La gran derrota de Hitler

Mentiras y verdades de Stalingrado, la 'guerra de las ratas'

El historiador Iain MacGregor desvela la verdadera historia de la 'Casa de Pávlov' en 'El Faro de Stalingrado'

La conocida como la ’Casa de Pávlov’ y el sargento menor ruso Yákov Pávlov, a quien la leyenda convirtió en el héroe de su defensa, del libro ’El Faro de Stalingrado’.

La conocida como la ’Casa de Pávlov’ y el sargento menor ruso Yákov Pávlov, a quien la leyenda convirtió en el héroe de su defensa, del libro ’El Faro de Stalingrado’. / MUSEO PANORAMA

Anna Abella

Stalingrado: más de dos millones de combatientes acabaron muertos, heridos o capturados entre agosto de 1942 y febrero de 1943, durante los cinco meses que duró la más decisiva y sangrienta batalla de la Segunda Guerra Mundial, el enfrentamiento entre Hitler y Stalin que significó un punto de inflexión en el conflicto. "Con su enorme coste en vidas humanas, rompió el ciclo de continuas victorias alemanas y aseguró que la derrota de los nazis por parte de los aliados fuera una cuestión de cuándo y no una mera posibilidad", constata el historiador británico Iain MacGregor, autor de ‘El Faro de Stalingrado’ (Ático de los Libros). 

Aquella batalla, que redujo a escombros Stalingrado, hoy Volgogrado, entonces habitada por medio millón de personas, fue "la hazaña mas asombrosa de resistencia humana, sacrificio y armas de la historia de la guerra". Para MacGregor, que terminó el libro cinco semanas antes de la invasión rusa de Ucrania, "es irónico ver cómo Putin, que tiene siempre tan presente la Segunda Guerra Mundial, ha subvertido la historia y cómo se han invertido los papeles. En Stalingrado, los rusos eran defensores heroicos que recibían el apoyo de sus aliados en Europa y EEUU y los alemanes, invasores despiadados que atacaban. Hoy es junto lo contrario. A Stalin le gustaba recordar las ciudades heroicas que habían aguantado el envite de los nazis, entre ellas, Kiev u Odesa, las mismas que hoy Putin intenta destruir en Ucrania".   

No se podía comer ni dormir; lo peor era la sed

Antón Dragan

— Teniente ruso

Muchos son los testimonios de soldados que participaron en la batalla y sobrevivieron, tanto rusos como alemanes, a las que MacGregor tuvo acceso. "Los alemanes presionaban por todas partes. La situación con las municiones era grave y no se podía comer ni dormir; lo peor era la sed. En nuestra búsqueda de agua, disparábamos a las tuberías para ver si goteaba algo", evoca el teniente ruso Antón Dragan. 

Las mentiras de la ‘Casa de Pávlov’

También comían el barro del río para sobrevivir. "Mi madre descartaba los trozos de arcilla empapados en sangre, y filtraba el resto con un trozo de tela", cuenta Valentina Savélieva, que entonces tenía 5 años, refugiada en un barranco junto al Volga sobre el que caían las bombas. "El azúcar de la arcilla la mantuvo con vida, pero no a su hermano pequeño, que murió de hambre y frío", apunta MacGregor, que sin embargo centra su ensayo en la ‘Casa de Pávlov’, como la bautizó la propaganda soviética.  

Fue ejemplo de manipulación de la verdad. Su nombre en clave era el Faro, por su emplazamiento estratégico a orillas del Volga y sus vistas en todas direcciones. La prensa y la radio rusas se hicieron eco y amplificaron la información publicada el 31 de octubre de 1942 por un corresponsal de guerra, el teniene Yuli Chepurin, que explicaba cómo una pequeña guarnición de 28 soldados del Ejército Rojo resistió durante 58 días a la 71 División de Infantería alemana en ese edificio de apartamentos de cuatro pisos en el número 61 de la calle Penzenskaya, que se alzaba rodeado de escombros en una zona devastada por las bombas en el corazón de Stalingrado. El artículo exaltaba el papel del grupo, formado por las distintas etnias rusas y comandado por un sargento menor, Yákov Pávlov.  

El teniente ruso Iván Afanásiev, el oficial que en realidad dirigió la defensa de la llamada 'Casa de Pávlov' (izquierda), y el alemán Friedrich Roske, ascendido a general de división, cuyas memorias inéditas descubrió MacGregor.

El teniente ruso Iván Afanásiev, el oficial que en realidad dirigió la defensa de la llamada 'Casa de Pávlov' (izquierda), y el alemán Friedrich Roske, ascendido a general de división, cuyas memorias inéditas descubrió MacGregor. / MUSEO PANORAMA

Los rusos utilizaron la ‘Casa de Pávlov’ como "metáfora del sufrimiento, el sacrificio y la lucha hasta la muerte para alcanzar la victoria convirtiéndola en una leyenda que hoy aún se explica a los niños con el edificio convertido en atracción turística. Es un símbolo que significa para Rusia lo mismo que Dunkerque para los británicos, el Álamo para los estadounidenses o Verdún para los franceses -relata MacGregor a su paso por Barcelona-. Pero al leer los archivos vi que esa visión del relato oficial no era tan cierta, se había maquillado la realidad".   

