Galardones

Sigourney Weaver, Premio Goya Internacional 2024

La Academia de Cine otorga este galardón a la intérprete estadounidense por "su impresionante trayectoria plagada de películas inolvidables e inspirarnos creando personajes femeninos complejos y fuertes"

Sigourney Weaver, Premio Goya Internacional 2024.

Sigourney Weaver, Premio Goya Internacional 2024. / EFE

Jacobo de Arce

Es el tercer Goya Internacional que entrega la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y también el tercero que recae en una mujer. Tras la megaestrella de prestigio Cate Blanchett y el estandarte del cine francés y de autor que es Juliette Binoche, el premio que aspira a colocar a España en la liga de los galardones europeos con ínfulas de trascender las propias fronteras vuelve al terreno anglosajón y a las hechuras del Hollywood más exigente. Sigourney Weaver, la inolvidable teniente Ripley de la saga Alien, la ambiciosa y pérfida ejecutiva Katharine Parker de Armas de mujer y la empática científica Dian Fossey de Gorilas en la niebla, es una elección coherente con esa línea y con los tiempos que corren: pocas actrices, como ella, han conseguido encarnar la imagen de una mujer fuerte e inteligente que, sobre todo hace unas décadas, se salía de los moldes tradicionales que para ellas seguía asignando casi siempre la industria el cine.

“La actriz tres veces nominada al Oscar y ganadora del BAFTA y del Globo de Oro Sigourney Weaver ha creado un conjunto de personajes inolvidables, tanto en comedia como en drama [...]. A lo largo de los años, ha cautivado al público y se ha ganado su admiración como una de las intérpretes más queridas de los escenarios y las pantallas a nivel mundial”, ha dicho la propia Academia en el comunicado con el que lo anunciaba este martes, donde también ha celebrado su ecléctico trabajo, “reflejo de su versatilidad, carisma y un talento indiscutible como actriz”.

Un primer papel definitivo

Weaver es uno de esos casos particulares de intérpretes cuya carrera quedó marcada de manera indeleble por el que fue prácticamente su primer papel, y eso a pesar de que en la universidad de Yale, donde se formó, no le auguraban demasiado futuro. Fue el de la intrépida teniente Ripley en Alien, el octavo pasajero (1979), dirigida por Ridley Scott, y las secuelas que le siguieron. La actriz sigue siendo para muchos esa astronauta herida y desgreñada que recorre, lanzallamas en mano, los pasillos de una nave tomada por las criaturas extraterrestres más terroríficas que quizá haya creado nunca la ciencia ficción. Antes había hecho sus pinitos con papeles menores, como una breve aparición en la Annie Hall (1977) de Woody Allen. Pero fue aquella historia de horror intergaláctico la que la convirtió en un rostro imprescindible y poderoso del cine de los 80.

Por esa senda, la de dar vida a unas mujeres tan poderosas como su físico (mide 1,82 m) y su personalidad, continuó su carrera. En El año que vivimos peligrosamente (1982), filme de aventuras periodísticas ambientado en la convulsa Indonesia del derrocamiento de Sukarno, era mucho más que la contraparte romántica de Mel Gibson; en Los canzafantasmas (1984) hizo su incursión en la comedia como una divertida y sensual víctima de los espectros, y en Armas de mujer (1988) se convertía en la competitiva y algo malvada directiva de una empresa enfrentada a una Melanie Griffith aparentemente naif en disputa por su puesto y por el amor de Harrison Ford. Todavía hoy, aquel sigue siendo un hito cinematográfico como una de las primeras cintas que puso en pantalla a las mujeres con mando en la oficina.

Más conmovedor y perdurable en la memoria fue su papel como la científica Dian Fossey, personaje real de enorme prestigio en el mundo de la primatología, en Gorilas en la niebla (1988), una película que empañó los ojos de varias generaciones con el amor que la bióloga encarnada por Weaver demostraba por unos simios con los que establecía una relación familiar y con los que llegaba a comunicarse con un lenguaje común. Como en el caso de Alien, el octavo pasajero y Armas de mujer, también esta película la valió una nominación a un Oscar a mejor intéreprete femenino que en los tres casos se le acabó escapando, pero que aquí sí que le dio un Globo de Oro que ya había conquistado también con su papel de ejecutiva. Aquel film ‘animalista’ despertaría también su sensibilidad ecologista, que se ha manifestado en diversos compromisos con ONGs e intervenciones en la ONU.

Aunque cediendo algunos metros al reclamo de la taquilla con secuelas de Cazafantasmas o de Alien poco necesarias aunque todavía efectivas, en los 90 la actriz siguió apostando por una carrera que combinaba los papeles más populares con el cine de prestigio: dos filmes de envergadura como La tormenta de hielo (1997), en el que se puso a las órdenes de Ang Lee para retratar la crisis del modelo familiar clásico y de toda una sociedad, la americana, basada sobre él, haciéndose de paso con un BAFTA, y La muerte y la doncella (1994), intenso thriller sobre las secuelas de la dictadura chilena dirigido por Roman Polanski y basado en la novela de Ariel Dorfman, contribuyeron a apuntalar su imagen como una de las actrices del cine destinado a perdurar. Mientras, papeles más convencionales como el de la psicólga de Copycat (1995), intriga que pretendía explotar el filón de El silencio de los corderos, o el de madrastra en Blancanieves, un cuento de terror (1997), demostraban su solvencia para abordar todo tipo de personajes, siempre que estos hicieran gala de personalidad y cerebro.

Menos protagonismo

Los dosmiles trajeron consigo una etapa menos memorable de su carrera, en la que abundaron los taquillazos para todos los públicos y donde su protagonismo en los repartos era menor que en épocas anteriores. El mejor ejemplo es Avatar (2009), donde repetía con James Cameron tras el segundo Alien y volvía a dar vida a una científica, o la cuasi española Un monstruo viene a verme (2016), del ahora oscarizable Juan Antonio Bayona, con el que se reencontrará en la ceremonia de este sábado en Valladolid, y en la que encarnaba a la abuela del protagonista. No ha sido su único contacto con nuestro cine: antes ya había trabajado con Rodrigo Cortés en Luces Rojas (2012), y en 2021 recibió el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián, reconocimiento a una trayectoria en la que, además de los citados, ha trabajado al servicio de nombres que han marcado el cine una época, como Peter WeirMike NicholsDavid Fincher o M. Night Shyamalan.

Han sido también estos últimos años cuando, además de seguir involucrada en el teatro como a lo largo de casi toda su carrera -regenta con su marido, el director teatral Jim Simpson, una sala en Manhattan-, su carrera se ha enfocado cada vez más a la televisión, como en el caso de tantos profesionales de la industria: Political Animals (2012), en la que daba vida a una exprimera dama estadounidense reconvertida en gobernadora de Illinois, un entretenido drama político-familiar, es quizá su papel más memorable en este medio.