Gira por España

Devendra Banhart: "El reguetón, y que la música de moda sea en español, es de lo poco que me da esperanza en el mundo"

El músico venezolano-estadounidense, icono de la escena neofolk de Los Ángeles hace algo más de una década, arranca este viernes una serie de fechas en España para presentar un nuevo disco que suena a sintetizadores y a años ochenta

Devendra Banhart y su vestido-amuleto de Miyake.

Devendra Banhart y su vestido-amuleto de Miyake.

Jacobo de Arce

Cuando el folk se convirtió en el sonido de moda en la música americana, en la primera década de los 2000, Devendra Banhart era una de los nombres a los que había que prestar atención. Él representaba a la vertiente más psicodélica de aquel estilo, con sus canciones a menudo escapándose de los cauces de una música de moldes tradicionales y convirtiéndose en mantras de voz ligeramente gangosa, letras con gracia y divertidos brotes de locura con un punto espiritual. Discos como Rejoicing in the HandsNiño Rojo o Cripple Crow fueron catalogados como aquello que se llamó ‘weird folk’ ('folk rarito'), una etiqueta que él siempre ha rechazado aunque su estética de entonces, como de hippy charlesmansoniano con unas mefistofélicas melena y barba negras, ayudara bastante a meterle en ese saco. Su noviazgo de un par de años con Natalie Portman fue el sello definitivo a su categoría de estrella.

Después vinieron años en los que el Devendra personaje y su música pasaron a un plano más discreto. El pelo más corto y aseado y las camisas de cuadros sustituyeron a la melena y las chaquetas de ante para configurar un personaje más hipster que todavía hoy, y a pesar de la importante lesión que tuvo hace unos años, practica skate cada día. “Llevo siempre dos patines en mi coche”, cuenta por Zoom a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, desde una habitación de su casa de Echo Park (Los Ángeles) en la que el sol de California entra a raudales. Habla en un español perfecto con acento caribeño. No en vano se crió en Caracas, hijo de un padre americano y una madre venezolana bastante hippies que le bautizaron con este nombre que les sugirió su maestro espiritual.

En su nuevo disco recién publicado, en cambio, no hay rastro de castellano, algo que se hace extraño en un momento en que asistimos a un apogeo global de la música en este idioma. “Es porque soy un snob”, bromea Banhart, que presume de que le gusta ir a la contra. Luego volveremos sobre ello. En lo que seguro va a contracorriente, al menos de lo que había sido su carrera hasta ahora, es en cómo suena este disco. Un tipo que nos tenía acostumbrados a electrificar, como mucho, las guitarras, se ha entregado a los sintetizadores y reaparece con un sonido ochentero y muy atmosférico que ha trabajado con su amiga Cate Le Bon, otra chica prodigio de la música americana.

Mi estética al completo y mi concepto de la belleza fueron definidos por George Michael, desde que era pequeñita en Venezuela”

“Cate y yo tenemos mucho en común. Hemos sido amigas durante mucho tiempo pero nunca habíamos trabajado juntas”, cuenta el músico, que siempre utiliza el femenino para refererirse a sí mismo. “Nos pusimos a pensar en qué compartíamos estéticamente que no fuera muy obvio, y nos dimos cuenta de que nos encantaban esos grupos de los ochenta. Ella está fascinada con Crowded House. Y yo, obsesionado con Talk Talk, Prefab Sprout…”. ¿También con George Michael, del que habla con frecuencia? “Mi estética al completo y mi concepto de la belleza fueron definidos por George Michael, desde que era pequeñita en Venezuela”. Pero al músico británico no suena este álbum, que sin embargo sí que puede evocar a unos The Blue Nile a los que también menciona. Un ejercicio como de crooner envuelto en atmósferas sintéticas que, por buscar un parentesco actual, podría parecerse a lo que hace Destroyer.

