Uno podría pensar que el verano, cuando dejamos en masa las ciudades en busca de destinos más seductores, es el momento perfecto para reencontrarnos con la belleza de paisajes de postal. Pero las vacaciones, al menos en España, no lo ponen fácil. Gran parte de nuestra costa es hoy en día una orgía de cemento sin sentido. Y si lo que buscamos es el descanso en el campo, nos lo encontraremos salteado de pueblos que quizá fueron bonitos en su día, pero a los que un progreso mal entendido llenó de construcciones donde la armonía con el entorno o el cuidado del patrimonio no importaban. Lo que dejamos atrás, las ciudades, casi siempre mal planificadas y pasto de la voracidad del ladrillo, tampoco se salvan. Claro que quedan todavía algunos lugares bien conservados o en los que se aplicó un urbanismo razonable. Pero por desgracia, son minoría.

"España es maravillosa y tiene cosas absolutamente increíbles. De ahí la impotencia de ver cómo se ha malbaratado el territorio", se lamenta Andrés Rubio. Este periodista especializado en diseño, urbanismo y arquitectura coordinó durante más de 20 años El Viajero, el suplemento de viajes de El País. En aquella redacción, él y su equipo se encontraban a menudo con un problema: que muchas fotos de pueblos y ciudades de España tenían que reencuadrarlas para tapar "lo feo" que aparecía en ellas. "Es algo que nunca nos ocurría con lugares de Francia, ni incluso de Italia, que tiene algún problema parecido al de España, pero no tanto. Eso me hizo preguntarme como periodista curioso el por qué, cuáles eran las causas. Y en un momento determinado decidí ponerme a investigar".

El resultado de esa investigación que le ha llevado dos años de trabajo es España fea (Debate), un libro en el que Rubio describe lo que él llama "la conspiración contra los paisajes de España, una especie de guerra cuya víctima es el territorio, su identidad y la identidad de los españoles". Esa conspiración se ha cocinado a base de corrupción, avaricia e incultura, y se plasma a menudo en agresiones tan evidentes y grotescas como el célebre y faraónico hotel de El Algarrobico, un monstruo que rompe el paisaje de la costa almeriense. Pero también en prácticas tan extendidas y aparentemente poco importantes como cerrar ilegalmente una terraza de un edificio de pisos que se concibió como espacio abierto a la calle. Porque esas malas prácticas han permeado desde arriba, desde las más altas instituciones y grandes empresas, hasta la relación con el entorno y la arquitectura de muchos ciudadanos.

P. Dice en el libro que éste es el mayor fracaso de la democracia. Podría parecer un poco exagerado si pensamos en otros problemas, como la desigualdad, o el conflicto territorial...

R. No, no, porque el libro habla del concepto de justicia espacial. Un concepto de Edward W. Soja que dice que cualquier persona tiene derecho a una calidad del entorno en el que vive, con independencia de su riqueza. Y ese concepto lo abarca todo. Si tú haces buenas ciudades estás fomentando la justicia en todos los sentidos, porque estás haciendo que la gente tenga un centro de salud, un polideportivo, una residencia de ancianos, un supermercado, la posibilidad de trabajar... y todo en un entorno agradable. Eso, arquitectónicamente, no se ha pensado. Por eso no creo que sea exagerado

P. ¿Cuál recuerda como su primer choque con esa 'España fea'?

R. Una tía mía se casó con un tinerfeño, se fue a vivir allí y yo fui a visitarles cuando era adolescente. Entonces mi tío me llevó a ver el valle de La Orotava. Estaba súper orgulloso y me enseñó aquel lugar del que Alexander von Humboldt había dicho a finales del siglo XVIII que era lo más bello que había visto nunca. No volví a la isla hasta 30 años después. Y cuando lo hice recuerdo ir conduciendo, buscando el valle, y aquello ya no estaba. Se había convertido en una especie de amasijo, de desparrame de construcciones sin orden. Habían destruido ese monumento de la naturaleza.

P. Leyendo el libro, parece que se hubiera recorrido el país metro a metro. ¿Qué lugar le ha sobrecogido más, por su nivel de destrozo?

R. Como decía, me impresiona mucho Canarias. Y Galicia también. Pero toda la costa está maltratada. En Baleares está ese concepto de la ‘balearización’. Y en Andalucía ni te cuento, toda la Costa del Sol. En Asturias no tanto la costa, que está mejor preservada quizá porque es más abrupta y porque tuvo una legislación previa interesante. Pero por ejemplo, en Asturias todo lo que son las ciudades y los pueblos también están muy destrozados. En el País Vasco lo mismo. Se salva un poco a lo mejor Navarra, porque fueron más pioneros. Allí empezaron las primeras casas rurales. Navarra es un sitio que ha tenido cuidado con su paisaje.

