El 11 de marzo de 2004, una tarde de plomo se abatió sobre Madrid. La ciudad luchaba por despertarse de la pesadilla desatada por los atentados en los trenes de cercanías de esa mañana, entre el dramático recuento de víctimas y las dudas sobre los culpables. Pero en aquella realidad suspendida, algunos coletazos de vida "normal" seguían su curso. En Aqualung, una sala de conciertos que cerró sus puertas en 2006 y que durante años fue uno de los principales templos indies de la capital, actuaban Belle and Sebastian, y el concierto no se suspendió.

Los escoceses eran una de las bandas de culto en aquella época, y encabezaban una de las múltiples british invasions que siguieron a la gran ola del brit pop comandada por Blur y Oasis. Aquel combo numeroso de chicos y chicas de treintaytantos se había especializado en un pop que combinaba con desparpajo nostalgia y humor, y que se sostenía sobre unas canciones ultramelódicas y tranquilas, con pianos y guitarras acústicas ocupando el lugar del ruidismo habitual entre los grupos alternativos. Una explosión de música colorista y risueña que aquella noche se estrellaba contra una ciudad fundida a negro.

“Lo que recuerdo es que nos sentimos como unos entrometidos, unos extraños que no sabían muy bien qué hacían allí. Pero al mismo tiempo te das cuenta de que una tragedia así le puede suceder a cualquiera, y por eso también sientes una conexión especial. La verdad es que fue un momento muy triste”, recuerda Stuart Murdoch, miembro fundador y líder de facto de la banda. Lo cuenta dieciocho años después en la azotea de un hotel madrileño en el que le acompaña Sarah Martin, socia en el grupo desde sus comienzos a mediados de los 90. Mientras el periodista se refugia en la sombra, los dos músicos parecen dos girasoles buscando el sol en la cara. Lo achacan al déficit de vitamina D al que les condena la vida en Glasgow.

Los dos artistas, en busca de esos rayos de sol que escasean en Glasgow. / Alba Vigaray

Aquel concierto del 11-M fue gélido. Arrancó la velada un joven Adam Green, hoy en día leyenda del antifolk neoyorquino. Un artista provocador y bromista que no sabía muy bien cómo actuar sobre el escenario. Cuando subieron Belle and Sebastian, toda aquella magia romántica y divertida que contagiaban sus canciones se vió amortiguada por un colchón de extrañeza que les quitaba toda la fuerza. Los que habíamos decidido asistir al concierto a pesar de todo, sin saber muy bien por qué, estábamos más atentos a los SMS que nos llegaban con las mentiras de Acebes y compañía que a lo que sucedía en la sala. Para la banda, en cambio, aquella no era una situación nueva.

"El que no quiso venir al concierto, no vino, pero los que lo hicieron probablemente sacaron algo bueno, un sentido de comunidad o algo parecido”

“Nos pasó lo mismo el 11-S [de 2001, día de los atentados de las Torres Gemelas]. Aquella noche tocábamos en Portland y, como en Madrid, no sabíamos si cancelar o seguir adelante con el concierto. Medio país se cerró de pronto”, cuenta Sarah. “Si al final lo hicimos es porque creo que a veces la gente prefiere asistir y buscar apoyo en el hecho de estar rodeada de otras personas. El que no quiso venir, no vino, pero los que lo hicieron probablemente sacaron algo bueno, un sentido de comunidad o algo parecido”.

Una banda diferente

Stuart y Sarah pasaron por la capital hace unas semanas para presentar 'A Bit of Previous', su nuevo álbum, que se publica este viernes. Otra infausta coincidencia quiso que el disco se anunciase el día que Rusia comenzó la invasión de Ucrania. “En circunstancias como esta, nos sentimos un poco inútiles. La música parece algo trivial, y piensas qué puedes hacer para ayudar”, reflexiona Stuart. “Estuvimos hablando mucho sobre esto. Pero entonces vimos cómo el propio presidente de Ucrania, hablando a los músicos durante la gala de los Grammy, decía: ‘necesitamos vuestra música, necesitamos que habléis en nuestro nombre y que llenéis el silencio con música’. Y creo que todos estamos haciendo lo que podemos para seguir adelante”.

Belle and Sebastian podrían ser la antítesis musical de esa testosterona que lleva a un tipo a declarar una guerra e invadir un país. Cuando surgieron, en 1996, las bandas mixtas de hombres y mujeres no eran habituales, como tampoco lo era que su público no tuviera clara la orientación sexual de sus miembros. No tenían miedo de mostrarse sensibles en sus canciones, aunque algunos les acusaran de ñoños. Sus tres primeros álbumes ('Tigermilk', 'If You’re Feeling Sinister', 'The Boy With The Arab Strap') fueron tres tratados de pop cristalinos, casi perfectos, que definieron un sonido muy propio pero que no obtuvieron un éxito inmediato.

