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Las otras 'tanxugueiras': 9 emergentes que llevan las raíces a la vanguardia (y le dan un zasca al patriarcado)

Las artistas encuentran motivación en estéticas sonoras y herencias líricas de un mundo antiguo | Sílvia Pérez Cruz, Rosalía y C. Tangana han sido sus precursores

Montaje con las ’tanxugueiras’.

Para verlo y no creerlo: Tanxungueiras, cuadrilla de 'pandereteiras', ensalzadas como símbolos de modernidad y bravura, a lomos de una vitaminada canción folk, suerte de turbo-muñeira con fondo electrónico y estética gótica, que el voto popular del Benidorm Fest elevó hasta las alturas (en contraste con la frialdad del jurado de RTVE). Polémicas al margen, ya nadie podrá negar que, en efecto, las que llamamos músicas de raíz, o tradicionales, o populares, o ancestrales, se han convertido en un material sonoro más ‘sexy’ de lo que jamás habíamos imaginado.

El caso de Tanxugueiras ha sido el detonante que bien puede ayudar a hacer más visibles las propuestas de otros muchos artistas que operan lejos de la superpromoción televisiva. El regreso de los referentes populares en nuestra música lleva unos años gestándose, si bien los últimos cursos ha registrado un ‘crescendo’: ahí están el canto electrónico de Maria Arnal y Marcel Bagés, el cancionero de la Alcarria de Los Hermanos Cubero, el cabaret electro-folk del asturiano Rodrigo Cuevas, el giro a lo esencial del urbano C. Tangana.

Y hay que hablar de la labor previa de una Sílvia Pérez Cruz, o del flamenco 'free' de Rosalía etapa 'Los Ángeles'. Ahora, hasta la 'extriunfita’ Amaia se descuelga con una jota navarra en su último lanzamiento. ¿Jota? ¿No representaba eso el horror para todo aquel que creciera en marcos culturales como la ‘movida’, el ‘indie’ o el techno? Cómo hemos cambiado.

Un paquete de valores

Y bien, las mujeres añaden una capa más de significado a la tendencia, colocando la reivindicación feminista en el mismo paquete del aprecio por las culturas y lenguas minoritarias, el respeto a la memoria de las generaciones precedentes, la clave ecologista y el ceño fruncido ante las dinámicas de consumo de la industria pop. Ahí están Tanxungueiras, como 20 y 30 años atrás un grupo, Leilía, que modernizó el formato de ‘pandereteiras’, y como otras muchas artistas que suman a la reivindicación de la música de raíz su propia agenda de género.

Repescar canciones de otro tiempo forma aquí parte de un proceso de señalamiento de viejos moldes costumbristas, de patriarcados y de códigos represivos. A menudo, estas composiciones, como los cantos transmitidos por tradición oral, se recuperan modificando la letra o tergiversándola con ironía, al tiempo que se recuperan otras que hacen valer el rol histórico de la mujer en parcelas como la vida obrera o el trabajo agrario. O que ilustran la sumisión secular ante el padre o el marido.

Las lenguas autóctonas

Las emergentes y diversas voces femeninas del folk tienen en común con Tanxugueiras ese ánimo reparador y una voluntad por transmitir determinación y poderío a través de un catálogo amplio y libre de recursos musicales: rítmicas que pueden ser invasivas o vaporosas, uso a la carta de recursos pop o urbanos, ocasional convivencia de instrumental ancestral con la electrónica y el 'auto-tune'. Y la sensibilidad lingüística como ingrediente troncal, en línea con ese ‘no hay fronteras’ declamado en las distintas lenguas cooficiales, y también en un asturiano (o asturleonés) que ha entrado con fuerza en el paisaje.

El auge de las escuelas superiores de música ha dado herramientas para superar el secular ‘amateurismo’ del folk, y una mirada dignificadora al instrumental y al catálogo tradicionales, rompiendo viejos prejuicios. Así, tropas de músicos sobradamente preparados, ellos y ellas, encuentran ahora motivación en estéticas sonoras y herencias líricas de un mundo antiguo que bien nos puede servir para orientarnos en el moderno, desviando a veces el foco hacia el imaginario de la España vaciada.

Reflejo del signo de los tiempos, y derivada de una guerra cultural que flota en el ambiente, esta música está, por encima de todo, para ser escuchada, cantada, bailada, disfrutada. Y a eso aspiran las valerosas creadoras que consignamos a continuación.

