Voz que busca un camino

El padre de la monumental "Mi lucha" propugna la novela como arma contra "el feo imperialismo del absoluto"

Reseñar un opúsculo de seis a siete mil palabras firmado por un escritor cuya celebridad arraiga en una narración de seis volúmenes y casi cuatro mil páginas resuena a paradoja. Se verá que no hay tal. El sábado 22 de octubre de 2022 el noruego Karl Ove Knausgård, padre del caudaloso y detallista ciclo de novelas autobiográficas "Mi lucha", pronunció en Londres "Why the novel matters", conferencia tan larga como minuciosa ahora traducida al castellano como "La importancia de la novela". Durante noventa minutos, un Knausgård encomendado a Joyce y a Woolf desgranó una reflexión sobre la capacidad de ciertos artefactos literarios para sumir al lector en viajes que, parafraseando los poderes atribuidos por el Rilke maduro a algunas músicas, acabarán ubicándolo en "otro lugar". En un espacio emocional del que regresará alterado. La importancia de la novela radica ahí, afirma Knausgård, quien califica de "importante" cuanto trasciende y tiene "consecuencias más allá de sí mismo". No explica, sin embargo, a qué textos atiende como novela.

Para desencadenar trascendencia el novelista recurrirá al acercamiento. A internarse en el complejo, cambiante, confuso y contradictorio flujo de la vida. A capturar el momento (actos, pensamientos, emociones) y combatir la abstracción que define desde fuera. A doblegar el "feo imperialismo del absoluto" y rescatar lo "preciso, efímero y abierto", lo apresado por el manto unificador, estable y cerrado de ideas y definiciones. Ese acercamiento exige al autor abrirse del todo al lenguaje, gracia reservada al acto mismo de escribir. Si la alcanza, la vida fluirá en sus palabras y estas fluirán en el lector como "vivencia". Observa Knausgård que la vivencia, ay, se desvanecerá tras la lectura y dejará recuerdos menguantes. Tal vez sea, aunque ahí no entra el conferenciante, porque el texto haya cumplido su función: la alteración emocional propiciada por los símbolos.

La prescripción de Knausgård se nutre, y mucho, de D. H. Lawrence, quien, en 1925, publicó un artículo titulado como la charla londinense. Pero también bebe en "El Quijote", "Tristram Shandy", Stendhal, Dostoievski, Hamsun, Proust, Woolf, Joyce y autores como el noruego Tarjei Vesaas o el ucraniano Serhiy Zhadan. Para facilitar al público un asidero, Knausgård hilvanará sus argumentos con la espléndida "Cosas pequeñas como esas" (Eterna cadencia, 2022). En esta novela corta, ambientada en la Irlanda profunda de 1985, Clara Keegan aborda el escándalo de las Lavanderías de la Magdalena, instituciones eclesiales que, de mediados del siglo XVIII a 1996, enclaustraron y explotaron a unas 30.000 mujeres acusadas de costumbres inmorales. Keegan enfoca una pequeña ciudad, dominada desde una colina por un convento de monjas, y tiene la maestría de ir abriendo el campo mediante el conflicto interior de un hombre corriente. Un carbonero, padre de cinco niñas, atrapado entre la voluntad de garantizarles el bienestar a sus hijas y el impulso de rebeldía que se le desata al descubrir la ciénaga.

Avanza Knausgård que en "Cosas pequeñas como esas" cabría ver una novela sobre "la bondad de la gente". Pero "bondad", se rebate, es idea abstracta, concepto; un absoluto sin correlato vital. Lo que, en cambio, alienta en estas páginas son actos, pensamientos y emociones bondadosos, siempre entremezclados con múltiples competidores o aliados. Y ahí arranca la reflexión. Ahí y en esta afirmación de Lawrence: mientras ciencia, filosofía y religión buscan "definir y fijar el mundo", la novela, y eso la engrandece, "es incapaz de lo absoluto" y "mantiene abierta la vida". Al tratar de relaciones, añade Knausgård, introduce cualquier idea abstracta en la esfera humana, donde "su naturaleza sencilla se ve desafiada (y golpeada) por la complejidad en la que de repente se encuentra inmersa". Esas son las artes de la novela: entrar en el mundo, verlo desde dentro, dejarlo abierto, descinchado y, así, dar voz y sitio a "algo" que ni los tenía ni puede tenerlos fuera de ella.

La "misión" de la novela, proclamará Knausgård, "es encontrar el camino hacia ese lugar donde aún no hay nada definido" y no se rotulan los conflictos. Un lugar, ajeno a la dictadura de la idea, donde sólo caben palabras que dando espacio no lo ocupan y, al mostrar, ni explican ni prescriben. Ese lugar, lo sabemos, sólo empezará a revelarse al emprender el camino de vuelta, el que confiere sentido. El que muda según quien lo transite, y acaso mude a quienes lo transitan. Pero esa vía de regreso, claro, sólo está abierta a lectores.

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La importancia de la novela

Karl Ove Knausgård

Traducción de K. Baggethun y A. Lorenzo

Anagrama, 56 páginas, 9,90 euros

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