P. Y sobre todo se salva Menorca, o eso dice en el libro.

R. Sí. Aunque también hay puntos de Menorca que están muy destrozados. Sin embargo ellos, con el Camí de Cavalls [el 'camino de caballos', un sendero histórico que bordea toda la costa], que lo recuperaron y así impidieron que los políticos cementificadores sobreconstruyeran allí, tuvieron un impacto maravilloso, en la línea de lo que debe ser: la deconstrucción o la detención de la construcción, el desmantelamiento si es necesario y el reciclaje.

Durante el periodo de la democracia, contra lo que hubiéramos podido pensar, los pensadores de la ciudad han estado marginados, y se ha dado manga ancha a los promotores, a lo privado"

P. Escribe, parafraseando a Bruno Latour y a Lewis Mumford, que a España la ha destruido la falta de amor. ¿Por qué no queremos a nuestro país, o al menos a su paisaje?

R. Porque el modelo americanizado caló. El libro puede tratar sobre el paisaje y la arquitectura, pero sobre todo trata del poder. De cómo desde el poder no hay un plan estratégico para detener la expansión constructiva. O, si no detenerla, pensarla de tal manera que no cause estragos en el territorio. Durante el periodo de la democracia, contra lo que hubiéramos podido pensar, los pensadores de la ciudad han estado marginados, y se ha dado manga ancha a los promotores, a lo privado. Si queremos utilizar un término duro, a lo que David Harvey llama un capitalismo global que es brutalmente neoliberalizador. No es tanto culpa de las personas, de los ciudadanos, como de la superestructura política.

P. Sostiene que en lo urbanístico España se mueve entre dos extremos aparentemente contradictorios: la desregulación absoluta, por un lado, pero también la sobrerregulación.

R. Lo que yo vengo a decir es que España está sobreconstruida y sobrerregulada. Habría que deconstruirla y desregularla, porque con el sistema de comunidades autónomas hay miles y miles de normas, reglamentos, leyes que son imposibles de cumplir, y que lo único que crean es una picaresca para infringir las leyes. Y entonces falla el sentido común, falla el ideal del bien común y triunfan los abogados, en el peor sentido. Todo se ralentiza. El caso más patético es el de El Algarrobico [precisamente el proyecto que ilustra la portada del libro], que lleva 15 años entre sentencias y contrasentencias, y al final nadie lo va a demoler. El Supremo había fallado que se demoliera, pero luego el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha desdicho al Supremo. Una persona que estudió el caso, creo que era un miembro del Supremo, lo llamó "galimatías jurídico". En todas estas cosas hay tal galimatías que no se ve la solución.

P. ¿En otros países no es así?

R. Para nada, sobre todo en Francia. Frente al modelo español, americanizado y desregulado, en el que hay muchísimas leyes pero desregulado en el fondo, está el modelo francés, muy supervisado por unos altos funcionarios del Estado que son independientes e incorruptibles. En Francia existe el cuerpo de Arquitectos y Urbanistas del Estado, está el Conservatorio del Litoral y está la Ley de Arquitectura desde 1977, que aquí va a llegar ahora, con 45 años de retraso. Hay un corpus legislativo refinadísimo que dice que el planeamiento de Francia depende del Estado como acto de cultura. Y esto es muy importante: introducir la palabra cultura, porque es un tema cultural, además de ético y moral.

P. Cuando pensamos en el feísmo, siempre culpamos a empresarios y políticos, pero en su libro también apunta a la responsabilidad de los arquitectos.

R. Ellos han sido tomados como rehenes. La conspiración es tan poderosa que no pueden enfrentarse a ella. Y luego los arquitectos de verdadero talento han estado marginados, no se les ha dado el poder. En los casos en que se les ha dado el poder, como [el urbanista] Oriol Bohigas o [el antiguo alcalde de Santiago de Compostela] Xerardo Estévez, los resultados han sido espectaculares, deslumbrantes. Porque España tiene una tradición muy interesante en el pensamiento arquitectónico.

El palacio medieval de doña Berenguela, en León. Un monumento nacional que no se puede visitar porque se encuentra en el patio de un colegio de monjas. ANDRÉS RUBIO

P. ¿La gran tradición ancestral de la que habla en el libro?

R. No, no solo me refiero a los arquitectos anónimos y a los maestros de obra antiguos de los que hablo en el libro, sino también a los arquitectos formados. Por ejemplo, en el siglo XIX, ingenieros como Cerdà y otros arquitectos que hicieron el Ensanche de Barcelona o el de San Sebastián. Y algunos emprendimientos urbanísticos que son maravillosos. Hay una tradición de ingeniería y arquitectura alucinante. ¿Cómo es que cuando muere Franco no se recupera esa tradición y los arquitectos son apartados? Esa es la gran incógnita.

