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Arqueología del futuro

Sobre la preservación del legado de los artistas actuales

Para homenajear a un pintor, siempre mejor hacerlo en vida que celebrarlo después, tarde, mal y nunca. Cuando desaparecen, lo que queda es un montón de cuadros arrumbados en los talleres, en muchos casos lo mejor de la producción de los artistas, que suelen guardar para sí aquello que piensan que deben dejar en herencia, y en definitiva un gran lastre con el que no se sabe muy bien qué hacer. Se encajan donde se puede, se dispersan sin ton ni son y con ello se pierde un patrimonio valiosísimo que es historia del arte actual y que por su falta de protección, y el desinterés institucional y académico, se deja innecesariamente en manos de los arqueólogos del futuro.

Eso a pesar de la buena voluntad de los herederos, que normalmente en primera instancia suelen luchar para lograr que ese legado se preserve y quede memoria de lo conseguido por el artista. Son muchos los nombres que se vienen a la cabeza, pero por ejemplo se puede mencionar a los del pintor Casimiro Baragaña, fallecido en 2016, que acaban de mostrar en la Fundación Municipal de Cultura de Siero parte de la colección de la que todavía son propietarios, perpetuación de una herencia que, en el caso de este destacado pintor asturiano, también se extiende al certamen nacional de pintura que lleva su nombre, que presidió durante sus primeras ediciones y ha sido mantenido póstumamente por el Ayuntamiento de su localidad de origen.

Nacido en 1923, y formado en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, recibió becas para ampliar estudios en Roma y París, donde se abrió al mundo, sin por ello desarraigarse de su Pola de Siero natal, el centro cordial desde el que se expandió. Ya en su primera exposición individual, celebrada en Oviedo en 1956, estaban definidos los temas y las técnicas que se mantuvieron en su trabajo posterior, casi invariables y sin apenas evoluciones salvo en el color. En primer lugar la figura humana, bajo la influencia del precubismo cezanniano de Daniel Vázquez Díaz y el Picasso azul y rosa, con los frescos florentinos y pompeyanos como modelo a seguir también en cuanto a forma y color. Luego los bodegones, de cada vez más explícita preponderancia de la mancha-pincelada, con la que alcanzó los límites de lo figurativo rozando la abstracción. Y finalmente sus paisajes, que es sin duda lo mejor de su producción y que han hecho que sea considerado como uno de los principales paisajistas que ha tenido Asturias.

Baragaña fue un maestro del desdibujo, con pinceladas entrecruzadas que a la vez descomponen, sintetizan y trazan, en un recital expresivo que no obstante se mantiene conciso y exacto. Su redescubrimiento del paisaje asturiano se produjo paradójicamente por contraste con el seco e invariable paisaje madrileño, cuando quedó admirado de la diversidad del color de los otoños norteños. Comenzó a hacerlos a finales de los años cincuenta, ya con su característico estilo, y siguió hasta el final. Convenientemente recreados y reinterpretados por un post-impresionista y secesionista que se reconocía complacidamente como “paisajista de salón”, su pericia le permitió introducir colores y tonos al óleo inusuales, como violetas, malvas, fucsias y rojos, armonizados con los verdes, amarillos y naranjas, tan expresivos y vigorosos como refinados. De ello dio buena cuenta la exposición en Pola de Siero, recientemente clausurada, que llevó por significativo título “La expresividad de un legado”.

Cuando un pintor fallece, el primer impulso es siempre mostrar su obra, como asimismo lo han hecho y con premura los descendientes de Luis Fernando Aguirre, de cuya ausencia en noviembre de 2021 se hicieron eco estas páginas. También en la Casa de Cultura de su localidad natal, Villaviciosa, se muestran todavía una veintena de cuadros y algunos originales de sus ilustraciones para “El País” que son una primera aproximación íntima a este expresionista abigarrado, que en los años ochenta tanto tuvo que ver con los “esquizos” madrileños. Como todo pasa y nada queda, lo mejor que ha podido hacer la familia es donar al Ayuntamiento uno de sus cuadros de mayor tamaño, “Andando sobre el mar tendido y alto”, de 1983, personal aplicación del método paranoico-crítico del surrealismo que sin duda lucirá en las estancias municipales.

Otra sala al acecho de esta demanda es también la del Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, donde el pintor Juan Gomila, nacido en Barcelona en 1942, pero vinculado desde muy joven a la ciudad de Gijón, en la que reside actualmente, muestra una veintena de sus obras recientes, varias de ellas de gran formato. Si en los últimos siete años ha pintado tanto, qué no conservará para sí un artista que vivió en Londres la efervescencia del pop en los años sesenta, que con sus “Cajas-ambiente” obtuvo el primer premio de la X Bienal de Alejandría en 1974, que representó a España en la Bienal de São Paulo y en la Bienal de Venecia, que compuso sinfonías urbanas, sobre el que se realizaron películas, con obra en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, y que mantiene intacta su gestualidad iconográfica y su vitalidad, a sus ochenta años. Es de esperar que tras su presencia lo deje todo atado y bien atado.

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