Festival de Cine de Málaga

Andrea Jaurrieta, nos vemos en los Premios Goya 2025: la crítica de 'Nina'

Andrea Jaurrieta, a través de la historia homónima de José Ramón Fernández, rebusca de manera sólida aquellas heridas que siguen sangrando. La niña dentro del adulto

Fotograma de la película 'Nina'.

Fotograma de la película 'Nina'. / La Opinión de Málaga

Miguel Robles

NINA

Dirección y guión: Andrea Jaurrieta. Reparto: Patricia López Arnáiz, Darío Grandinetti, Aina Picarolo, Mar Sodupe, Iñigo Aranburu, Ramón Aguirre y Silvia de Pé

En mi fin está el principio, diría H.S Elliot. La línea de meta puede que se encuentre en el punto de origen y Andrea Jaurrieta, a través de la historia homónima de José Ramón Fernández, rebusca de manera sólida aquellas heridas que siguen sangrando. La niña dentro del adulto. 

Sobre una historia de venganza, donde una escopeta es el punto de partida para apuntar a la oscuridad, un pasado opaco incapaz de desvelar su identidad, la directora encuentra en el pretexto mil veces visto un punto distintivo y fresco a través de las formas -absorbiendo ciertos rasgos del cine más clásico sin que las referencias visuales resulten en un homenaje facilón- y un guión genialmente perfilado sobre la causística de esas heridas. Volver a lo que fue arrebatado: la inocencia del descubrir sexual, representado en un impúdico color rojo de la ropa interior y diseminado entre las sábanas. 

La compositora Zeltia Montes consigue que volvamos a las películas clásicas de cine negro donde el misterio a revelar se musicaliza como lo haría el bueno de Bernard Herrmann. Esos acordes, sin que la comparación le quede del todo grande, convierten a Patricia López Arnáiz en una regresiva Lauren Bacall en el bajar de las escaleras. Una nueva femme fatale ante los ojos del hombre que nunca dejó de amarla. 

Pero al final, y nos pasa a todos como personajes de nuestro thriller vital, el objetivo que se tiene de arranque se va disluyendo en pos de los nuevos entresijos que se producen en el trayecto. Porque Jaurrieta dirige su particular arma de Chejov fuera de la pantalla: la violencia de género y los abusos contemporáneos en nuestro industria, cinematográfica y social. 

Como bien hizo Isabel Coixet en la reciente Un amor, aquí tambien se vuelve a desvirtuar los entornos rurales. En la acción de quitar la pureza al recuerdo infantil para reconstruirlo de verdad, el pueblo se vuelve el sujeto cómplice ya que, en su inacción compartida, invisibiliza la violencia al punto de reducirla a una mirada compartida o al espacio sinuoso y secreto de las callejuelas. 

Jaurrieta entiende el arte del flashback no como un encadenado que rellena el mismo punto de vista, sino que comprende que el propio pasado se reforma de manera simultánea. En este ejercicio magistral de alternancias -donde la parte adulta (Patricia Lopez Arnaiz), personaje movido por la desesperación y no por su convicción, sigue la desquebrajada estela de su Nina joven (arrebatadora Aina Picarolo)- las actrices retroalimentan sus contrapartes temporales en un sorprendente e inconsciente trabajo en equipo (ellas intentaban mostrarse la una a la otra lo menos posible en el set de rodaje). Otra mención alabadora a Dario Grandinetti, personaje que representa esa solemnidad del mal, aquellos que atan las cuerdas que sostienen sus caretas encima del monstruo.