Entrevista | Gemma Rovira Ortega Traductora de parte de la saga de Harry Potter

"Los traductores somos una profesión de perfeccionistas con responsabilidad"

"Cuanto terminé el último libro de Harry Potter, sentí un gran vacío y supe que lo iba a echar muchísimo de menos; finalizaba una etapa"

Gemma Rovira.

Gemma Rovira. / Emilio Fraile

B. Blanco García

Encantada de que se haya pensado en el gremio de los traductores para la programación de las VIII Jornadas Provinciales de Fomento de la LecturaGemma Rovira impartió esta semana varias charlas a profesores y alumnos. Conocida por dar voz en español a Harry Potter desde el libro de "La orden del Fénix", en su trayectoria profesional también tiene clásicos de nuevo cuño como "El niño con el pijama de rayas" o últimos éxitos como "La señora March".

–¿Cómo recuerda el día en que supo que sería la nueva traductora de la saga de Harry Potter al español, con el libro de "La orden del Fénix"?

–Sobre todo, recuerdo el susto, porque además yo ya era lectora de esos libros. De hecho, mi hijo comenzó a leerlos cuando tenía siete años y fue el primer libro no ilustrado que leyó sin mi ayuda. Yo solía leerle todas las noches antes de irse a dormir y con el primer libro de Harry Potter, tras leerle la primera página, me echó de la habitación, porque quería seguir él solo. A partir de ahí, fue una auténtica fiebre, de la que también me contagié.

–¿Este trabajo de traducción suponía un extra de presión, tratándose de una saga tan conocida?

–Muchísima presión, porque además de tener unos plazos muy cortos, sabía que era un trabajo que iba a mirar con lupa la editorial y también los lectores. Si había algún fallo, me iban a llover las críticas. Lo que no sabía era que este trabajo supondría el tener que atender a tantos periodistas, no solo de España, sino de Latinoamérica, ya fuera prensa, radio o televisión. Es un mundo al que los traductores no estamos acostumbrados, porque nuestro trabajo siempre está en la sombra, es como si no existiera en el mundo literario.

Relación con los medios

–¿Ha aprendido desde entonces a tratar con los periodistas?

–Yo lo hago con todo el gusto del mundo porque, en cierta medida, contribuyes al buen desarrollo de la obra, además de visibilizar la profesión, donde trabaja tanta gente. Pero aquello fue una presión añadida a mi trabajo, aunque tengo que decir que Harry Potter ha sido mi gran escuela de traducción y de la vida.

Gemma Rovira.

Gemma Rovira. / Emilio Fraile

–¿En qué sentido?

–Me ayudó a gestionar mejor los plazos de tiempo, que eran una auténtica locura, también esa rígida puntualidad y las fechas de entrega. Yo ya tenía esa disciplina, pero la mejoré, igual que aprendí a manejarme con los medios. Hay que tener en cuenta que alrededor de esta saga siempre había mucho secretismo y desde la editorial me advertían que, ante todo, no le revelara a ningún periodista la fecha de lanzamiento del próximo libro. Recuerdo que, en todas las entrevistas, el único propósito que tenían era sacarme ese dato y siempre temía poder meter la pata (risas).

Final de una etapa

–¿Y qué sintió al ser la primera en saber cómo terminaba la saga de niño mago, cuando tradujo la última página de "Las reliquias de la muerte"?

–Recuerdo que sentí un vacío muy grande y supe que lo iba a echar muchísimo de menos. Fue una gran experiencia desde el primer momento. Ahora es habitual que te manden el libro que tienes que traducir por correo electrónico, en un pendrive o incluso descargártelo de la nube, pero yo tuve que ir físicamente a la editorial a por ese primero y esconderlo en mi bolso hasta llegar a casa. Cuando lo puse sobre el atril para comenzar a trabajar, me tuve que autoconvencer de que era un libro como cualquier otro y que no tenía que estar asustada. Con el último, tuve esa sensación de tristeza al darme cuenta de que había terminado una etapa.

