El colapso de la posmodernidad
El filósofo Byung-Chul Han anticipa en "La crisis de la narración" el final de una concepción del mundo y el pensamiento marcada por el dominio del relato

El colapso de la posmodernidad / Pablo García
"¡Soy dinamita!" fue la explosiva autoafirmación con la que Nietzsche puso de manifiesto su condición revolucionaria en la filosofía alemana. En su aspecto más externo, dinamitaba –con un estilo sentencioso, frases cortas y tajantes que hoy encajarían a la perfección en las siempre candentes redes– el fárrago lingüístico y la impenetrabilidad de uno de los ejes primordiales del pensamiento europeo. Byung-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959) sería hoy el potencial heredero de esa revolución nietzschiana por su capacidad para colocarse en el centro de la reflexión filosófica y por la amplia proyección de su obra, convertida en todo un fenómeno editorial. Pero también por la lucidez con la que disecciona este tiempo, cuya muestra más reciente es "La crisis de la narración", libro en el que se adentra en lo que sería el colapso de la posmodernidad.
Sus editores publicitan a Han como el filósofo más leído del momento. Es probable que se ajuste a esa etiqueta, lo cual tiene enorme mérito con las estanterías de novedades llenas de portadas que ofrecen la falsa promesa de la filosofía como consuelo y autoayuda. Los libros que lo encumbraron, de la veintena que lleva publicados, son aquellos en los que cartografía el mundo contemporáneo con una prosa precisa y breve, muy adaptada a la circunstancia del lector, que se encara con su presente en títulos como "La sociedad del cansancio" o "En el enjambre". El estilo de Han, con un cierto toque francés, fragua en ensayos de apariencia leve, desarrollados de forma muy asertiva, sin exceso de argumentación, como el destilado de un pensar profundo que precipita en las tres frases que afirma escribir cada día. Ese conjunto de libros no compone un corpus en el sentido clásico, carece de pretensiones de sistema, aunque están atravesados por la misma idea directriz de desmontar el engaño del mundo al dejar al descubierto la nervatura de la época.
Filósofo de matriz heideggeriana –lo que otorga mayor realce a su éxito, al superar la dureza formal de cierta filosofía alemana–, el autor surcoreano se mimetiza a través de ese formato sintético y cortante con el propio momento del que habla, que no es otro que la posmodernidad que nos envuelve. Más que una concepción filosófica, la posmodernidad se ha sustanciado como lo que es: la forma cultural del capitalismo tardío, por decirlo al modo en que –recurriendo a un término acuñado ya por la Escuela de Frankfurt– el destacado crítico de lo contemporáneo Fredric Jameson la definió hace ya más de treinta años. "La posmodernidad no es la dominante cultural de un orden social completamente nuevo (…) sino sólo el reflejo y la parte concomitante de una modificación sistémica más del propio capitalismo", expone en su "Teoría de la posmodernidad".
Para Jameson la posmodernidad consiste en "una profunda modificación de la esfera pública: el surgimiento del nuevo ámbito de la realidad de la imagen, a la vez ficcional (narrativo) y fáctico", que a diferencia de la "cultura clásica", "se ha vuelto semiautónomo y flota por encima de la realidad". Mientras que en ese período clásico la realidad persistía con independencia de esa "esfera cultural, sentimental y romántica (…) hoy parece haber perdido ese modo separado de existencia". Dicho de otra forma, la posmodernidad provoca la pérdida de ese referente real, que se sustituye de modo preferente por el relato. La realidad se reduciría a un constructo narrativo, desde la ciencia o la economía a la filosofía, tanto en lo colectivo como en lo individual. Y en ese proceso de narrativización, todo vale. En expresión de Jameson, muy próxima al trabalenguas, estaríamos ante "el regreso de la narrativa como narrativa del final de las narrativas". Y él sabe bien de lo que habla por su condición de crítico literario.
En ese marco conceptual se desenvuelve la obra de Byung-Chul Han, que con "La crisis de la narración" nos estaría situando en el umbral del final de este tiempo. Esa crisis es un efecto del "uso inflacionario de las narrativas". Que el mundo se haya llenado de relatos como sustitutivo de otras vías de interpretación o análisis muestra a la vez el éxito y miseria de lo posmoderno. El relato es, parafraseando a aquel personaje de Clint Eastwood, como el culo: todo el mundo tiene uno. Esa forma dominante de la narración constituye un poderoso medio de control, tal y como Christian Salmon dejaba en evidencia en "Storytelling (La máquina de fabricar historias y formatear las mentes)". Salmon mostraba el estrecho vínculo entre ese storytelling y la expansión imparable del neoliberalismo desde los años ochenta. "El imperio ha confiscado el relato" en un "increíble atraco al imaginario", sentenciaba en su libro de amplio impacto hace ya casi quince años. Ya entonces anticipaba que "la promiscuidad misma de la idea de relato podría haber vuelto inútil el concepto", problema en el que ahora abunda Han, para quien "la narración es indiscernible de la publicidad. En eso consiste la actual crisis de la narración".
Pero «lo que marca el final definitivo de la narración» no es su sobreabundancia sino «la proliferación de la información en el capitalismo», según el diagnóstico del filósofo surcoreano. En este punto vuelve Han sobre una de las tesis de «Infocracia», su obra anterior, donde advertía sobre cómo los excesos informativos de este tiempo corroen una verdad de naturaleza narrativa. La verdad «elimina la contingencia y la ambivalencia. Elevada a la categoría de relato proporciona sentido y orientación. La sociedad de la información, en cambio, está vacía de sentido», sostiene. De este modo «el fin de los grandes relatos, que da paso a la posmodernidad» se consumaría «en la sociedad de la información». Con cierto tono poético, Han sentencia al final de «Infocracia» que «la verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital».
Ahora estaríamos ya en «una era posnarrativa». Prueba de ello es que «el dispositivo técnico de las plataformas digitales impide toda praxis narrativa que requiera mucho tiempo». Esta crisis narrativa tiene mucho de colapso epocal, lo alcanza todo, incluso al propio quehacer de Han, quien anticipa el final de la filosofía. «Hemos perdido la audacia para la filosofía, la audacia para la teoría, es decir, hemos perdido la audacia para la narración. Deberíamos ser conscientes de que, en el fondo, pensar no es otra cosa que narrar, y de que el pensamiento avanza con pasos narrativos».
Ese final de filosofía se prefigura también en la pérdida de «la preocupación por la verdad», lo que, en «Infocracia», Han denomina el «nuevo nihilismo del siglo XXI». «La filosofía es una forma de decir la verdad» que, sin embargo, hoy se apartaría de toda referencia a ella. Foucault hace visible ese compromiso con la verdad cuando define la filosofía como «una especie de periodismo radical». Del mismo modo que «cuando Hegel considera que la tarea de la filosofía es captar su época en conceptos, se ve a sí mismo como un periodista». Alusiones ambas con las que Han marca cierta raigambre de su pensar.
Hay en el filósofo coreano una renuncia evidente al pensamiento argumentativo, una sumisión a la narrativa que desaloja otras formas constructivas de la razón. La crisis de la que nos habla es la del empeño de la posmodernidad en reducirlo todo al relato, la crisis, en definitiva, de su propia perspectiva filosófica.
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