música

Bellini en estado de gracia

El Teatro Real cierra el año con unas espectaculares funciones de "La sonnambula"

Un momento  de la representación. | Javier del Real / Teatro Real

Un momento de la representación. | Javier del Real / Teatro Real

Cosme Marina

Cosme Marina

El bel canto romántico italiano es fuente de problemas si no se materializa sobre el escenario en las condiciones requeridas. En primerísimo lugar hay que contar con el elenco adecuado, con unos cantantes capaces de cumplir en condiciones con los exigentes requisitos vocales de personajes siempre al límite y, en la misma importancia, una lectura musical en estilo y una puesta en escena capaz de superar estereotipos trasnochados; con audacia y riesgo, sin caer en el esperpento. Si no es así, mejor dejarlo, porque lo que habitualmente se ofrece es un pálido reflejo de lo escrito o, lo más habitual, verdaderos despropósitos.

El Teatro Real ha conseguido conjugar los tres elementos de manera magistral en esta nueva producción de "La sonnambula" de Vincenzo Bellini que está dejando funciones apoteósicas, porque este repertorio, cuando se hace bien, es imbatible. El público reacciona con furor a una propuesta perfectamente ensamblada, desde una dramaturgia que no se acomoda hasta una dirección musical de referencia y un reparto fuera de serie.

Bárbara Lluch relee la obra con criterio y eficacia. Sutilmente despoja la trama de ñoñerías y nos la expone sin cortapisas, tal cual es. La lucha de una mujer atrapada por una sociedad que acusa, por un entorno hostil que revienta su inocencia, su candor, con acusaciones que hacen que descarrile su vida de forma cruel. Las crisis de sonambulismo, que son el eje argumental que sacude a la protagonista, se transmutan, en la última de ellas, con un giro inesperado en el que Amina se rebela y decide no ir al altar con el amado que previamente la despreció. Es una propuesta valiente que, además, llega al espectador con fuerza, en perfecto ejemplo de cómo una dramaturgia actualizada tiene cabida en el repertorio tradicional sin necesidad de reventar el libreto. Lluch y su equipo lo consiguen con una eficacia narrativa sin cortapisas. De hecho, el empleo de un grupo de bailarines –sensacional el trabajo coreográfico de Iratxe Ansa e Igor Bacovich– protagónico en el mundo de los sueños traza un puente a la protagonista a entre lo onírico y lo real, mezclados ambos sin barreras y sustenta una interacción en la que conviven ambas "realidades".

"La sonnambula" gana y mucho cuando, desde el foso, la defiende un maestro que sabe de un repertorio nada fácil de gobernar. Maurizio Benini tiene conocimiento y exhibe autoridad. Magistral su lectura de la obra, vehemente en el discurso melódico y con un manejo del rubato ideal que propició una recreación casi mágica de los pasajes clave. Una tensión mantenida que benefició no sólo al sólido y preciso discurso musical, sino también al excelente coro y al elenco que encontró en él un cómplice, algo esencial para que el canto fluya con la energía necesaria.

La aclamación continúa, con apoteosis final, de la pareja protagonista fue un acto de justicia. Tanto Nadine Sierra como Xabier Anduaga dejaron bien claro que no sólo están en la cima de sus carreras, sino que tienen mando en plaza en un repertorio al que muy pocos llegan con su nivel de solvencia.

La Amina de Sierra propició una exhibición vocal de las que permanecen en el tiempo. Agudos y coloraturas de una frescura casi insolente, un control del fiato absoluto, filados infinitos y de exquisitez mayúscula, así como una expresividad mórbida, de enorme sugerencia dramática, marcaron el desarrollo del papel que transitó con holgura por la fascinante línea melódica belliniana. Otro tanto podríamos decir de Xabier Anduaga, que hizo gala de su imponente volumen al servicio de un rol que exige mucho para no quedar desdibujado ante la fuerza del personaje principal. Anduaga mostró con firmeza su magnífico registro agudo y su hermoso y rico timbre que asentaron su impecable interpretación. Afortunada Rocío Pérez como Lisa y, con su habitual clase, Roberto Tagliavini como el conde Rodolfo; fueron ambos elementos básicos para redondear una velada en la que todo el elenco sumó para lograr un éxito de los que cuesta olvidar.

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