música

"Alcina", de la isla al teatro

La Ópera de Montecarlo abre una nueva etapa con una magistral versión del título de Haendel

Cosme Marina

Cosme Marina

En el mundo de la ópera, Cecilia Bartoli es, de lejos, una de las profesionales de mayor influencia internacional. A su espectacular carrera como cantante, aún en plenitud, suma su capacidad organizativa, plasmada en proyectos que han alcanzado, de forma unánime, gran acogida por parte del público así como por la crítica.

Su trabajo en Salzburgo, en el Festival de Pentecostés, se está saldando con convocatorias temáticas que congregan en la cuna de Mozart a los más reconocidos solistas del momento en torno a unas veladas en las que la ópera, las propuestas sinfónicas y un gran número de actividades comparten protagonismo.

Este año, además, acaba de asumir la dirección de la Ópera de Montecarlo, teatro de nutrida historia, muy ligado a la vida del pequeño país de la Costa Azul y a su familia principesca. Para inaugurar la temporada ha decidido empezar a lo grande, marcando su impronta, en el contexto de una temporada que promete mucho y bueno con espectaculares repartos, producciones de primer nivel y unos cuerpos estables en plena forma. "Alcina" de G. F. Haendel, en coproducción con la Ópera de Zurich, fue la primera carta del nutrido juego de cartas que Bartoli irá barajando en los próximos años. El montaje, firmado escénicamente por Christof Loy, uno de los pocos nombres realmente sustanciales en el ámbito de la dirección de escena operística en nuestro tiempo, ha sido capaz de dar la vuelta a la acción, sin perder un ápice del espíritu original de la obra y haciendo que todo funcionase como una maquinaria de perfecta relojería suiza, nunca mejor dicho.

Alcina ©OMC   Marco Borrelli (26)

Cecilia Bartoli y Philippe Jaroussky, en «Alcina». / OMC/Borrelli

La trama "salta" de la isla encantada de la hechicera Alcina a un teatro, un coliseo con sus artificios barrocos, un teatro visto desde dentro y un escenario que, en el último acto, ya amenaza ruina. Los encantamientos de Alcina se van sucediendo, los equívocos, la lucha de las pasiones, el vórtice emocional en el que todos los personajes están inmersos y atrapados. Observados curiosamente por un Cupido crepuscular –deliciosa Katharine Shnert– que ya se las sabe todas y al que, por tanto, nada le escandaliza. ¡Qué magnífico trabajo actoral, y qué bien delineado está cada rol, en su intensidad particular, y qué aroma cómico ayuda a resolver alguna de las situaciones más disparatadas de esta verdadera obra maestra! Loy consigue que la dramaturgia tenga pulso constante, que no decaiga ni un minuto y que los espectadores queden atrapados en la inmensidad de su belleza. Esa tensión también estaba en el foso, con Gianluca Capuano al frente de su formación historicista Les Musiciens du Prince-Monaco (otra creación acertadísima de Bartoli), que se ha convertido en una de las agrupaciones líderes en la interpretación de la música barroca. La fantasía con la que Capuano movió la partitura, los colores orquestales, el trabajo de las variaciones, llevó a una versión magistral, de las que muy pocas veces se pueden escuchar en vivo.

Contó, todo hay que decirlo, con un reparto de excepción encabezado por la propia Bartoli, Alcina referencial que, en su madurez, demostró lo mucho que aún sigue aportando en este repertorio. Mordiente dramático, temperamento y la mayor solvencia técnica consiguieron, por su parte, algunos momentos de una intensidad arrolladora en las arias de bravura. Pero no fue su brillo el de una sola estrella. A su vera, Sandrine Piau cantó una Morgana emocionante, de sobriedad arrebatadora, soberbia en la tan conocida "Tornami a vagheggiar". Y en la terna estelar, Philippe Jaroussky dejó claro, una vez más, que es un contratenor con mando en plaza. Sublime cada intervención suya, vocalmente impecable, y escénicamente no dejó pasar nada, hasta convertirse en uno más del magnífico cuerpo de baile. También a altísimo nivel Varduhi Abrahamyan como Bradamante, Maxim Mironov como Oronte y Péter Kálman como Melisso. Entre todos propiciaron una apertura de temporada de las que dejan huella y marca con letras de oro el inicio de una nueva época.

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