Murdoch, principal autor de la banda, cantaba con una medida ingenuidad sobre lo que descubría en sus paseos en autobús, sobre las cuitas amorosas propias de la edad o sobre los padecimientos de la fatiga crónica que sufrió cuando era joven, con algunas notas de espiritualidad cristiana salpicando el conjunto. Aquella fórmula les convirtió durante años en una banda de culto. Pero a principios de los 2000 ya eran uno de esos nombres que se colocan arriba en los carteles de los festivales. Dos de sus miembros fundadores, Stuart David e Isobell Campbell, abandonaron por entonces el barco, y el grupo siguió persiguiendo la misma fórmula pero primando los 'hits' individuales por encima de la calidad del álbum. A pesar de algunos vaivenes, su discografía se ha mantenido razonablemente sólida a lo largo de su carrera.

'A Bit of Previous' arranca con una canción, 'Young And Stupid' (joven y estúpido) que parece dibujar un ajuste de cuentas con la edad. Pero ellos advierten: que nadie piense que el disco, un combinado de canciones de diferentes estilos y temas -unas con su sonido de siempre, otras más bailables y ochenteras, alguna con ecos de gospel o doowoop- va de eso. Aquí no se echa nada de menos. “Aunque alguien lo escribió en la nota de prensa, este no es un disco sobre hacerse viejo”, dice Murdoch, que lo explica con socarronería: “Cuando tienes dos hijos de 5 y 8 años, no hay mucho tiempo para mirar atrás. Estás tan ocupado tratando de mantenerlos con vida, evitando que se caigan del balcón o que metan los dedos en un enchufe, que no tienes más remedio que vivir en el presente”.

Pandemia, religión y política

El disco debería haberse grabado en la primavera de 2020 en Los Ángeles. Pero pasó lo que pasó, y el grupo se vió obligado a hacerlo en Glasgow, esperando a que pasaran los confinamientos más estrictos. Tenían claro que no querían trabajar como lo hace casi todo el mundo hoy en día: cada uno en su casa y enviándose las ideas por WhatsApp o email. “La cosa no fluye de la misma forma si no trabajas simultáneamente, escuchando en directo lo que hace cada uno”. Para poder hacerlo, prepararon su estudio. Pusieron paneles y cristales para dividir espacios y trabajar juntos, pero separados. Con distancia social. Además, “nos gastamos una fortuna en un nuevo sistema de ventilación -comenta Sarah- ahora parece una discoteca” [risas].

Este es el primer largo con material nuevo de la banda en siete años. No es que en ese tiempo hayan estado desaparecidos, ni que se hayan cruzado de brazos. Publicaron varios EPs, un álbum en directo y firmaron una banda sonora. También organizaron un festival en un crucero por el Mediterráneo que partió de Barcelona y que ahora no repetirían: la huella de carbono. “Haríamos algo más responsable, más verde; cuando sabes el daño que puedes hacer no te quedan ganas de repetir”, se justifican.

Stuart, además, recondujo su vertiente espiritual hacia unas sesiones de meditación online que tuvieron mucho éxito durante la pandemia. Se explaya al hablar del Budismo, su obsesión más reciente: "Jesús y la Biblia son muy misteriosos. Dejan mucho sin explicar y Jesús habla con parábolas. En el Budismo, en cambio, se habla de los mismos sentimientos y también te dicen cómo actuar. Pero Buda analiza. Es más mental. Creo que ambos pueden convivir: para mí, el cristianismo es más del alma y el budismo más científico. Y éste marca una senda de disciplina que me parece interesante”.

"No creo que haya mucha gente que tenga una opinión ni remotamente positiva de este gobierno"

Otro tema importante, este para los dos, es esa posible independencia de Escocia que vuelve a estar en la agenda política. Aquí es una Sarah muy política la que lleva la voz cantante: “Es deprimente que una postura tan extrema como la del actual gobierno británico tenga una mayoría así. No creo que haya mucha gente que tenga una opinión ni remotamente positiva de este gobierno. Una Escocia independiente, con un sistema electoral proporcional, daría lugar a un gobierno mucho más moderado”, explica. “No es una cuestión de nacionalismo. Londres hoy en día ejerce una tiranía muy asfixiante”, le secunda Stuart. “Yo me pregunto cada día cómo este gobierno no ha caído todavía. Ahora ha pasado esto de la mujer del ministro de economía, Rishi Sunak, con su estatus de ‘no residente’ para no pagar impuestos en Reino Unido mientras su marido le subía los impuestos a los pobres”, se lamenta Sarah. Y concluye: “Sería para partirse de risa si no diera tanto miedo”.