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Tinta fresca

Una mujer de armas tomar

Ricard Ibáñez recrea en "El llanto del Quetzal" las aventuras de María de Estrada en el Nuevo Mundo

Cultura - Libros

Ricard Ibáñez nos pone en antecedentes sobre su novela "El llanto del Quetzal": "De María de Estrada han hablado cronistas como Cervantes de Salazar, Juan de Torquemada, Diego Muñoz Camargo, Bartolomé de las Casas y sobre todo Bernal Díaz del Castillo, que fue el único (salvo quizá de las Casas) que la conoció personalmente. No existe una crónica de su vida, únicamente notas y comentarios fragmentarios, dispersos aquí y allá. El ‘se supone’ o ‘se deduce’ pesa más que el ‘se sabe con certeza’.

Por su apellido, explica el autor, pudo ser asturiana (o al menos de padres asturianos). "Un Francisco de Estrada acompañó a Colón en el segundo viaje como grumete, y es posible que fueran hermanos. Sea como fuere, embarca hacia el Nuevo Mundo alrededor del año 1500, su barco naufraga y es capturada por los indígenas de Cuba, que le perdonan la vida. Con ellos convivirá cerca de dos años, antes de ser ‘liberada’ por los españoles".

Posteriormente, prosigue Ibáñez, "la encontramos residiendo en la isla, unos dicen que como tabernera, otros que como prostituta. Con unos treinta años (es decir, talludita para la época) acompaña a Cortés en su expedición (pues el astuto conquistador planea una argucia legal para hacerse con el control de la expedición, y no ser un mero capitán de Diego Velázquez, el gobernador de Cuba: Funda un municipio (Veracruz), licencia a sus hombres y a continuación se hace nombrar capitán de una nueva expedición, esta vez ya hacia el interior, al encuentro de ese imperio tan rico del que han tenido noticias".

Recordemos: las mujeres, necesarias por ley para fundar un municipio, se quedan en la costa… "excepto María de Estrada, que insiste en ir con los expedicionarios, siendo la única mujer castellana que conoció Tenochtitlán, la capital azteca, en todo su esplendor".

Algunos dijeron que "María era una mujer soldado. Luchó por su vida en varias ocasiones, pero no fue una militar al uso, como sí lo fue, por ejemplo, Catalina de Erauso, la ‘Monja Alférez’, que fue promovida al rango de oficial por méritos propios. Otros la etiquetaron como sanadora, e incluso como ‘bruja’, ya que aplicaba remedios de hierbas que había aprendido de los indígenas".

Hay que dejar claro que "una única etiqueta no basta para encuadrar a esta mujer, testigo excepcional de las intrigas entre españoles e indígenas (y entre ellos mismos), de las proezas de unos hombres dispuestos a todo por conseguir gloria y fortuna y de otros dispuestos a morir por salvar su civilización".

Nos encontramos en esta absorbente y documentadísima novela "una cultura rica, sofisticada y a la vez sanguinaria y cruel, que perecerá bajo las espadas y los arcabuces de los conquistadores". Y en la memoria se instalará la figura extraordinaria de una mujer de vida apasionante a la que Ibáñez se aproxima con apasionada escritura.

El llanto del Quetzal

Ricard Ibáñez

Red Key Books, 332 páginas, 19,95 euros

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