Héroe condecorado

El historiador descubrió que el corresponsal de guerra que construyó la leyenda tras entrevistar a varios soldados eligió a "Pávlov, originario de una pequeña aldea cercana a Moscú, humilde y valiente, porque era la imagen perfecta del héroe". Y como tal fue reconocido, recibió las más altas condecoraciones militares y honores hasta su muerte, en 1982, y ascendió a la élite del partido. "En cambio, quien realmente dirigió la defensa del Faro fue el teniente Iván Afanásiev, que fue borrado de la historia", desvela. 

Iain MacGregor, el pasado martes durante su visita a Barcelona.

Iain MacGregor, el pasado martes durante su visita a Barcelona. / JORDI COTRINA

MacGregor desmonta la narración oficial. Afanásiev estaba bajo el mando del teniente Alekséi Zhúkov, y este bajo el del coronel Iván Elin, que dio instrucciones para estabilizar la línea defensiva. Afanásiev mandó a Pávlov entrar en aquel edificio junto a otros seis soldados para defenderlo. "La leyenda dice que resistió allí 58 días antes de ser herido y evacuado, pero el asedio y la defensa de la casa duró varias semanas más y en realidad fueron cientos y cientos de hombres los que rotaron allí defendiéndola dirigidos por Afanásiev -afirma-. Y la versión oficial lo contaba como ‘una pura película de acción’, con asaltos diarios de los alemanes, recibidos a disparos o con una pala afilada, pero tampoco fue una lucha tan constante". 

El teniente ruso Alekséi Zhúkov (izquierda), que supervisó la defensa de la 'Casa de Pávlov'.

El teniente ruso Alekséi Zhúkov (izquierda), que supervisó la defensa de la 'Casa de Pávlov'. / MUSEO PANORAMA

Pudo el autor tirar del hilo de los testimonios de excombatientes que desde los años 50 fue recibiendo el Museo Panorama de Volgogrado tras una campaña nacional para registrar sus experiencias. "Muchos se preguntaban y no entendían por qué la historia se había contado así y por qué se le había puesto el nombre de Pávlov a la casa. Ponían en tela de juicio la leyenda oficial", aunque no se cuestionaba la valentía de Pávlov, cuyo hijo, Yuri, ingeniero jubilado, le dijo que su padre fue "un hombre corriente que vivió una existencia extraordinaria".

La propaganda quiso desviar la atención del hecho de que los alemanes ocupaban ya casi el 90% de la ciudad y "apuntalar la moral de una nación y de un Ejército maltrecho en un momento crítico" de la guerra. "Todo el mundo miraba a Stalingrado. Rusia tenía a 800 corresponsales de guerra [como el famoso Vasili Grossman, autor de ‘Vida y destino’] desplegados buscando buenas historias, como la del francotirador Vasili Zaitsev (inmortalizado en el cine en 'Enemigo a las puertas'), el soldado que se sacrificó con un cóctel molotov contra un tanque, o la de la ‘Casa de Pávlov’". 

La "guerra de ratas"

Fue "una guerra de ratas" entre las ruinas de "la ciudad muerta", como calificó Grossman Stalingrado. "Era terriblemente difícil avanzar en un laberinto de pisos, pasillos y escaleras; en la oscuridad total de sótanos y áticos negros como la noche, sin saber dónde está el enemigo y, a veces, confundiendo en la oscuridad al amigo y al enemigo (…). A veces, solo una pared o un techo nos separaba del enemigo", escribió en sus memorias el general de división Aleksánder Rodímtsev. 

El suicidio de un alemán clave

De la parte alemana, el historiador puso anuncios en la prensa buscando a familiares de la 71 División de Infantería. Recibió unas 30 respuestas. De ellas destaca la que le condujo al oficial de la Whermacht Friedrich Roske, "un testigo ocular y actor clave" que estuvo desde el principio de la batalla, ascendido a teniente coronel, y negoció la rendición ante los rusos por orden del mariscal Paulus, de quien fue su confidente. "Vivió el declive de su división, de la que solo sobrevivieron 300 soldados. Estuvo 12 años prisionero en un gulag. Volvió a Alemania Occidental en 1955, escribió sus memorias [inéditas hasta ahora] y se suicidó la noche de Navidad de 1956, seguramente con una cápsula de cianuro que debió conservar de las que les dio el Ejército. Es una historia triste, le costó mucho adaptarse porque figuraba como criminal de guerra, pero no hay que olvidar que formó parte del Ejército que participó en el genocidio nazi". 

Las memorias de Roske muestran cómo los oficiales alemanes debatieron si quitarse la vida antes que rendirse. No lo hicieron. "Mientras hubiese soldados bajo nuestro mando, no teníamos ningun derecho moral a suicidarnos", escribió, consciente de una tropa "congelada y desaliñada (..), sin provisiones, sin ropa, sin municiones". "Aunque teniendo en cuenta las atrocidades que sabían que habían hecho contra el pueblo soviético -señala MacGregor, creían que los rusos se lo harían pagar a base de torturas para sacarles información antes de matarlos. De los tres millones de capturados, solo volvió 1 de cada 3".   

"La familia de Roske me agradeció que contara su historia porque por primera vez se habían reunido para ver juntos los documentos de su abuelo -concluye-. Es reflejo de una Alemania donde aún hay muchas cosas de las que no se habla, como en España, porque es demasiado doloroso o porque a veces da vergüenza remover la historia".

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