P. Pero también ha habido arquitectos que han participado, voluntariamente, de toda esa cultura de la especulación tan nuestra.

R. Sí, pero una cosa es un arquitecto y otra cosa es un colegiado. Los verdaderos arquitectos seguramente aplicarían la máxima de Bartleby, el escribiente: “preferiría no hacerlo”. Pero siempre vas a encontrar a alguien que lo haga.

P. Al hilo de esto, en el libro habla de Salvatore Settis, el académico italiano que propone que los arquitectos, igual que los médicos tienen el juramento hipocrático, hagan ese juramento al que llama 'de Vitruvio', y que les comprometería a evitar la destrucción del medioambiente.

R. Aquí en España la pionera es Itziar González Virós, una arquitecta catalana que, cuando termina la carrera, promete que nunca va a construir obra nueva. Yo creo que Itziar es anterior a Settis. Settis lo fija en un libro, pero Itziar es pionera en esto. Y ella lo ha cumplido. Es la idea de que España está sobreconstruida. Y hay que parar eso. Ella pide que se paralice por completo la industria de la construcción y que se transforme en una industria del desmantelamiento y del reciclaje.

P. En cualquier caso, en Italia ese juramento de Vitruvio ha llegado a ser adoptado por algunos colegios de arquitectos. Al menos hay debate. ¿Es posible algo así en España, más allá de casos puntuales?

R. Sí, pero creo que los arquitectos temen exponerse y no recibir encargos. Lo trágico es que los arquitectos ocupan una posición muy delicada, porque deberían estar en la primera línea del poder como leales servidores públicos, y en España no lo están. Sin embargo, en Francia sí. El cuidado del patrimonio forma parte de la identidad de los franceses. Es en Francia donde se ha debatido más lo que se llama “la ansiedad de vivir el fin de los paisajes”. Y en cambio, aquí en España, de repente ves que en Andalucía quieren rebajar la protección a las visuales del entorno para que sea más fácil construir en los conjuntos monumentales. Y la desregulación también va a por los paisajes naturales. Ahora mismo en Cantabria se está debatiendo una moratoria para que se pueda construir en suelo rural durante dos años casi lo que cualquiera quiera. Es una trampa, porque es fiar el progreso y la creación de empleo a la construcción. [El arquitecto y académico] Martínez Feduchi en los años 70 ya lo llamaba “especulación disfrazada de un hipócrita avance”.

P. Sitúa el principio de todos estos males en el franquismo.

R. Sí, pero porque además el franquismo coincide con el big bang de la construcción a nivel global. Ese momento coincide con este régimen cultural retrógrado que encima está implementando el modelo americano, que le viene al propio régimen como anillo al dedo, dada su corrupción intrínseca. Es un modelo que favorece lo privado y el neoliberalismo acérrimo, que lógicamente encaja con la corrupción y el todo vale.

P. El problema es que esto continúa con la democracia. E incluso va a peor.

R. Va muy a peor. Sobre todo porque hay un momento en el que la Constitución, que no incluye la palabra paisaje, cede las competencias en urbanismo a las comunidades autónomas. Y entonces se produce algo que está muy generalizado, que es la desvalorización de lo público. Es un tema muy delicado el de las comunidades autónomas, porque cualquier cosa que tú quieras que retorne al Estado, te van a acusar de centralista. Por eso en el libro siempre intento proponer consensos políticos y de intercambio técnico-científico, que es importantísimo. Luego también está, por supuesto, la disposición de los políticos, que es fundamental.

El sobreconstruido litoral de Gran Canaria, en Mogán.

P. Es demoledora esa cita de Fernández Galiano que dice que "el urbanismo basura es la expresión geográfica de la democracia". Un extranjero medio piensa en España y le vienen a la mente los bloques de apartamentos de la costa.

R. Pero incluso cuando piensas en bloques, una cosa es Magaluf, o La Manga del Mar Menor, con esa destrucción medioambiental y de la planificación, y otra cosa es Benidorm, donde más o menos se siguió un modelo de rascacielos, una densidad ecológica que tenía unos planteamientos que más o menos se pueden reivindicar.

P. Pero en Benidorm no hubo una intención de hacer algo sostenible, aunque el resultado fuera ese.

R. Hubo un plan del alcalde falangista que le salió bien. Y se implicó a arquitectos que hicieron rascacielos en Benidorm que son bastante dignos. Lo que dicen ahora algunos urbanistas es que ojalá se hubieran hecho varios Benidorm, así se hubieran salvado fragmentos de la costa.

P. Como ha comentado, defiende la idea de introducir en la Constitución el término paisaje, para protegerlo. La del 31 fue muy avanzada en esto, porque incluía el término "belleza natural". ¿Hay un sustrato social para conseguir algo así?

