Exposición

Los lunares cósmicos e infinitos de Yayoi Kusama colorean el Guggenheim de Bilbao

Desde este martes y hasta el 8 de octubre, el museo acogerá la exposición ‘Yayoi Kusama, desde 1945 hasta hoy’

Retrato de Yayoi Kusama cortesía de Ota Fine Arts, Victoria Miro y David Zwirner.

Retrato de Yayoi Kusama cortesía de Ota Fine Arts, Victoria Miro y David Zwirner. / YUSUKE MIYAZAKI

Elena Hevia

Hay quien dice que el valor de Yayoi Kusama es equivalente a un parque temático multicolor y psicodélico que no produce la menor mella en la sensibilidad del espectador. Otros sostienen todo lo contrario, que bajo esa apariencia ‘happy flower’ que teje redes de puntos hasta el infinito se esconde una existencia torturada y una mirada obsesiva, un epítome de nuestra vida contemporánea brillante en las redes sociales pero neblinosa en la feroz realidad. La artista japonesa de 94 años, que vive desde hace más 45 recluida voluntariamente en un psiquiátrico, solo era conocida por quienes recordaban su paso intenso pero después borrado por el Nueva York en los años 60. En poco más de una década se ha convertido en un fenómeno global tanto en cotización comercial como -sobre todo y aupada por las redes sociales- en el favor del público.

Kusama es hoy una marca en sí misma. De ahí que su icónica figura con peluca roja haya sido utilizada como un muñeco de falla gigantesco el pasado marzo en el edificio de Louis Vuitton en París, mientras que en Londres, Tokio y Nueva York se construyeron sendos robots con su apariencia.

El momento de la regeneración (The Moment of Regeneration), 2004

El momento de la regeneración (The Moment of Regeneration), 2004 / YAYOI KUSAMA

Popularidad global

Los grandes espacios expositivos saben que Kusama les asegurará un éxito abrumador entre visitantes no particularmente interesados por el arte. Cinco millones de personas han visitado sus exposiciones en los últimos años. Su poder de llamada es impactante. En los museos que acogían sus obras en Nueva York, Washington o Londres se podía hacer una cola de varias horas para acceder a su particular mundo de perspectivas infinitas con un tiempo restringido, en algunos casos poco más de medio minuto.

Auto-obliteración (Self-Obliteration), 1966–1974  Pintura sobre maniquíes, mesa, sillas, pelucas, bolso, tazas, platos, cenicero, jarra, plantas de plástico, flores de plástico, frutas de plástico

Auto-obliteración (Self-Obliteration), 1966–1974 Pintura sobre maniquíes, mesa, sillas, pelucas, bolso, tazas, platos, cenicero, jarra, plantas de plástico, flores de plástico, frutas de plástico / YAYOI KUSAMA

No será el caso del Museo Guggenheim de Bilbao que desde este martes y hasta el 8 de octubre acogerá la exposición ‘Yayoi Kusama, desde 1945 hasta hoy’, una retrospectiva que sigue toda su obra a través de pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y material de archivo que documentan sus ‘happenings’ y performances, no a través de un recorrido cronológico sino a lo largo de sus obsesiones temáticas: la acumulación, el radicalismo de los años 60, la idea de lo biocósmico, la muerte y el positivismo colorista y vital de sus últimos años.

Organizada por el novísimo museo M+ de Hong Kong, que precisamente abrió sus puertas en noviembre del 2021 con esta exposición comisariada por Doryum Chong y Mika Yoshitake, Bilbao será la única escala en su itinerancia para lo cual se ha incorporado Lucía Agirre en la curatoría. “Esta es sin duda, la muestra definitiva porque incluye 11 piezas muy recientes, realizadas durante la pandemia, que la artista no había compartido con el público”, explica Chong. A la vez que Agirre establece su intención profunda: “Queremos ahondar en su obra, entre otras cosas para hacer justicia por no haber sido suficientemente reconocida y para reivindicar su importancia histórica”.

Lunares ingenuos e inquietantes

La historia de Kusama, a modo de Van Gogh pop, lo tiene todo narrativamente para dejar honda huella en quien la conozca y de hecho, corre el riesgo de hacer que su vida parezca más fascinante aún que su trabajo. La artista nació en un familia pudiente en el Japón rural dedicada al cultivo de flores cuyo arreglo es una de las grandes tradiciones del país, los ikebana. Armada de papel y lápices, la pequeña, solitaria por naturaleza, se trasladaba a los campos y allí un día, como si se tratase de un capítulo de ‘Alicia en el país de las maravillas’, sintió como las flores se agolpaban y le hablaban.

