Érase una vez en la memoria de Tarantino

El cineasta se estrena como ensayista con "Meditaciones de cine", sobre sus pasiones como espectador en los fértiles años 70

Érase una vez en la memoria de Tarantino

Érase una vez en la memoria de Tarantino / Ilustración: Pablo García

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tras su estimulante novelización de "Érase una vez en Hollywood", el cineasta Quentin Tarantino añade una muesca más a su carrera como escritor con el ensayo "Meditaciones de cine". Si no deja indiferente a nadie con sus películas tampoco lo hace con su aproximación a una memoria cinéfila volcada en los años 70, considerada por el realizador de "Pulp Fiction" como una década prodigiosa que alimentó su voraz necesidad de alimentarse de celuloide. Y nada de academicismos, por favor. De Tarantino conocíamos su fascinación por creadores y títulos nada convencionales, en ocasiones incluso marginales, y eso es lo que convierte este libro –estés o no de acuerdo en algunas de sus afirmaciones– en una experiencia tan gratificante como ilustrativa en su mezcla de reflexiones personales a partir de sus gustos y / o manías e información de primera mano sobre determinados títulos. Impagable, por ejemplo, la aportación a "La huida", de Peckinpah, a partir de lo que pasó en el rodaje y de su propio rechazo a uno de los actores que, en su opinión, desbarataba una parte importante de los resultados.

"Si no fuera director sería crítico de cine. Es lo único más para lo que estaría cualificado", dijo en cierta ocasión Tarantino (Knoxville, Tennessee, 1963). Este libro es lo más parecido a esa variable como devorador de películas, y lo hace rompiendo moldes convencionales y exhibiendo una subjetividad sin corsés. No olvidemos que siempre se mostró muy crítico con intocables como John Ford. No por casualidad hay un homenaje muy sentido a las intensas críticas de Kevin Thomas en "Los Angeles Times", y que le sirvieron para descubrir y amar las películas sin formalismos acartonados. Ese es el camino elegido por Tarantino: ofrecer una guía de su educación sentimental a través de su propia memoria –en cierto modo, lo mismo que ha hecho Spielberg en "Los Fabelman", siendo cineastas casi opuestos–. Y en ese viaje importa lo que vio, pero también cómo, dónde y con quién. En sus primeros planos como espectador, con su madre.

Sus obsesiones tuvieron en los años 70 un suculento caldo de cultivo. Y muy nutritivo. No es de extrañar que las películas sobre venganza alimentaran su inspiración futura como cineasta. Algunas tan populares como "Harry el sucio (1971)", "Defensa" (1972), "Taxi Driver" (1976) o "La fuga de Alcatraz" (1979) y otras menos como "La organización criminal (1973)" o "El expreso de Corea (1977). ambas del hoy olvidado John Flynn. Es muy interesante cómo Tarantino ensambla sus textos a partir de su recuerdo con aportaciones informativas sobre cómo se gestaron las producciones, porque él sabe mejor que nadie cómo influyen las peripecias de la escritura de un guión, los vaivenes del rodaje o las trampas de los repartos. Sin pestañear, califica (y argumenta con descaro) como comedia buena parte de "Taxi Driver", la imagina rodada por Brian de Palma (y nosotros con él) y le pega una colleja a Scorsese por su visión moral de la violencia.

Recordemos: siendo un crío, Quentin no veía películas apropiadas para su edad. "A mí me preocupa más que veas las noticias. Una película no va a hacerte daño", le explicó su madre. De ahí que sus compañeros de clase le vieran como una "persona sofisticada" por esa libertad como espectador durante 1970 y 1972, imágenes que, reconoce, "horrorizaría a la mayoría de los lectores". Por ejemplo, "El grito del fantasma", con Vincent Price, o "La residencia", de Chicho Ibáñez Serrador, que considera "excelente". Cuando se proyectó "Pólvora negra" –un violento ejemplo de "blaxploitation" o "explotación negra", con Jim Brown– hubo tal follón entre los espectadores negros que Tarantino, a sus nueve añitos, se apuntó aquel sábado por la noche de 1972: "Fue posiblemente la experiencia más masculina de la que había formado parte jamás".

Otra confesión impactante: "Bambi". ¿Perdón? Sí: "Nada me preparó para el desgarrador giro en los acontecimientos". Algo que le marcó a fuego. Sólo tenía 14 años (14 años de "aquella") cuando entró en una sala a ver porno: doble sesión del Pussy Theatre, en Hollywood Boulevard. "Garganta profunda" y "El diablo en la señorita Jones". Dos años después trabajó de acomodador en ese mismo cine. Luego se pasaría a un empleo más convencional en un videoclub, una fuente inagotable de experiencias gratuitas. "Bullit" o "La casa de los horrores" son otros títulos que van apareciendo, unas veces para detenerse en la personalidad de Steve McQueen y otras para cargar contra el papel de cierta crítica cinematográfica: "Como chico al que le encantaba el cine y pagaba por ver casi cualquier cosa, yo los veía como simples gilipollas insidiosos". "Escribían con la actitud de alguien que aborrece su vida, o al menos de alguien que aborrece su trabajo", señala. Ahí lo deja.

Era normal que el cine de Almodóvar encajara en su canon explosivo porque rompía con la "espantosa homogeneización" de Hollywood en los años 80, tan alérgico a lo que se producía en los gloriosos 70 donde "todo valía". "Mientras yo veía a mis héroes, los inconformistas del cine estadounidense de los años setenta, capitular ante una nueva manera de trabajar solo por conservar su empleo, la temeridad de Pedro ponía en ridículo las calculadas concesiones de todos ellos", explica.

Aviso para navegantes: no hay en estas meditaciones anécdotas de sus propias películas, eso no toca. Lo que hay a espuertas es un ameno ensayo escrito con desaforada pasión por un espectador cuya vida no se concibe sin el cine. En sus páginas hay, junto a un afilado argumentario que abre muchas puertas a enconados debates sobre sus planteamientos rompedores, una pasarela vivaz por la que desfilan películas, repartos y directores, unas veces muy conocidos y otras mucho menos. Los rescata del olvido y contagia las ganas por revisar sus trabajos. En fin: un festín. (Al cierre de esta edición se supo que la próxima película de Tarantino será "The movie critic", inspirada en la legendaria crítica cinematográfica Pauline Kael. Círculo cerrado).

Meditaciones de cine

Meditaciones de cine

Meditaciones de cine

Quentin Tarantino

Traducción de Carlos Milla Soler

Reservoir Books, 424 páginas 21,90 euros  

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