Entrevista | Men Marías Escritora, publica la novela "Lo que arrastra la lluvia"

"He escrito lo que yo quería escribir y como yo quería"

"No me quedó más remedio que armarme de valor y pedir limosna con un chándal viejo y una semana sin lavar el pelo, necesito ser el personaje"

Men Marías.

Men Marías. / Vicente Carvajal

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Men Marías vive en Granada, donde nació en 1989, pero su familia es asturiana de Turón, donde disfrutó de grandes momentos dichosos en su infancia entre el Cantábrico y las xanas, correteando con trasgus y dando esquinazo al cuélebre, aunque también conociendo la oscuridad de la mina y del carbón, del maldito grisú y de los funerales llenos de solidaridad tras una tragedia en las profundidades de la tierra. Tras el vuelo alto de "La última paloma", Marías publica ahora "Lo que arrastra la lluvia", una novela negra atravesada por el dolor y que se aproxima a las fronteras entre la locura y el silencio, con rincones donde habitan la grandeza de la misericordia, la compasión y el amor por el ser humano.

–¿Qué tiene la mirada de Rocío para inspirar una novela?

–Rocío es una mujer a la que conocí hace unos cuantos años. Vivía en la calle. Pero no había nacido en la calle. Procedía de una familia igual que la de cualquiera de nosotros. O mejor. Después formó la suya propia. Igual que la de cualquiera de nosotros. O mejor. Sin embargo, dejó de utilizar el suelo de la ciudad para caminar sobre él y comenzó a utilizarlo para sentarse. La historia de esta mujer es una de las cosas que más me ha marcado en la vida. Obviamente, tenía que escribirla. ¿Cómo no iba a escribir el que, entendí, puede ser el destino de cualquiera de nosotros?

–¿Qué encontró en el mundo de los vagabundos?

–Para escribir esta novela no me quedó más remedio que armarme de valor y sentarme en el suelo a pedir limosna con un chándal viejo y una semana sin lavarme el pelo. Necesito ser el personaje para escribir. Ha sido la experiencia más cruel que he vivido en mi vida, por goleada, además. Encontré asuntos completamente inesperados. El primero y el más importante, como decía, que no todo el que vive en la calle ha nacido en la calle. Que, igual que antes era un lujo tener un barco, hoy en día lo es tener un trabajo. Que, eso que nos parece tan lejano, la calle, está mucho más cerca de lo que nos imaginamos. Y que es un universo con leyes propias. Con jerarquías. Con jefes. Con súbditos. En definitiva, que nada tiene que ver con lo que imaginamos que es.

–¿Qué vio?

–Vi vagabundos que tenían "derechos" sobre otros. Por lo que entendí, los habían conquistado. De varias personas escuché que "la calle hay que ganársela". Me refiero a los espacios, por ejemplo. Una mujer me contó que no puedes llegar y sentarte a pedir limosna donde te dé la gana. Tampoco a prostituirte. Hay una especie de acuerdo no escrito entre las personas que viven en la calle según el cual ésta ya está repartida y, para acceder a ella, hay que hacer méritos. Me hizo pensar en un sistema de arrendamiento o de compraventa, por ejemplo. El suelo tiene propietarios. Un olivar o una finca de almendros pertenecen a sus dueños. Con la calle, sucede lo mismo. Pero no se entra en el sistema con dinero. Hay violencia. Hay verdadera violencia para ocuparla. Reconozco que vi asuntos que me hicieron llegar a sentir miedo. Una escena de la novela narra cómo Marina se sienta en la calle San Juan de Dios de Granada y dos personas, los "dueños" de esas baldosas la echan de allí advirtiéndole que, si no obedece, tendrá problemas. Porque esas baldosas son suyas. No es una escena imaginada por mí. Es real. No cuento lo que sucede en caso de ignorar la amenaza por falta de espacio –hay demasiadas cosas que no he tenido espacio para contar–, pero conozco cuáles son las consecuencias. Porque, insisto, esa escena es real. Y son terroríficas.

–¿Es la suya una novela sobre supervivientes?

–Creo que toda buena novela se centra en el superviviente. O lo que es lo mismo: en el ser humano. Siempre pienso que, la verdadera prueba que tenemos es que, a pesar de todo, la vida no nos convierta en una mala persona. Todos sobrevivimos a lo que nos ha tocado vivir. Como digo, creo que toda buena novela se alzará como el relato de esta cuestión.

–¿Un escritor debe saber escuchar?

–Antes que nada y por encima de cualquier cosa. Sin escucha no existe historia, solo existe el ego de una persona que escribe lo que piensa que sabe que, normalmente, suele ser nada.

–¿Cómo fue encajando las piezas del puzle?

–Con mucha paciencia. Tardé más en encajarlas que en la propia escritura de la historia. Para escribir hay que tener paciencia. Los personajes son muy tiranos, hablan cuando ellos quieren, no cuando el escritor se lo pide.

–Como autora se siente "mendiga, intrusa o diosa".

–Intrusa. Mucho. Cada vez que voy a una presentación, a una firma, a una feria, a un festival… me aterroriza pensar que alguien entre el público se levantará para decirme: sabemos que eres una impostora.

–¿Qué arrastra la lluvia?

–Casas, puentes, árboles… pueblos enteros. Como dice un personaje de la novela, el problema no es la lluvia sino lo que arrastra la lluvia. El ser humano está hecho para sobrevivir. Podemos enfrentarnos a cualquier situación mientras está sucediendo. El problema viene después, cuando lo que ha sucedido se convierte en un pasado del que no podemos separarnos.

–¿Qué la ha dejado más satisfecha de su obra?

–Esta vez he escrito lo que yo quería escribir y como yo quería escribirlo. Es una novela muy políticamente incorrecta. Trata los grandes tabúes de la sociedad. Quería hacerlo y lo he hecho. Miro la novela y es como un espejo que me devuelve mi propio reflejo, no el de otra persona o el de lo que un editor me ha obligado a hacer. Soy yo. Esa es mi recompensa.

–Por cierto, llueve mucho en Asturias, como bien sabe…

–Uno es de donde ha sido niño. Yo he sido niña en Asturias, la familia de mi madre es de allí y esa es mi casa. He sido niña en Castañeras, un pequeño pueblecito cercano a Cudillero. En Gavieiru o, como dicen ahora, "la Playa del Silencio". Cada vez que voy a casa, porque para mí esa es mi casa, me pregunto qué me pide a mí a cambio el mar. Qué me pide a mí a cambio la lluvia. Y me siento una privilegiada por poder decir, sacando pecho, que, aunque en mi DNI diga otra cosa, yo soy asturiana. Yo soy una escritora de la lluvia.

–Una novela muy sentida. ¿Cómo se siente al terminarla?

–En paz. Como hacía mucho tiempo que no me sentía.

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