Una peluca voladora

Que haya sintentizadores en el nuevo álbum de Banhart no quiere decir que sea animado. Más bien lo contrario. Es un disco que él mismo reconoce como un tanto sombrío y melancólico, "aunque en él brote la esperanza", dice. Como para quitar hierro a una cosa que podía parecer demasiado seria, ha optado por titularlo Flying Wig (“peluca voladora”), en honor a un peluquín con el que convive en su casa (no porque lo necesite, tiene pelazo) y con el que ha viajado por todo el mundo.

Más allá del chiste, admite que este disco, que estará tocando en directo este viernes 10 en Madrid, el 11 en Valencia y el 12 en Barcelona, viene a recoger un cierto dolor, pero no un dolor personal, sino algo más filosófico o espiritual. “No soy fatalista, de hecho soy muy naif, muy idealista, pero incluso así sé que este mundo es una gran decepción. Una gran tragedia. Todo en el mundo es dolor, hasta las cosas buenas. Tú te puedes enamorar y te puede tocar la lotería, pero después todo va a ser dolor porque esa persona se va a morir y el dinero se va a gastar”, dice sin abandonar el humor negro. ¿Utiliza entonces el arte como una terapia ante tanto mal? “No lo uso para eso, aunque de alguna forma sí lo sea. Pero es verdad que yo llego al arte después de mirar en mis lugares más oscuros, en lo que me da miedo. El miedo me interesa mucho”.

En una de las canciones del álbum, Sight Seer, hay un momento en el que dice: “Ya no canto para divertirme / sino como una forma de protegerme”. Inevitable preguntar si es así como se siente. “¡No! [risas]. Eso lo sentía en esa canción, en ese momento. Todavía canto para divertirme. Pero hay una nueva dimensión en cómo utilizo ese ritual que es cantar, y tiene mucho que ver con envejecer y con mantener la curiosidad… Todavía pienso que no sé cómo se escribe una canción, sigue siendo un misterio. Quiero seguir descubriendo y aprendiendo”. Es notorio cómo en estas nuevos temas ha cambiado la textura de su canto: su voz suena diferente. No acaba de aclarar el por qué. “Cuando yo era jovencita muchas canciones casi las gritaba. Había una energía muy salvaje que tenía que sacar. Tenía que decirle al mundo: ‘¡quiero que sepas que tengo talento, que soy especial!’”. Todo lo contrario que ahora, parece, cuando lo que domina en su voz son los tonos más graves y las cadencias más suaves.

Mis amigos, amigas, amigues que son trans viven en un mundo que no es seguro para ellos. No pueden vivir sin miedo"

Durante la grabación de este álbum, y también en algunos conciertos recientes, el músico ha llevado puesto, casi a modo de amuleto, el vestido azul de mujer de Issey Miyake con el que se le ve en la foto junto a estas líneas. Ya cuando era pequeño, en Caracas, se vestía a menudo de niña. A pesar de que se reconoce un hombre cis heterosexual, Banhart lleva toda la vida hablando del peso de su lado femenino, y son muchos los que le identifican como un artista queer. Él asegura que este ejercicio de jugar con la identidad de género y mostrarse así es importante, sobre todo en el momento actual. “Mis amigos, amigas, amigues que son trans viven en un mundo que no es seguro para ellos. No pueden vivir sin miedo. Y solo por ser quienes son”.

No es la única reflexión que dedica a quienes van contra lo normativo o lo mayoritario en la sociedad. Cuando, volviendo al tema del español, se le pregunta por el apogeo global de los sonidos urbanos latinos, lo tiene claro. “El reguetón y que la música de moda sea en español es una de las pocas cosas que me dan esperanza en el mundo. Que en un lugar donde nunca han oído otro idioma o han visto otra forma de ser, de vestir, de expresarse, desde hace unos años estén aprendiendo coreano gracias al K Pop, o ahora español… me hace muy feliz”. Una pena que él lo haya dejado de lado en este disco.