Calabazas (Pumpkins), 1998–2000.

Calabazas (Pumpkins), 1998–2000. / YAYOI KUSAMA

También lo hicieron las calabazas, que hoy convertidas en esculturas alcanzan el medio millón de euros en el mercado. Hubo más alucinaciones: otra vez en los cantos rodados del río que pasaba cerca de su casa creyó ver el sol, la luna y las estrella convertidas en puntos, una fuga obsesiva del universo. De hecho, los lunares -en japonés, ‘mesotama’, gotas de agua- son una de las figuras más distintivas de su obra. Inocentes en apariencia pero a la vez inquietantes. “Nuestra Tierra es solo un lunar entre los millones de estrellas del cosmos. Los lunares son un camino al infinito”.

Tenía 28 años en 1957 cuando llegó a la escena artística neoyorquina, en un viaje que también suponía dejar atrás la represora sociedad japonesa para con las mujeres. Según recuerda en sus memorias sobrevivía rescatando cabezas de pescado arrojadas a la basura que hervía para hacerse sopa. En ese mismo libro también acusa a Andy Warhol y Claes Oldenburg de haberse apropiado de sus ideas y haber logrado con ello su invisibilidad durante tantos años. Ser racializada y mujer no era una buena tarjeta de presentación por entonces, ni siquiera en Nueva York, la cuna de la modernidad.

Sala de espejos del infinito – Un deseo de felicidad humana llamando desde más allá del Universo

Sala de espejos del infinito – Un deseo de felicidad humana llamando desde más allá del Universo / CORTESÍA DE OTA FINE ARTS

Pintar los cuerpos

Pero ella no cejaba en su empeño utilizando a los medios de comunicación y convirtiendo en espectáculo sus creaciones de una forma no muy alejada a la de Warhol. Al igual que él, deseaba algo más de 15 minutos de fama. Así se paseó por uno de los barrios más chungos de Nueva York vestida de geisha, vendió personalmente a dos dólares cada una 1.500 bolas reflectantes en la Biennal de Venecia y pintó repetidamente en las fiestas de la gran manzana sobre los cuerpos desnudos de todo aquel que se atreviera sus característicos lunares. Eran los tiempos de las manifestaciones anti Vietnam en las que también participó. Sin embargo ese afán publicitario y comercial que fue la rampa de lanzamiento del autor de las ‘Latas de sopa Campbell’ a ella le pasó factura y la hundió en el olvido.

En los 70 decidió volver a su país. Murió su compañero el artista plástico Joseph Cornell, lo más parecido a un pareja que haya tenido en su vida, quizá porque, como llegó a decir, a ninguno de los dos les gustaba el sexo. También regresaron sus alucinaciones infantiles y en el 77, ya en Tokio, ella misma ingresó en el hospital psiquiátrico en el que pasaría el resto de su vida y que, aunque en régimen abierto, permitió que pudiera expresarse artísticamente. Eso, asegura en las escasas entrevistas a las que se ha prestado, ha salvado su vida.

Hoy a los 94 años sigue trabajando aunque la pandemia le haya obligado a centrarse en obras de pequeño formato al no poder desplazarse a su taller a dos calles del centro médico donde trabajaba en piezas de mayor tamaño. Puede decirse que no ha dejado de crear a lo largo de siete décadas. “A diferencia de otros artistas, ella siempre ha hablado de sus problemas de salud mental y ha hecho de ellos una fortaleza”, precisa Chong.

En su reclusión creativa, Kusama vive muy austeramente y llega incluso a hacerse su propia ropa. La paradoja es que el negocio que genera su obra, promovido por un equipo que trabaja en Nueva York, Tokio y Londres, es incalculable. Hoy es una de las mujeres artistas más cotizadas tras haber alcanzado una obra suya los 10 millones y medio de dólares. La artista es también un misterio que encierra una infatigable alegría de vivir, no exenta de sentido del humor, como testimonia la ‘Habitación con espejos del infinito’, una instalación inmersiva solo expuesta en el Museo Yayoi Kusama de Tokio, que traslada aquí en Bilbao al visitante a un mundo alucinatorio donde se puede sentir el vértigo del universo y a la vez la fuerza de la vida que propugna la autora.