilia literaria algo febril. Cuenta Goran Petrović en el prólogo de “Los espejos venenosos”, la colección que acaba de ver la luz gracias a Sexto Piso, cómo el gran autor serbio creía que algunas historias, cual serpientes, se deshacían de su piel. Y que otras, igual que sucede con las aves, mudaban sus plumas, lo que procuraba nuevos plumones para las almohadas. Las almohadas juegan un papel esencial en la lectura de Pavic, que siempre aspiró a que las palabras cambiasen según los ojos de quienes las leían. La explicación de Petrović es muy plausible. Cualquier noche en alguna parte, en algún cuarto, alguien tiene este libro de veintiséis cortos y luminosos relatos en sus manos y con él ya caído sobre el pecho cruza la frontera del sueño. Por la mañana abre la ventana y pone sobre el alféizar la almohada para que el aire fresco o el calor inunden las plumas, que son las palabras de su interior. Luego, acto seguido, vuelve a dejar la almohada en la cabecera del lecho. Por la noche esa almohada se irá adaptando a la cabeza y el cuello del lector, con un susurro apenas perceptible de la magia que encierran los cuentos de este gran fabulador, un escritor al que la mala prensa de Serbia y su empeño en condenar el castigo sufrido por su patria tras la guerra de los Balcanes convirtió en maldito. Desde el punto de vista biográfico, no bibliográfico como él mismo ha querido recalcar y veremos más adelante.

En “Diccionario jázaro”, que es quizás junto a “Un puente sobre el Drina”, de su compatriota Ivo Andrić, la obra contemporánea más universalmente traducida de las letras serbias, Pavic escribe sobre el destino incierto de aquellos pueblos cuyo futuro es la extinción, del modo que sucedió con los antiguos jázaros, cuyos orígenes siguen sin estar claros. El Imperio Jázaro, rival del Bizantino, desapareció de la escena histórica del mundo hace muchos siglos junto con las personas que lo crearon. Hoy en día es más conocido gracias a la novela de Pavic que en el momento de su mayor esplendor. “Diccionario jázaro”, que si no recuerdo mal lleva cuatro ediciones en Anagrama desde que se publicó por primera vez en 1989, inspiró además en su día la revolución del tipo de técnica de la escritura surgida cuando el profesor de informática Ted Nelson inventó la palabra “hipertexto” para los libros interactivos no consecutivos. Uno puede empezar a leerlo por la página que desee. Fue bendecido por Claudio Magris en medio de grandes elogios y comparado con “El nombre de la rosa”; el crítico italiano Nico Orengo dijo entonces de él que le hubiera gustado a Borges, Calvino o Perec y que les encantaría a Manganelli, Eco y Citati.

Pavic, irreductible, jamás aceptó el relato de Occidente sobre Serbia. Pero eso no hizo de él exactamente un nacionalista. En cualquier caso, hubiera elegido ser un nacionalista bizantino. Como profesor, conoció y amó extremadamente la cultura de Bizancio, creyendo que su herencia no es solo griega, sino también serbia, rusa y de otros pueblos ortodoxos. Cuando un periodista francés le recordó que no se parecía a los escritores de Europa del Este, Pavic respondió: “Es porque soy bizantino”. Y cuando otro periodista también del mismo país, en algún momento de 1988, le preguntó si era marxista, negó: “No, soy bizantino”. Como esa respuesta no la vio publicada, acabaría diciendo con una sonrisa. “Pensó que ser bizantino era aún peor que ser marxista”. Pavic irritó a Occidente no solo por negarse a aceptar el relato oficial de los agresores de Serbia, sino también por atreverse a interpretar el contexto real de la intolerancia atlantista hacia su pueblo, que comparó con el desprecio generalizado hacia la civilización cristiana oriental.

En “Autobiografía”, el sucinto relato de su vida que cierra “Los espejos venenosos”, cuenta que en 1984 era el escritor menos leído de su país y que a partir de ese año se convirtió en el más leído de todos. “Escribí una novela en forma de diccionario, otra en forma de crucigrama, la tercera en forma de clepsidra y la cuarta como un manual para leer las cartas del tarot. La quinta era una guía astrológica para los no iniciados. Traté de importunar lo menos posible con esas novelas”. Pero todas ellas fueron traducidas varias veces a distintos idiomas, principalmente “Diccionario jázaro”. Vivió tres bombardeos, dos de niño y el tercero en 1999 con el nuevo milenio, cuando los aviones de la OTAN lanzaban bombas sobre Yugoslavia y su capital Belgrado. “No he matado a nadie, pero a mí si me mataron, mucho antes de morir. Para mis libros sería mejor que su autor fuera turco o alemán. Fui el escritor más conocido del pueblo más odiado del mundo, el pueblo serbio”. Lo que quiere decir que también fue bombardeado por los prejuicios de quienes se dedicaron a releer su obra bajo una luz diferente.

Los espejos venenosos

Milorad Pavic. Traducción de Dubravka Suznjević

Sexto Piso, 2022, 264 páginas, 21,75 euros

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