NUEVE ARTISTAS EMERGENTES

1) María de la Flor (Madrid)

Voz clara con memoria antigua

Esta vecina de Carabanchel, de raíces aragonesas, defiende que valorar la tradición no te hace necesariamente conservador, y en sus canciones se presiente una memoria antigua enredándose en su voz de veinteañera. María Martín Blanco estudió violín y se dejó envolver en sus primeras grabaciones por formatos de música de cámara, que dieron paso a soluciones más enraizadas, con guitarras e instrumentos tradicionales como el bombo legüero (propio del folclore argentino) o la zanfona. 

Su carrera va canción a canción, con exponentes como el diálogo entre generaciones de 'Dice la abuela' o la adorable 'Vidrieritas', que habla de su entrega y compromiso en el camino en la música y que encabeza el epé de cuatro temas 'Temple' (2021). Tonadas cristalinas, con vestigios de un mundo enterrado, vestidas por la delicada producción del burgalés Diego Galaz, del grupo folk Fetén Fetén.

2) Joana Gomila (Baleares)

Mallorca caleidoscópica

Su canto fresco casa la Mallorca rural con el lenguaje electrónico de vanguardia, abriéndose a puntos de fuga abstractos u oníricos, pero sin dejar de tener los pies en el suelo. Manacorense graduada en canto jazz en el Conservatori del Liceu, Gomila juega con los timbres y las texturas vocales aunando sensibilidad e insinuando un poso salvaje, siempre en tensa complicidad con los sintetizadores de Laia Vallès. 

La suya es una música de hondas raíces y horizontes infinitos, que saca del desván tonadas ancestrales y eleva críticas al desarrollismo turístico: oigan ‘Jota dels hereus’, una canción construida con nombres de hoteles de la isla, incluida en su segundo álbum, ‘Paradís’ (2020). Mallorca es, en su obra, ese paraíso acaso inmolado, pero siempre inspirador. 

3) Elia Maqueda (Extremadura / Madrid)

La copla futurista de la España vaciada

En Madrid se encontró Elia Maqueda, pacense, con el canario Atilio González, y de ahí surgió un dúo que, tras varias mutaciones (al principio respondía por Psicodelia Popular) evolucionó a través del cruce de canto coplero tradicional y pop electrónico. Ruiseñora plasma en sus canciones un eco ancestral vestido sin complejos por ritmos y texturas digitales, sin hacer ascos del ‘auto-tune’ y formulando construcciones con derivas lisérgicas. 

Hay que escuchar sus grabaciones para entenderlo: el primigenio 'Siglo XX' (2016), piezas como 'Villancicu' (interpretada en 'estremeñu' o 'castúo', variante del asturleonés) o el reciente epé 'La Jara', nombre de la comarca natural que se extiende entre las provincias de Toledo, Ciudad Real y Cáceres. Ruiseñora canta ahí a la España vaciada, su tema de fondo, sacando brillos del contraste entre el sentimiento vocal y el tacto frío de la tecnología.

4) Ajuar (Castilla-León / Extremadura)

Joteras contra el patriarcado

Pandereta, mortero, almirez y panaderas fueron los sencillos útiles con los que la leonesa Ana Flecha (escritora y traductora del inglés, francés y noruego) y la pacense Corazón Gallardo entraron en escena tres años atrás. Eso, y sus voces, con las que pasan por las armas el cancionero popular más humilde bajo un deslenguado encuadre batallador y feminista (no exento de sentido del humor). 

El autoeditado álbum 'Ajuar' (2019) les abrió camino bajo radar, vía boca-oreja, valiéndose de canciones como 'Jota antipatriarcal', 'La republicana bollera' o 'Jota de la huelga', muy apropiada para estas fechas: "Se acerca el 8 de marzo, / ya lo estoy imaginando: / Nosotras parando el mundo / y el gobierno relinchando / Lo que pedimos es justo / que no es ningún disparate / Esta guerra la ganamos / por las que vinieron antes”.

5) Queralt Lahoz (Cataluña)

La sultana del barrio

Figura de rompe y rasga en escena, Queralt Lahoz ha marcado sus reglas en un primer álbum, 'Pureza' (2021), en el que, apelando a la inocencia del alma, desarrolla un fecundo mestizaje de tradición y modernidad: tonadas copleras con cirugía electrónica y hip-hop (bajo el halo inspirador dela cordobesa Gata Cattana, fallecida súbitamente a los 25 años, en 2017), y modismos jondos y son cubano en roce con el r’n’b y las nuevas tendencias urbanas. 

