Hitler y los senderos que se bifurcan
Juan Tallón propone en "El mejor del mundo" un juego magistral de realidades alternativas e identidades volátiles
Tras crear una "Obra maestra" no es sencillo dar el siguiente paso literario. Juan Tallón elige complicarse la vida para contar la historia de Antonio Hitler, un ambicioso y enrevesado empresario gallego que regresa de un viaje de negocios... y todo ha cambiado. Hereda de su padre un apellido peliagudo y una fábrica de ataúdes. Quiere llegar a lo más alto con su fúnebre negocio y parece que está a punto de alcanzar la cumbre. Pero no. De eso nada. Su vuelta a la zona de confort es, en realidad, una vuelta a la irrealidad más absoluta porque en pocos días su mundo ha quedado patas arriba.
Y ahí entra en juego la extrañeza. No hace falta irse a América para experimentarla. Una extrañeza voraz y pegajosa que no admite prisioneros. Tallón utiliza la magia de un realismo con ribetes absurdos para tejer una telaraña que atrapa e intriga. Su novela alcanza grandes cotas de veracidad aunque lo que narre tenga en ocasiones tramos de surrealismo rapaz. Hitler no llega a las coordenadas del mal del matarife nazi pero no es tampoco una persona de la que fiarse. Ni mucho menos a la que admirar. Le corroen contradicciones sin resolver, no tiene reparos morales incómodos y puede dejarse dominar por la violencia aunque también se deje jirones de cauta ternura por el camino en un calculado proceso de esterilidad moral. No es un personaje monolítico y bien podríamos considerarlo poliédrico hasta extremos punzantes. En el fondo, es inevitable sentir cierta empatía (prudente, no nos pasemos) con alguien que comparte con cualquier ser humano normal y doliente esa sensación de desarraigo vital que desorienta, confunde y contamina a fuerza de sentirse fuera de juego, ajeno a reglas y fuera de cartografías convencionales y confortables. Una falsa seguridad en sí mismo.
Borges sabía mucho de identidades que se bifurcan. De personalidades entrecruzadas que necesitan apelar a la confesión o rendirse a la confusión. También Poe entendía bien los secretos del doble. Los benificios tóxicos de la impostura han dado lugar a muchas, muchísimas piezas literarias. Hitler es un superviviente con recursos de habilidad y astucia indiscutibles. Como Ripley, no tiene reparos para desarrollar sus ambiciones aunque sean producto de un multiverso nada poético.
Que algo tan volátil como un puro y sus anillos en fuga tenga rasgos de felicidad es significativo. También lo es que una fortuna dependa de un imperio (o casi) de ataúdes. Los mejores del mundo (o casi). La muerte ajena como acompañamiento para la dicha. Tal vez omnipotente, brevemente inmortal. Esta pregunta es esencial: "¿Hasta dónde estarías a punto de llegar?"
"Muy lejos".
La plenitud era esto. ¿Humildad? ¿Sobriedad? Vamos, hombre. No en vano sus amigos dicen que tiene "una sonrisa de cacho hijo de puta". Su lápida merece un buen resumen: "Hombre de negocios". Y se cree tan bueno en eso que tiene capacidad para perdonarse a sí mismo las veces que haga falta. ¿Les suena el personaje? La actualidad está llena de tipos así. La feria de las mortalidades hace de Antonio Hitler una persona que tiene las ideas muy claras de puro oscuras. Gracias a su padre sabe que el rencor sirve "nada menos que para vivir". Y que la vida puede cambiar por completo en un salto al vacío. No es Hitler alguien que le haga ascos a la violencia. Al contrario. Si, como cree, los hechos del pasado se convierten en inexistentes "cuando nadie recuerda" nada, la memoria es una buena vía de escape si se domestica a tiempo. Y mejor si se hace antes de dejar atrás un terremoto, antes de que una sierra pueda amputar la tranquilidad. Así, de golpe.
Y entonces, el desconcierto. El encuentro con pieles que ya no son familiares. "Hey, Hitler", ¿qué demonios está pasando? Como en "¡Qué bello es vivir!", una vida alternativa pone en peligro la credulidad, a el sosiego, ¿el triunfo? "Es aterrador". Porque "nada entendido como cercano, lógico, cuadra de pronto". Algo lo ha expulsado del mundo "tal y como lo conocía y se relacionaba, casi pacíficamente, con él". De la ambición al miedo. Del puro vencedor al salto al vacío propio. El mundo sigue siendo el mismo pero con piezas cambiadas de sitio. Como un tablero de ajedrez al que se da una patada y las torres derriban a los reyes. Cuando tu tarjeta de visita cambia la profesión, algo próximo al desvarío pide paso. La preguntas son más importantes que las certezas. Después de todo, "la vida es pura nostalgia de una vida diferente". Así que "El mejor del mundo" tiene algo de oportunidad imprevista para hacer realidad el uso de un camino alternativo. Aunque el viaje (un sueño en ascuas) incluso permita devolver la vida a quien murió. "El mejor Hitler del mundo" (una sola palabra y el título de la novela habría dado un escalofrío) es un personaje que no admite etiquetado ni cremación previsible. Como si de una película de David Lynch se tratara, Tallón extiende su maestría narrativa por un pasillo sinuoso e inestable flanqueado de puertas que pueden conducir a cualquier parte. Incluso a ninguna. Una manija espera.
El mejor del mundo
Juan Tallón
Anagrama, 288 páginas, 18,90 euros
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