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Pasta fina en ARCO

ATM vuelve a participar en la más importante feria española de arte contemporáneo

ARCO es una feria de arte contemporáneo. Nada más, porque significa someter al arte a las leyes del mercado, con sus inexactitudes, carencias, desequilibrios y baremos distorsionados como el del dinero. Y nada menos, porque es la más importante de las celebradas en España y, se quiera o no, participar en ella es una forma de reconocimiento, tanto para las galerías, verdaderas protagonistas del evento, como para los artistas, al ser escudriñada su obra por todo el sistema artístico, también por comisarios, críticos y directores de centros y museos. Es casi imprescindible pasar por allí, aunque en esta edición sólo lo hayan conseguido el diez por ciento de las galerías de nuestro país.

ARCO supone las tres cuartas partes de la actividad anual y entre sus éxitos está el respaldo del público, ahora mermado por las restricciones sanitarias, así como el apoyo incondicional de los medios de comunicación, sobre todo españoles, un tanto ansiosos de espectáculo. Entre sus defectos, una errónea concepción de lo que es ser una feria internacional de arte, lo que hace que todavía no sea lo suficientemente atractiva para los grandes coleccionistas mundiales, y un sistema de selección de las galerías participantes no del todo transparente y excesivamente gremial, algo inaceptable cuando sigue dependiendo tanto de las administraciones públicas.

Es de todas maneras un buen lugar para ver y ser visto, a pesar de los sometimientos y las obligaciones que implica. Y por eso es buena noticia que, por tercer año consecutivo, la galería ATM de Gijón, dirigida por Diego Suárez Noriega, vuelva a participar en la feria madrileña, que abre sus puertas la semana que viene. Ni siquiera faltó a la de 2021, que fue la más rara de las celebradas hasta el momento, por hacerlo en julio y bajo la merma de actividad impuesta por la pandemia, y sigue siendo la única representante asturiana, con todo merecimiento.

Ya estuvo presente en 2010, en otro escenario distinto, y desde 2019 no falla a la cita anual, a pesar del riesgo financiero en que incurre al estar en una feria tan cara. Al fin y al cabo, es algo que no se puede evitar, que se lleva en la sangre, pues proviene de la histórica galería Altamira, regentada por su padre, Eduardo Suárez, y su tío, el pintor Armando Suárez, de los que es el relevo generacional, con ayuda de otros profesionales del sector y una extendida red de contactos y colaboradores, ampliada a la escena artística hispanoamericana.

Es una de esas galerías cada vez más inaprensibles, que huyen de los rutinarios ciclos expositivos de las salas convencionales, basados en el objeto vendible. En 2009 dejó el centro de Gijón para trasladarse a las afueras, a la Quinta de Peña de Francia, en Deva, y convertirse en un espacio de producción de obra, con un progra ma en residencia de artistas internacionales que busca la innovación y permite acercar corrientes foráneas a la realidad asturiana, que no descuida. Cuenta también con oficina en Madrid y a pesar de que se basa en el conocimiento y en el trabajo directo con el artista no excluye mostrar su obra en las tres naves disponibles, la última adaptada en 2021. Parece que está lejos y cuesta acercarse por allí, pero el entorno rural es tan atractivo que bien merece la pena la visita y ser recibido por el gallo.

En los últimos años ha desarrollado proyectos en lugares como Nueva York, Miami, Ciudad de México, Lima, Londres, Milán o Bruselas, con un enraizamiento que va profundizando en Buenos Aires, Santiago de Chile, San Juan de Puerto Rico y Bogotá. Suele incorporar a artistas de esos países como los chilenos Adolfo Bimer y Sofía de Grenade o el puertoriqueño Karlo Andrei Ibarra, además de artistas nacionales como la bilbaína Ixone Sádaba, el también vizcaíno Kepa Garraza o el alicantino Antonio Masip y asturianos como María Vallina o David Martínez Suárez, que ya estuvo en la edición de ARCO de 2021 y repite en la de 2022.

La participación en la feria exige tener una línea galerística claramente marcada y ATM la posee, dentro de eso que en otro contexto he definido como “la ritualización de lo concreto”, la apropiación de la realidad mediante la cosificación de la obra de arte hecha con materiales provenientes de la industria y de la construcción. Son piezas muy poco comerciales, a veces con explícito sesgo crítico, lo que podría ser tanto un impedimento como un aliciente para seguir en la feria, quién sabe.

Este año también acudirán, además de Martínez Suárez, el gijonés afincado en Nueva York Víctor Esther García, el chileno Santiago Cancino y la madrileña Clara Sánchez Sala, que contará con estand propio, invitada dentro de un programa dedicado a artistas femeninas. Son obras hechas con materiales tan diversos como espaguetis o acero galvanizado que cuestionan los códigos y utilizan los cuerpos como parapeto y escudo, lo que, unido a lo bien que se montan en ATM los expositores, garantiza al menos el interés de la propuesta.

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