Protestantes contra católicos

En "Las hermanas Jacobs", Benjamin Black expone las dificultades en el día a día del Dublín de la década de 1950

Marta Marne

Está claro que a John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), también conocido como Benjamin Black, le importa muy poco quién es el asesino de sus novelas. En la nueva entrega de Quirke, en la que comparte protagonismo con John Strafford –personaje principal de dos libros anteriores–, la resolución del crimen se reduce a un epílogo en forma de diario en el que la persona responsable del crimen confiesa sus razones para acabar con Rosa. Una de las dos Jacobs que encontramos en el título de "Las hermanas Jacobs" ha sido hallada muerta en su coche, una escena que huele a suicidio. Pero un par de elementos que descubre Quirke en la autopsia le hacen sospechar que es precisamente eso, un escenario. Todo apunta a que alguien ha acabado con su vida. ¿Pero quién?

Aunque los interrogatorios no son muchos ni tampoco arrojan mucha información, nuestros investigadores pronto se enfocan en los Kessler, una familia de alemanes cuyo hijo –al parecer– mantuvo una relación sentimental con la víctima. A pesar de que nadie acaba de confirmar ni desmentir este dato, la obsesión que sienten por ellos no hace más que crecer. Está claro que esconden algo, tenga conexión o no con el asesinato. Su vinculación empresarial con Israel, los viajes constantes del hijo y que haya rumores de que proporcionan material armamentístico al país no ayudan a que los vean con buenos ojos.

La otra Jacobs, Molly, llega a Dublín para asistir al entierro y Quirke no tarda en posar sus ojos sobre ella. Las relaciones de Quirke con Molly y de Strafford con Phoebe, la hija de Quirke, son fundamentales para que los lectores puedan extraer información íntima y cercana de los protagonistas.

Como novela policiaca es una obra irregular y la investigación avanza de un modo desigual. Irregular desde la mirada encorsetada del género, que obliga a seguir una serie de pasos y procedimientos repetitivos para que el lector sepa en cada momento dónde se encuentra. Pero podemos ver de forma clara que Banville utiliza el crimen como un elemento para diseccionar una sociedad. En este caso, el Dublín de los 50, tras la guerra y con una comunidad dividida desde los cimientos entre católicos y protestantes. Rota hasta tal punto que incluso los nombres propios indican de qué lado de la población provienen, algo que forja a fuego unas creencias cargadas de prejuicios.

Uno de los ingredientes más atractivos son los recuerdos y las evocaciones que aparecen de la nada en mitad de los capítulos y que rompen por completo el discurso establecido. Se trata de un mecanismo que se asemeja mucho al funcionamiento de nuestra mente, pero que al lector acostumbrado a la literatura procedimental puede llegar a despistarle en algunos puntos.

Como suele suceder en estas novelas tipo Sherlock y Watson, el toma y daca entre los dos personajes es uno de los elementos más potentes. Como dice el autor en un momento concreto, no es que les separe una brecha, es que directamente es como si "existieran en diferentes esferas, en planetas distintos. Sus mundos no se tocaban". Esta forma tan diferente de ver las cosas es lo más interesante, tanto de la historia en sí como de la investigación.

benjamin black las hermanas jacobs

benjamin black las hermanas jacobs / cultura

Las hermanas Jacobs

Benjamin Black 

Traducción de Antonia Martín Martín

Alfaguara, 336 páginas, 20,90 euros

Suscríbete para seguir leyendo