Un cambio de sentido

Aldous Huxley avanzó las trampas del progreso mucho antes de la globalización y la hipertecnificación

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

En ese mundo de contorno impreciso que llamamos occidental, la idea de progreso nos ha sido de gran ayuda durante siglos para hacer frente al desafío de la existencia. Armados de inteligencia y razón, hemos depositado toda nuestra confianza en la posibilidad de alcanzar un bienestar terminal mediante la aplicación del conocimiento científico. Presumimos de algo así como tener la felicidad aquí y ahora. Creyentes y agnósticos, conservadores y revolucionarios, con distinto grado de convencimiento, no tardaron en rendirse a la fe recién hallada. Modernidad se hizo sinónimo de progreso. La humanidad parecía enfilar en línea recta y a gran velocidad hacia el destino soñado. El individuo, por fin, se vería liberado para siempre de todas las penurias que la especie humana había padecido en su largo periplo por todos los rincones del planeta.

El humo de las fábricas, la agitación de las ciudades y el comercio fueron las señales más llamativas del comienzo de una época embriagadora, que prometía convertir la vida en un disfrute constante a base de todo tipo de delicias para el cuerpo y para la mente. Cualquier novedad era celebrada como un paso adelante. La única condición para seguir por el buen camino consistía en someter la razón a un esfuerzo continuo, que después sería recompensado con beneficios copiosos. La ciencia era la palanca insustituible que impulsaría el progreso. La educación se encargaría de preparar al individuo para obtener el máximo provecho del modo de vida que se inauguraba.

En un principio, los desajustes y conflictos de la industrialización fueron vistos como contratiempos pasajeros, insoslayables en una ruptura histórica de tal calado. Por lo demás, todo iba sobre ruedas. Pero pronto saltaron las alarmas. Primero la hostilidad hacia las máquinas y las miserias de la periferia urbana, luego la desazón intelectual y psicológica de entresiglos, bien reflejada en las grandes novelas de la época, Nietzsche, Freud y tantos otros, y más tarde la guerra. Entonces, alrededor de la idea de progreso se levantaron dudas y sospechas que, con el tiempo, la física nuclear, los totalitarismos y los trastornos que se observan en la naturaleza han ido haciéndose más angustiosas. Jeremy Rifkin, escrutador de las tendencias profundas, da por muerta la era del progreso y presagia que avanzamos inexorablemente hacia la extinción. El ensayista indio Pankaj Mishra, lúcido y penetrante como pocos, advierte que con el cambio climático hemos llegado sin remedio al final de un proceso que creíamos que no tenía fin. El siglo XIX fue el del "Manifiesto comunista" y las utopías, el XX ha sido el de "1984" y las distopías. El optimismo sin límites nos ha abandonado y el pesimismo se está apoderando de nosotros.

El libro que invito a leer reúne cuatro textos breves, escritos entre 1946 y 1962, en los que el autor de "Un mundo feliz" reflexiona sobre la cara desagradable que percibe en el mal llamado progreso, que aspira a que todos los individuos de la especie humana compartan el ideal de ser felices, buenos y creativos. Sostiene Aldous Huxley que nada es gratis y el progreso tiene un precio que convendría pensar cuanto antes si nos interesa asumir. En su opinión, la mayor amenaza procede no de la tecnología, sino de su uso. Se muestra especialmente inquieto por las pautas centralizadoras y autoritarias que fomenta en la política, en la empresa y en general. Postula una vuelta a formas de vida más sencillas, a la medida del ser humano, más cercanas, y recuperar el respeto a la naturaleza. Sorprende, habiendo acaecido desde la redacción de los textos hasta hoy una globalización que centrifuga la sociedad y una inacabable cascada de innovaciones tecnológicas, la actualidad de su examen a las consecuencias del progreso. Queda patente en el libro que Huxley ha caído en la cuenta de sus trampas y que busca la manera de que cada uno llegue a su libertad auténtica.

aldous

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El precio del progreso

Aldous Huxley 

Edición y traducción de Salvador Cobo

El Salmón, 128 páginas, 16 euros 

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