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Resignificar con criterio

El teatro de la Zarzuela apuesta con éxito por una nueva lectura de "Donde hay violencia, no hay culpa", de José de Nebra

Cultura - Música

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Cosme Marina

Cosme Marina

En el "mundo de algodón" en el que hoy se insertan las crónicas de los espectáculos –llamarlas críticas es cada vez más problemático– todo es maravilloso, cualquier cosa es fantástica porque es una cuestión de mero enfoque ornamental el que se emplea para pseudoanalizar las propuestas artísticas y, además, siempre encontrará el avezado glosador algún pariente cercano al que le gustó determinado espectáculo y esto ya, por sí solo, es suficiente elemento de valoración por encima de farragosas cuestiones técnicas que suelen estar de más.

Sin embargo, la valoración crítica de una obra de arte no debiera atender al gusto como primera pauta de trabajo; convendría centrarla en el resultado y en el criterio con el que se plantea una obra en concreto –parámetros escénicos y musicales y traslación de los mismos– y en el momento de su estreno. Una partitura lírica cobra vida cuando se levanta el telón y comienza a ejecutarse, renace cada vez, desde cero, eso sí, con un punto de partida esencial: el musical y el literario que se entreveran para propiciar una obra de arte que es, a la vez, efímera e imperecedera.

Ahora, para justificar cualquier idea vacía, cualquier acercamiento supuestamente moderno se señala la resignificación de la obra y con esto se abre un paraguas que permite guarecerse de posibles críticas que, de ser negativas, las producen facciosos recalcitrantes o gusanos con intereses malévolos que lo único que pretenden es socavar una institución con oscuras intenciones. En estos casos tan fascinante es asistir a las reacciones a las críticas como a la propia vaciedad de lo que previamente se presentó en escena. De ahí que cuando realmente estemos ante una propuesta realmente rupturista deba señalarse claramente para barrer la hojarasca supuestamente moderna que nada aporta más que la ausencia de ideas creativas camufladas de grandilocuencia de cartón piedra.

Las obras escénico-musicales se pueden y deben reinterpretar sin cortapisas. Pero si lo que se quiere es desvirtuar el libreto, modificar radicalmente su estructura, e incluso, meter tijera en los pasajes musicales –algo mucho más frecuente de lo que parece y de lo que poco se habla porque exige un cierto conocimiento de la obra sobre la que se escribe–, hay que tener el aplomo y la nobleza de explicarlo e indicarlo con claridad. En zarzuela tenemos casos bastante cercanos, Marina Bollaín hizo su propia versión de la obra de Bretón que tituló "Noche de verano en la verbena de la Paloma", al igual que Maxi Rodríguez con "La verbena de la Paloma, pensión completa" o Curro Carreres con "La Revoltosa 69". Ahora Rafael Villalobos acaba de presentar en el teatro de La Zarzuela "La violación de Lucrecia" una sugerente versión de "Donde hay violencia, no hay culpa" de José de Nebra en la lleva de la mano al espectador a un fascinante viaje en el que la historia escrita por el libretista Nicolás González Martínez, articulada sobre la narración que Tito Livio hace de la tragedia de Lucrecia, se orilla para narrarla desde el presente –excepcional la actriz Manuela Velasco como Lucrecia contemporánea–. El nuevo texto está escrito por Rosa Montero y funciona con enorme eficacia dramática, aunque a veces le pierda un tono pedagógico forzado.

Villalobos es, sin duda, una de las nuevas voces europeas más interesantes en el ámbito escénico. No es un director de escena cómodo. Entra en el repertorio con cuchillo y, muchas veces, el resultado irrita a un sector del público. Es algo normal, incluso diría que deseable. Su trabajo es pulcro, dramáticamente impecable, estudiada cada acción a fondo y con una perspectiva global argumentada, sin ocurrencias vacuas. Y cuando, como en el caso que nos ocupa, los cambios son profundos lo avisa claramente. Su visión de la obra de Nebra es apasionante porque es genuina y, además, contó en las funciones que se realizaron en Madrid, con un valedor desde el foso de una rotundidad absoluta: Alberto Miguélez Rouco y su ensemble Los Elementos. Estamos ante un proyecto que es una de las mejores noticias que, en los últimos años, nos ha dado el mundo de la interpretación historicista en España. Su futuro es, sin duda, espléndido. En La Zarzuela, además se reunió un reparto magnífico en el que Marina Monzó destacó de manera especial, pero en el que el resto se mantuvo a enorme altura: desde Carol García, pasando por María Hinojosa o Judit Subirana y el actor Borja Luna. Todo un hallazgo esta "Lucrecia" revisitada en la que la música de Nebra volvió a brillar en todo su esplendor.

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