Nuestro trabajo está siempre en la sombra y parece que no existe en el mundo literario

–De J. K. Rowling no solo ha traducido parte de la saga de Harry Potter, sino también la serie detectivesca que firma con el seudónimo de Robert Galbraith. ¿Se llega a tener un vínculo especial con un autor o, al menos, facilita el trabajo el conocer tan bien su estilo?

–Eso existe, sin duda. Ahora mismo estoy traduciendo la última de Galbraith y la reconozco al instante, en sus dos primeras frases, con ese ritmo tan característico que tiene y su forma de construir las frases. Luego también reconoces algunas de sus locuras, como ese recurso que usa, sobre todo en las novelas de Strike, con epígrafes en cada capítulo sacados desde canciones de heavy metal hasta versos de un poema del siglo XVII. Todo esto complica la traducción, pero es cierto que tienen gran conexión con el texto, aunque es algo que hay que descubrir. En el que estoy trabajando ahora, por ejemplo, estos epígrafes son versos de poemas de poetisas victorianas.

–¿Se siente cómoda traduciendo a esta autora?

–Los traductores intentamos mantenernos con los autores de los que hemos trabajado ya varios libros. Se llama la voz de un autor, que captas para convertirte en su voz en español. A veces, por programación, no se puede hacer, pero también es cierto que cada vez más las editoriales tienen en cuenta esta circunstancia.

Gemma Rovira.

Gemma Rovira. / Emilio Fraile

–Después de tantos años vinculada a J. K. Rowling, ¿ha podido conocerla?

–Imposible, pero también lo entiendo, porque tiene muchas cosas en marcha. Si me cuesta a mí llevar los correos al día, con su altísimo nivel de exposición, será mucho más difícil. Creo que no nos damos cuenta del nivel de dificultad que supone mantener al margen la vida privada en un personaje como ella. Y también tiene que ser muy difícil mantener esa claridad mental y saber estar en tu sitio. Ella tiene muy claro lo que hace y, además, también se dedica a otras cosas aparte de escribir, como obra social, así que apenas tendrá tiempo para nada más.

Mucho más que traducir

–Traducir un libro es mucho más que transcribir palabras de un idioma a otro, ¿qué le aporta un traductor a esta labor?

–Aportas todo lo que vas acumulando con la experiencia de los años, desde tu experiencia lectora hasta la vital, todo lo que aprendes cuando viajas a lugares nuevos. Somos unos locos de la acumulación de información y de las consultas. Nos alimentamos de todo ello y luego es verdad que cada maestrillo tiene su librillo, pero intentamos ser muy rigurosos y respetuosos con el lector. En general, los traductores no dejamos nada al azar. Además, tenemos una muy buena relación entre nosotros, nos consultamos muchas dudas y, sobre todo, intentamos luchar por la mejora del sector, lo que nos une todavía más. Es una profesión de perfeccionistas y con mucha responsabilidad, sin duda.

–¿Viven con miedo el auge de los traductores digitales, cada vez más precisos?

–Personalmente, yo no lo temo, porque sé que las editoriales con las que trabajo no están interesadas en esa traducción automática, pero sé de algunas que ya lo están haciendo y luego piden a un compañero que pula el trabajo, pero eso no es traducir, es hacer otra cosa. Ahora, hay que esperar a ver qué deciden las editoriales, que espero que rechacen esta opción.

–Rodeada de tantos libros y como ávida lectora, ¿no le han entrado nunca ganas de escribir su propio libro?

–Yo comencé a escribir alguna cosa con trece años, sí que tenía esa vocación y, de hecho, cuando empecé a trabajar como traductora, pensé que se convertiría en un buen ejercicio para mejorar en mi propia escritura. Pero luego me di cuenta de que no se puede compaginar ambas profesiones, es imposible dividir el cerebro en las dos tareas y lo prioritario era trabajar. Ahora, cuando algún amigo me pregunta si no me animo a escribir yo, tengo clara la respuesta. Los traductores somos tan caníbales de nosotros mismos que no tenemos a veces tiempo ni de leer, así que cuando dispongo de algún rato libre, lo quiero aprovechar para mi familia y mis aficiones, porque estoy deseando dejar de estar todo el día sola frente a la pantalla del ordenador.

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