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¿Por qué importa la filosofía?

La colección de bolsillo de Alianza editorial busca la respuesta a la utilidad de la disciplina en tierras inglesas

Cultura - Libros

Lo primero que llama la atención de este librito, aparte de la excelente idea de una colección de solo 100 gramos, es que proceda de una traducción de “Phylosophy: Why It Matters”, a cargo de Irene Riaño de Hoz. Digo que llama la atención porque queda la duda de si es que hay una dependencia anglosajona (también para cuestiones tan generales) o si es que, en la república de los libros, la importación se rige por dinámicas selectivas propias o, tal vez, como una mercancía más (¿por qué habría de ser distinta?).

La respuesta de fondo que se ofrece a la cuestión planteada en el título es que la filosofía sirve para hacer aquello que la ciencia no puede. Mientras la ciencia hace experimentos con el mundo, la filosofía hace “experimentos mentales”, por supuesto, racionales y críticos como los de la ciencia. Como lector implicado, creo que es una fórmula sencilla y cómoda, que puede servir para empezar desde lo aparentemente obvio, pero que enseguida habría que matizar tanto que habría de reconocerse el trampantojo que encierra. Aunque los dos autores, Helen Beebee y Michael Rush, partidarios de la filosofía analítica, ya avisan de su propósito, que no es dar respuestas sino unas pocas claves para que el lector elija y elabore sus postulados filosóficos.

Se centran especialmente en mostrar que no es lo mismo pensar a tontas y a locas que hacerlo con rigor, ya que, junto a las cuestiones científicas y puramente prácticas, gran parte del resto de los problemas son filosóficos. Tan solo es preciso que nos importe la verdad y que reconozcamos que en ocasiones eso tiene alguna complejidad y, por tanto, necesidad de crítica o de criba (para desechar lo inapropiado) y necesidad de coherencia lógica. Además del rechazo sin contemplaciones de los prejuicios, o sea, de las ideas mal orientadas.

La metodología filosófica se ejemplifica a través de cuatro grandes problemáticas. Tenemos que comprender: 1) a nosotros mismos, 2) el debate público, 3) el mundo y 4) cómo debemos comportarnos. Así, para comprendernos a nosotros mismos habríamos de decantarnos, con un sistema de ideas consistente, sobre si, por ejemplo, son iguales o diferentes el “cerebro” y la “mente”. Para comprender el debate público, se haría preciso separar la información de la desinformación, pues el engaño, el “decir idioteces” (“bulshitt”) tiene gran poder de distorsión ideológica. Pero, entonces, hay que saber hasta dónde puede ser lícito mentir. Para comprender el mundo sería necesario entender bien cuál es la función de la ciencia y sus fronteras, ya que las distintas ciencias no son capaces de contornear todo el conocimiento, ni mucho menos. Y aquí entra, sin duda, el papel social de la filosofía. Y para comprender cómo debemos comportarnos sería aconsejable tener bien estructurados los campos de la moralidad, de la ley y de la religión.

Vidal Peña, en su última clase como catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo, en 2011. | Miki López

Vidal Peña, en su última clase como catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo, en 2011. | Miki López

El libro consigue aclarar bastante bien que la filosofía no es solo útil, sino necesaria en la vida corriente para, por ejemplo, aprender a plantear bien las preguntas. Y en cuanto es de pura iniciación, aunque sería una lectura apta para estudiantes, parece que está dirigido al ciudadano de cultura media que quiera mejorar su perfil filosófico. De hecho, se parte de que “su enseñanza en las escuelas no está demasiado extendida”.

La filosofía no es solo útil, sino necesaria en la vida corriente para, por ejemplo, aprender a plantear bien las preguntas

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El contenido de este opúsculo, sin ambiciones doctrinales, no entra en el debate del papel de la filosofía en la educación reglada. Tal vez porque se trata de una filosofía muy pragmática, que parte de la cruda realidad y que no aspira a cambiarla, pues el horizonte se ve muy oscurecido. Y en esto, como lector crítico, le doy la razón (muy a mi pesar), porque: ¿las elites dirigentes distinguen acaso bien entre el papel de la ciencia y el de la filosofía?, ¿conocen seriamente en qué medida las “humanidades” deberían formar parte nuclear –no solo decorativa– de nuestro paradigma tecnológico?, ¿saben que la reflexión filosófica se entrevera con las humanidades pero en igual medida con las ciencias?, ¿saben, además, que la filosofía no solo posee armas de larga tradición contra lo banal y actual, sino que significa la apuesta por el último grado de madurez intelectual de la persona concreta?, ¿saben que no habría que confundir las múltiples filosofías posibles –analíticas, dialécticas, posmodernas, fenomenológicas… (que cumplen con sus funciones exploratorias)– con las asignaturas de filosofía, que habrían de contemplar no solo unos contenidos asentados, sino una metodología de trabajo escolar que dispusiera de horario homólogo al de cualquier otra materia educativamente importante?

Ni se sabe ni parece urgente que se sepa. Donde hay angustia por sobrevivir, ya está dicho: “Primum vivere, deinde philosophare”. A esperar.

Filosofía: ¿por qué importa? 

Helen Beebee y Michael Rush

Alianza editorial, 128 páginas, 10,95 euros

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