Día Mundial de la Poesía

Un balazo

Entre un libro de Ángel González y Asturias, que fabrica poesía en cada amanecer

Carlos Fernández

Carlos Fernández

A mí, como a todos los de mi quinta en aquel colegio, la profesora de lengua y literatura (la ligazón de estos dos conceptos es una burrada tan grande como la de "sexo y violencia", pero así nos lo inculcaron y, sin pensar, nos lo comimos) me obligó, con doce añinos, a leer en una Semana Santa a Gonzalo de Berceo. Les juro que Carlinos –que así me llamaba de aquella– no había hecho nada para merecer tortura semejante. Una cosa logró aquella impía: que tardase cuarenta años en leer poesía, si exceptuamos lo de fusilar versos de Bécquer en los albores de la pubertad destinados a Pili, mi primer amor arrebatado, aunque jamás se los entregué, es más, ella nunca supo de mi pasión incendiaria –siempre fui un poco corto–, con lo que evité el riesgo de ser denunciado por el tal Bécquer, quien quiera que fuese.

Lo que sí me gustaba era leer. Vivía al lado de la biblioteca pública, en la plaza Porlier, en Oviedo, y allí encontré la cueva del tesoro. Los cuentos de Tintín, y detrás Verne, Salgari, Stevenson, Cooper, y el resto de la banda. Así empecé a leer, a devorar más bien. Es por eso que siempre digo: "Dejen a sus hijos que lean cuentos, olvídense de Berceo, ya caerán en la trampa". De ahí pasé a la historia, y la geografía, tan mezcladas, y a todo tipo de narrativa, y a necesitar tener un libro en mi mesita con la virulencia del oxígeno. Pero hay errores que son para bien. Un anochecer me encontré en Barcelona, la ciudad que tanto admiraba, sin nada que leer en mi bolsa de viaje. En uno de los puestos de la Rambla de las flores vi un libro ajado de Angel González, que sabía era asturiano. Una antología de sus poemas, y me picó la curiosidad. Me lo llevé al hotel. Fue la primera vez en mi vida que me pasé una noche leyendo. Hasta que lo acabé, incluyendo relecturas.

Me sucedió otras dos veces: en Granada, con "Cuentos de la Alhambra", de Irving, y días atrás, con la novela póstuma de García Márquez "En agosto nos vemos". Aquel libro de Ángel González fue un balazo. Descubrí la poesía escrita. Entendí el idioma. Era el mismo que se siente al aspirar una rosa, acariciar a la persona que quieres, o ver Cudillero desde el puerto una mañana tranquila de abril. Y por culpa de la poesía, de entender su lengua, me di cuenta de que nuestra tierra la fabrica cada amanecer, que entre tantos problemas y calamidades de esta época, todo a mi alrededor está lleno de poesía; las playas con el agua acostándose en ellas, las montañas verde clorofila, el romper de la sidra en el cantu del vaso, la catedral más pequeñina y galana apuntando al cielo, esa mujer en plenitud con la que me cruzo, y por supuesto, una fabada. El gran Graciano García, creador de "Asturias, Capital Mundial de la Poesía", no hizo otra cosa que mirar a su alrededor y darse cuenta. Como Fleming con aquella levadura. En eso consiste ser genio.

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