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¡Hombre al agua!

La pequeña obra maestra olvidada de Herbert Clyde Lewis plantea una impecable vuelta de tuerca de aires becketianos sobre la insignificancia y la soledad

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

"Un caballero a la deriva", de Herbert Clyde Lewis (1909-1950), permaneció descatalogada durante ocho décadas. Nadie se explicó entonces por qué, dado lo bien que había sido recibida cuando se publicó por primera vez en 1937. Podría decirse que se trata de la novela oculta de un autor malogrado que no perteneció por unos pocos años a la llamada Generación Perdida, con un título en consonancia con la propia vida de Lewis, que moriría solo y olvidado un tiempo después, víctima de las listas negras de Hollywood, ahogado en alcohol y enterrado en deudas.

Esta historia del hombre al agua es una pequeña obra maestra, dotada de una tensión narrativa precoz para su tiempo: una vuelta de tuerca irónica y extraordinariamente bien concebida sobre la insignificancia y la soledad, que guarda un delicado equilibrio entre lo cómico y lo trágico.

Durante sus vacaciones, Henry Preston Standish se desliza al pisar una mancha de grasa de la popa del "Arabella", un carguero adaptado al pasaje, y cae al Pacífico, en algún lugar entre Hawái y Panamá. Nadie presencia el accidente, que ocurre en las primeras horas del día. El único testigo podría ser un ayudante de cocina con quien Standish se cruza por la mañana de camino a su lugar favorito en el casco del barco: una abertura perfecta para admirar el amanecer. También resulta ser el mismo sitio donde el marmitón arroja las sobras de la comida al océano, por eso la grasa de la cubierta. Pero la conciencia del cocinero solo anida en su pequeño mundo y de ahí no sale. Por tanto, no se entera de nada de lo que sucede. Standish, a su vez, es un hombre de negocios de Nueva York demasiado pulido y bien educado para desgañitarse a gritos llamando la atención de los tripulantes. Tiene treinta y cinco años y una envidiable fortaleza física, inicialmente le resulta bastante fácil mantenerse a flote y confía en que enseguida alguien notará su ausencia y acudirá en ayuda. Pero las horas pasan y sus esperanzas de rescate se vuelven cada vez más escasas hasta que, finalmente, el barco desaparece por la línea del horizonte.

pablo

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En plena zozobra, siente una desesperación que se disuelve casi tan pronto como llega. Le anima la epopeya de supervivencia que les contará a su esposa e hijos, y cómo eclipsará a sus socios en la firma de corretaje como el héroe que sobrevivió a los elementos. Se siente confiado y alegre, viviendo un episodio extremo de la aventura que anhelaba cuando se embarcó, seguro de que el "Arabella" dará la vuelta y vendrá a rescatarlo. Al principio le inquieta más cómo será percibido cualquier pensamiento negativo sobre la vergüenza que el mismísimo miedo. "Los hombres de la clase de Harry Preston Standish no iban por ahí cayéndose en mitad del océano desde un barco; eso, simplemente, no lo hacían. Era algo absurdo, pueril y grosero, y, si hubiera habido alguien a quien pedirle perdón, Standish se lo hubiera pedido" (pág. 23). No tardará en darse cuenta de que es un grano de vida demasiado insignificante en un mundo inmenso. Un grano en el que tras un corto espacio de travesía por el mar nadie parece haber reparado.

Becketiana por momentos, "Un caballero a la deriva" es deliciosamente absurda, la tragicomedia perfecta, y Lewis domina con su escritura esta clase de incongruencia del hombre que accidentalmente resbala y se precipita por la borda, atenazado por una obsesión irrefrenable de caballerosidad. El autor mueve bien los hilos combinando seriedad y ligereza, enganchando e incluso hundiendo al lector en la misma desesperanza que invade a su confiado personaje según avanza el relato.

Lewis trabajó como reportero de un periódico. Publicó "Gentleman Overboard" en 1937 y luego escribiría dos novelas más. Se movió bastante, fue contratado en la meca del cine para escribir guiones, salió de California por pies, bajo sospechas de comunista en los prolegómenos de la caza de brujas del macartismo. Se separó de su esposa e hijos, y murió solo en un hotel de Nueva York en 1950. Como si todo hubiera formado parte de un fatídico presagio, él y su carrera cayeron, en cierto modo, por la misma brecha por la que se precipitó Standish, el caballeresco personaje de su novela, debido a errores de cálculo y a alguna que otra decisión fortuita.

No hay que perderse "Un caballero a la deriva", buena y concentrada literatura en muy pocas páginas.

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Un caballero a la deriva   

Herbert Clyde Lewis 

Traducción de Ángeles de los Santos

Periférica, 152 páginas, 17 euros

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