R. Un poco en Cataluña. Es la zona de España más sensible a todo esto. Por ejemplo, hace unos años, los grupos ecologistas que forman SOS Costa Brava estaban pidiendo públicamente la creación de un Conservatorio del Litoral en Cataluña. Una idea que se debería aplicar en toda España, y que no sería tan difícil: poner a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos costeros de acuerdo y decir "hasta aquí hemos llegado".

P. Como se hizo en la Francia de los 70.

R. Claro. La compra de terrenos por parte del Estado para sacarlos de las garras de los promotores. Y esto en Francia lo hace un presidente conservador, Giscard d’Estaing. Yo cuento esa anécdota, cuando le preguntan: “¿qué va a hacer el Estado con estos terrenos que ustedes están comprando en la costa?”, y él responde: “Naturalmente, nada”. Ese modelo de recuperación ecológica de la costa en Francia ha sido un éxito, con todas las dificultades que tiene. Porque lógicamente vivimos en una sociedad capitalista de libre mercado. Pero el Estado, si se lo toma en serio, puede hacer muchas cosas.

Durante la pandemia, una constructora gallega levantó el esqueleto de un hotel en la icónica playa de La Tejita (Tenerife). ANDRÉS RUBIO

P. Pero esa idea concreta de la Constitución no se la hemos oído defender a ningún partido, ¿verdad?

R. Yo creo que debería de estar, y tendría que estar además en el preámbulo. A mí me parece muy correcto que se utilice la palabra 'paisaje'. Porque ahora es la palabra 'medioambiente' la que prima. Pero la palabra paisaje engloba muchas cosas, y sobre todo es un concepto cultural muy refinado que debe ser reivindicado, porque incluye todo lo demás.

La propia ciudadanía, que viaja cada vez más, que cada vez es más culta y está mejor informada, nota esa falla terrible del Estado español. Cada vez es más consciente de esa catástrofe cultural sin precedentes"

P. Hablaba antes del concepto de 'justicia espacial'. Si los españoles se levantan contra otras injusticias, ¿por qué no se levantan contra esta?

R. Yo creo que es una cuestión política, que afecta también al modelo educacional. Y si desde la política no se fomenta la cultura de la mirada, lógicamente la sociedad no lo va a contemplar. Además, tampoco tienes medios para cuestionar ese nivel tan estructural del Estado como es el desarrollo del territorio. Aunque yo creo que la propia ciudadanía, que viaja cada vez más, que cada vez es más culta y está mejor informada, nota esa falla terrible del Estado español. Cada vez es más consciente de esa catástrofe, una catástrofe cultural sin precedentes.

P. Cita en el libro: la decadencia de las pequeñas ciudades es una de las razones del auge de la extrema derecha. ¿El mal urbanismo se refleja en las urnas?

R. Sí. Mira La España de las piscinas, de Jorge Dioni, un libro interesantísimo. Cómo los PAUs, que es un modelo que encastilla y encierra a los habitantes respecto a la calle, los mete para adentro, crea una especie de votantes intranquilos. Y esos votantes intranquilos son muy susceptibles de votar a la derecha, porque se llenan de miedos y de desconfianza hacia el otro. Cuando el modelo urbano no tiene en cuenta la permeabilidad de las personas en la ciudad, el pensar que todos somos iguales en el espacio público, empieza un problema muy grave.

P. Habla de dos modelos urbanísticos muy políticos, el socialdemócrata y el neoliberal. Uno lo encarnaría Barcelona, y el otro Madrid.

R. Yo nunca oigo a los gobernantes madrileños hablar de la ciudad y del territorio. Madrid ahora mismo tiene un emprendimiento en el sureste, Valdecarros, que va a ser una ciudad como de 300.000 habitantes, pero nadie sabe cómo se va a hacer eso. Y yo creo que es algo que le tiene que preocupar no sólo a las autoridades locales, sino también a las nacionales. Ese debate no se produce en España prácticamente a ningún nivel, salvo excepciones como Barcelona. Es el ‘modelo de la mano ausente’, que es el libro de Suzannah Lessard que yo cito en el mío, porque me encanta ese concepto. Cuando tú no tienes a los pensadores de la ciudad y a los artistas en la primera línea del poder, cuando no hay una mano que guíe, todo se homogeneiza para beneficio de los promotores y de un capitalismo inculto. A mí me parece que el modelo de Madrid en eso no es bueno ni relevante, porque no tiene a un Oriol Bohigas [responsable de urbanismo en Barcelona durante los años 80 y 90, los de la transformación de la ciudad] al frente. Y las ciudades necesitan personajes como Bohigas, con criterio, con decisión y con bagaje intelectual.

P. ¿La situación tiene visos de mejorar?

R. A veces soy optimista, solo a veces. Los intereses son demasiado poderosos y la incultura demasiado profunda.