La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El vigor en el siglo XXI de “La Regenta”, la gran novela del XIX

Alba Clásica Maior abre su selección literaria española con la obra magna de “Clarín”

Leopoldo Alas, "Clarín" Pablo García

“La Regenta” es, para muchos, la mejor novela española del siglo XIX. Por categórico que parezca, el juicio tiene poco de aventurado: se cuentan con los dedos de una sola mano las novelas susceptibles de disputar este puesto a la de Clarín. Las más firmes candidatas a hacerlo serían las grandes novelas publicadas por Galdós en la década de 1880, sobre todo “La desheredada” (1881) y “Fortunata y Jacinta” (1886-1887). Pero –por razones que es de esperar que se hagan patentes al lector– “La Regenta” suele despertar una mayor unanimidad. En cualquier caso, el magisterio de Galdós –el gran refundador de la novela española– fue determinante en la escritura de “La Regenta”. Como crítico, Clarín hizo un seguimiento atento y pormenorizado de su trayectoria. Lo hizo también de la novela europea en general, sobre todo de la francesa. En su momento, La Regenta tuvo que arrostrar el sambenito de ser poco menos que un plagio de “La señora Bovary”.

A ningún lector con dos dedos de frente le cabe tomarse en serio esta acusación, por muy evidente que sea el impacto de la novela de Flaubert sobre Clarín, como lo fue, de hecho, sobre la mayor parte de los novelistas europeos de la segunda mitad del siglo xix. Puestos a buscar influencias y paralelismos, cabría encontrarlos, también abundantes, en autores como Eça de Queiroz y Émile Zola, y aun antes en Stendhal. Por lo demás, Clarín participó muy intensamente en las discusiones sobre el realismo y el naturalismo que catalizaron los debates literarios de su época, y su propia narrativa constituye una manera más de intervenir en ellos. Pero lo que “La Regenta” acredita por encima de todo es su apasionada adhesión a la novela como el género más adecuado «para reflejar la vida moderna, las ideas actuales, las aspiraciones del espíritu presente», el «género de la libertad en literatura», aquel que «era natural que predominantemente fuese cultivado desde el momento en que el arte literario llegaba a la emancipación racional» («Del naturalismo», 1882).

El relieve de Clarín como novelista es proporcional al que alcanzó como crítico literario, una faceta en la que «no fue aventajado por nadie en su siglo», como afirmaba con buenas razones Gonzalo Sobejano. La Regenta se nutre de la agudeza y de la pasión polémica de su autor como atento observador de la realidad española, y es tanto un diagnóstico y un comentario de esta realidad como la decisiva contribución de Clarín a la tardía pero definitiva puesta en órbita de España en la narrativa europea de la segunda mitad del XIX.

La novela propone un ácido retrato de la vida provinciana en la España de la Restauración, un país culturalmente atrasado, sometido al dominio de la Iglesia católica y a la desidia y la corrupción de sus clases dirigentes. Por encima de su formidable galería de personajes, es la ciudad de Vetusta, trasunto inequívoco de Oviedo –donde Clarín pasó buena parte de su vida–, la que asume el protagonismo principal de la novela, en la que se asiste al implacable cerco que, al amparo de la hipocresía reinante, tienden a Ana Ozores, la Regenta –una joven belleza llena de fantasías románticas, casada con un hombre mayor que ella que no satisface sus ansias de amor–, un petimetre local, envanecido de su bien labrada reputación de donjuán, y el ambicioso sacerdote destinado a ejercer de su director espiritual y a enamorarse perdidamente de ella.

Leopoldo Alas, "Clarín" Pablo García

Ana Ozores y Fermín de Pas, el sacerdote, son personajes inolvidables, soberbiamente dibujados; pero la novela tiene un carácter en buena medida coral, dado el empeño que pone Clarín en trazar una geografía social que es también una geografía moral de la España de su tiempo. Un empeño en el que le asisten sus agudas dotes de observador, espoleadas por la animadversión que siente al medio que retrata.

A su talento descriptivo suma Clarín una gran penetración psicológica y un extraordinario oído, del que se sirve para enhebrar impagables parodias retóricas, en las que brillan su acerado sentido del humor y su vena satírica. Si a ello se añade el hábil empleo de las técnicas narrativas aprendidas en la lectura de los grandes novelistas europeos, la cuidada estructura del relato, el sabio control del tiempo y el perfecto dominio del discurso indirecto libre, es fácil entender por qué “La Regenta” cumple de sobra todas las condiciones para ingresar en una colección de clásicos universales como la de esta editorial, donde se alinea con pleno derecho al lado de obras de autores como Guy de Maupassant o Iván S. Turguénev, además de los ya mencionados Stendhal, Flaubert, Eça de Queiroz y Zola.

