El drama atemperado

En "Santander, 1936", Álvaro Pombo echa mano de la memoria familiar para contar el enfrentamiento entre falangistas y republicanos que precede a la Guerra Civil

Álvaro Pombo.

Álvaro Pombo. / José Luis Roca

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Álvaro Pombo (Santander, 1936) ha escrito otra buena novela poblada de sus viejas inquietudes estilísticas, pero con un nuevo afán, desconocido en la literatura española, por entender a los dos bloques enfrentados en la última guerra civil. Nadie hasta el momento, que yo conozca, se había esforzado tanto por comprender las razones de distinto signo de los personajes atrapados en el conflicto de la II República, el abismo que se abre ante ellos y que desembocará en el enfrentamiento final.

«Es agradable dejarse mecer por la política ilusionada del hijo. A Cayo Pombo, Falange le parece una superchería, ni siquiera eso. Una teatralización de la política, una imitación desangelada del fascismo redentor italiano.

–¿Sabes por qué no hay falangistas en España, hijo?

–¡Sí que los hay! ¡A miles!

–No creo que haya tantos miles, ¿sabes por qué? Porque somos individualistas nosotros. Cada uno de nosotros es un partido político. Un pueblo entero. No nos gusta la uniformidad. Falange es la uniformidad» (pág.126).

La uniformidad puede que no, pero sí el frentismo. Y es precisamente en ese caldo en el que se cocina esta novela con aires galdosianos del escritor santanderino, que recurre una vez más a los suyos, a su propia familia, su abuelo y tíos, para ofrecer un mosaico completo de lo que entonces ocurrió en Santander, una apacible y pequeña capital de provincia, cuando el tiempo cargado de tensiones avanzaba inexorablemente hacia la destrucción de unos y otros.

Pombo se sirve en «Santander, 1936» de la oralidad, monólogos y diálogos con los que va perfilando a los protagonistas de su novela, mientras esculpe a un lado con cincel fino las circunstancias que los rodean. En eso siempre ha sido un maestro. También se vale de la correspondencia que Cayo Pombo, miembro de la alta burguesía, aunque republicano liberal de izquierdas cercano a Manuel Azaña, mantiene con su hijo falangista, Álvaro Pombo Caller, durante el tiempo en que este se encuentra estudiando en Francia y, más tarde, cuando es detenido y conducido al buque prisión «Alfonso Pérez»; o las cartas que el mismo Alvarín cruza con su madre, Ana Caller Donesteve, frívola y cosmopolita, que los abandona a él, a su padre y a su hermano, para vivir otra vida distinta en París y trabajar en el mundo de la moda.

El hilo conductor del relato es la estrecha relación paternal y filial, tierna e íntima, entre el viejo republicano, aún más partidario de Azaña desde el momento en que coincidió con él en una visita a Santander, y el hijo, inicialmente apolítico, que en 1934 se enrola en la Falange convencido de que se trata de un movimiento universal purificador que traerá lo mejor para el país. Alvarín, un buen chico, teóricamente renuente a la virilidad proclamada y el pistolerismo, no deja en cambio de sentirse útil abrazando la mística joseantoniana que tantas veces viene precedida de los puñetazos. «‘La letra con sangre entra, papá’. Y Cayo, paciente y comprensivo, le responde: ‘La letra es el espíritu, a trompazos no se aprende nada’».

El relato se va encadenando por medio de las conversaciones, en ocasiones demasiado idealizadas por su contenido, entre padre e hijo, las reuniones de este con sus camaradas en La Austriaca y los hechos más significativos que se van sucediendo como consecuencia de las tensiones que vive el país y a las que Santander no es ajena: la escalada en la agitación social; las pequeñas escaramuzas entre la izquierda y los falangistas; las enemistades que se disparan; el efecto perturbador de todo lo que sucede en las vidas hasta entonces tranquilas de las personas sumidas en el conflicto, hasta alcanzar la trágica deriva que empieza a producirse con el asesinato del periodista Malumbres, director del diario local de izquierdas más influyente.

«Santander, 1936» es una buena novela documentada de la memoria, escrita por un autor que suele demandarla para llenar el lienzo de las historias que cuenta. Es también una novela de iniciación política y sentimental de uno de los dos personajes principales, el joven falangista que cree haber encontrado en la doctrina de José Antonio el motivo para vivir cuando las circunstancias del momento le han impedido encauzar siquiera su vida. La del melancólico padre de salud debilitada, sumido en la contradicción de sentir simpatía por el ardor y el coraje del hijo amado, mientras es consciente de que el mundo en el que se adentra no tiene nada que ver con las ideas que él siempre ha admirado o creído defender desde una postura cómoda y burguesa. La de las viejas amistades rotas y los amores imposibles truncados antes incluso de despuntar, como el platónico del propio Alvarín hacia Elena, la sirvienta montañesa, que junto a Mercedes y Paco atiende la casa donde viven Cayo y sus dos hijos. O el tío paterno monárquico, Gabriel, que sabe guardar la ropa para no verse comprometido en los tiempos difíciles y que también forma parte del elenco más costumbrista. También es la novela de la narración discursiva que fluye alrededor de los camaradas falangistas, el enérgico Rafa Mazarrasa y el reflexivo maestro Wences; o de El Tote, amigo de la infancia separado por la frontera que surge del conflicto y divide a España en dos bandos irreconciliables. Todas ellas transitan dentro del relato engarzadas y engrandecidas por la facilidad de Álvaro Pombo para ofrecer a los lectores una obra de gran riqueza dialéctica basada en la disparidad, con un estilo directo y una apreciable brillantez conceptual. Y donde destaca, además, ese gran esfuerzo moral del autor por entender desde la moderación y la ternura más conmovedora un período negro de la historia de España del siglo pasado que la mayoría de los escritores ha preferido dramatizar de manera sectaria.

pombo

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Santander, 1936

Álvaro Pombo 

Anagrama, 328 páginas, 19,90 euros   

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