Angulosa propuesta, la de esta defensora del 'charneguismo' que, en 'De la cueva a los olivos', evoca las raíces de su abuela y su tránsito de Granada a Santa Coloma de Gramenet, donde nació ella. Mueve su canto el homenaje al amor, entendido como un estado mental transversal, apartado del canon romántico y expresado con mística y sensualidad.

6) María José Llergo (Andalucía / Cataluña)

La voz curativa del flamenco

La 'Sanación' (2020) de María José Llergo sacudió estructuras y preconcepciones en el diálogo del flamenco con otras estéticas sonoras. Lejos del barrio y del jaleo, ella entiende su arte jondo con mística y alma vanguardista, alzando su cante puro sobre un manto de promiscua severidad, con el toque de las guitarras y las bases electrónicas microscópicas, así como el 'pedal steel' de David Soler y, en directo, el ocasional concurso de una 'big band' de seis integrantes.

Una sensible canción lanzada el pasado otoño, 'Te espera el mar' (para la película 'Mediterráneo', de Marcel Barrena), sorteó la larga espera de su nuevo disco, del que todavía no hay noticia. Puede ser el gran salto de la Llergo, cordobesa de Pozoblanco que un día se trasladó a Barcelona para estudiar en el conservatorio del Liceu.

7) Maria Valle Roso (Asturias)

De lo local a lo universal

Su padre fue campeón de escanciadores de sidra, y la tonada asturiana tradicional (para interpretar 'a cappella' o con el apoyo de la gaita o el pandero) marcó su destino desde una edad tierna: a los 12 años, Marisa Valle Roso, natural de Langreo, se abrió paso ganando todos los concursos juveniles que se le ponían por delante. Formó tándem con su hermano Fernando y luego, poco a poco, abrió el encuadre estilístico, mirando a Galicia y a Latinoamérica, y acercándose al jazz, la canción de autor y el pop. Como en el álbum 'Lo fugaz', recién publicado. 

Valle Roso canta en castellano y asturiano, y fue reclutada por Víctor Manuel en su gira '50 Años no es nada'. En 2020, al comienzo de la pandemia, tomó parte en el tema 'Si se calla el cantor', en apoyo al lema #culturasegura, con colegas como Amaral, Luis Pastor y Rayden.

8) Anna Ferrer (Baleares)

En busca del cancionero extraviado

Esta menorquina formada en el Taller de Músics se dio a conocer trabajando en la orquesta de percusión ibérica Coetus y girando con Clara Peya, entre otros cómplices. Puso de largo sus artes en el álbum 'Tel.lúria', donde trabajó con armonías vocales buscando la expresión popular y llevó a su campo los fandangos isleños. En 'Vega' (2020) exploró el rol de las mujeres en el cancionero de generaciones pasadas en tándem con otro talento emergente del Taller, Paula Grande.

Ya sea rescatando y 'tuneando' tonadas de trabajo, como las de recoger espigas, o recordando la trágica historia de 'Caterineta' (en torno a la violencia que un padre ejercía en su hija para que no saliera a bailar), Anna Ferrer, fan de Chavela Vargas, asombra con su canto aventurero acompañándose del teclado, el pequeño 'guitarró' o el timbal. Y más que lo hará con su nuevo espectáculo, 'Parenòstic', con dirección del Niño de Elche.

9) Anabel Santiago (Asturias)

Tonadas con rock electrónico

Profesional, como Valle Roso, de los concursos de tonadas asturianas, Anabel Santiago, precursora del actual auge las músicas de raíz, pronto se propuso trascender ese ámbito brindando su voz esbelta a cancionero con creciente pulsión pop. Ahí están álbumes como el más cercano y audaz, 'Y_andá' (2018), con un repertorio mayormente tradicional (y textos de Rosalía de Castro) en el que desliza cruces llamativos: modos vocales heredados y tejidos electrónicos, con cadencias bailables que miran de reojo a un invasivo disco-rock, como en 'Tráimela'. En este tema clama ella por un amor minero de complicada concreción: "Mis padres quieren casarme con unu de la oficina / y yo lu quiero mineru".

Anabel Santiago saltó a la política en 2019 cuando se convirtió en concejal en la oposición, por Somos Oviedo, en el ayuntamiento de la capital asturiana, etapa que zanjó un año después con su desengañada dimisión.

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