Leopoldo Alas «Clarín» (Zamora, 1852-Oviedo, 1901) tenía treinta y dos años cuando comenzó a publicarse “La Regenta”. Se trataba de su debut como novelista, precedido de un puñado de cuentos y fragmentos narrativos y de una novela corta, “Pipá” (1879). El germen de la novela se encuentra esbozado en un ensayo narrativo titulado «El diablo en Semana Santa», publicado en dos entregas en el diario madrileño “La Unión”, en 1880, y recogido el año siguiente en el volumen misceláneo “Solos de Clarín”. Todos los indicios invitan a pensar que Clarín empezó a escribir su obra maestra en el otoño de 1883 y que la terminó en abril de 1885, cuando ya había visto la luz la primera parte. De ello se deduce que –como él mismo reconocía, lamentándose– escribió con prisas, presionado por los editores. «Si la hubiese escrito con más tiempo y con el borrador de lo escrito ya a la vista, hubiera salido más corta, pero según iba escribiendo iba mandando el original y tenía que fiarlo todo a la memoria», decía en una carta al periodista y escritor Jacinto Octavio Picón el 3 de octubre de 1885. Y en otra carta más tardía, del 28 de octubre de 1887, dirigida esta vez a Josep Yxart, director literario de la colección en que la novela había aparecido, especificaba: «La Regenta, que al parecer me llevó tanto tiempo, la escribí como pocos habrán escrito por lo tocante a la celeridad; lo que hay es que concedo muy poco tiempo a la materialidad de escribir; en cambio allá en mis adentros hago sobre cada tema diez o doce [versiones] que se me olvidan». Palabras que conviene tener en cuenta, al leer la novela, para excusar algunas torpezas, excesos estilísticos e ingenuidades que afean ocasionalmente los primeros capítulos, en los que, tras un arranque portentoso, parece que a la acción le cueste avanzar, para enseguida cobrar, a partir sobre todo del capítulo IX, dedicado al casino de Vetusta, el brío y la precisión que en lo sucesivo se adueñan de ella de forma cada vez más acusada. Las palabras citadas contribuyen, por otro lado, a encuadrar la sorpresa que provoca la madurez que, de buenas a primeras, revela Clarín como narrador, capaz de llevar a término un relato tan largo y de tan grande ambición por virtud, entre otras cosas, de una escritura y de una composición muy cuidadosamente planificadas.

“La Regenta” obtuvo, en el momento de su publicación, un amplio eco en la prensa española. Las críticas que recibió fueron en general positivas, muchas de ellas entusiastas; también en el extranjero, en Francia sobre todo, se le prestó atención, si bien las traducciones tardaron bastante en llegar. No faltaron sin embargo los comentarios negativos, algunos de ellos alentados por viejos resentimientos derivados de la severidad que el mismo Clarín solía aplicar como crítico. Durante la primera mitad del siglo xx, su reputación como crítico prevaleció sobre la que gozaba como narrador y, salvadas las excepciones, “La Regenta” ocupó un lugar más bien secundario en la opinión de la crítica académica y en los manuales de historia literaria (un lector tan perspicaz como Max Aub se refiere a ella condescendientemente en “Discurso sobre la novela española”, de 1945, donde le reprocha que su condición de crítico, «tan metida en el alma», haga de su creación novelesca «una constante tribuna del autor que ironiza acerca de todos sus personajes»). El violento anticlericalismo de la novela contribuyó a que tras la Guerra Civil la censura franquista pusiera obstáculos a su reimpresión y a su distribución. Fue con ocasión del primer centenario del nacimiento del autor, en 1952, cuando empezaron a prosperar los estudios serios sobre la obra, que poco a poco fue ganándose el aprecio de todo tipo de lectores, hasta conquistar el puesto tan relevante que hoy ocupa en el canon literario español.

La Regenta

Leopoldo Alas «Clarín» 

Edición a cargo de Ignacio Echevarría

Alba Clásica Maior

896 páginas

39,50€

Compartir el artículo

stats