Ultramodernos en un naufragio histórico
El balance político que arroja la época de las vanguardias en España no deja de ser agridulce

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Hace más o menos un siglo, la sociedad española avanzaba hacia la modernidad con algún retraso respecto a los países europeos que marcaban la pauta. Aunque predominaba la vida rural y casi la mitad de la población era analfabeta, la actividad económica prosperaba, emergían la industria y los servicios, se introdujeron avances tecnológicos y los españoles fueron poniéndose a la moda en sus hábitos cotidianos. Pero la pérdida de las colonias sumió al país en una crisis de identidad y el rudimentario régimen liberal que había evolucionado penosamente, a trompicones, a lo largo del siglo XIX, colapsó, dando paso a la dictadura de Primo de Rivera, y tras un último intento, exaltado y breve, durante la II República, naufragó definitivamente en la guerra civil. El clima exterior, bélico y extremadamente politizado por el auge de los totalitarismos, tampoco fue propicio. De repente, Europa se vio sumida en un conflicto interno de hondura existencial, que agravó el caos que se adueñó de nuestro país.
La bonanza de la economía contrastaba con el enérgico malestar que se respiraba en los medios intelectuales. Aquel fue un periodo muy prolífico en grandes ideas y manifestaciones artísticas novedosas. Y España, de forma un tanto paradójica, sirvió de punto de encuentro de los creadores más vanguardistas en todas las disciplinas. Los literatos y los pintores más nombrados, procedentes de Europa, de donde escapaban tratando de evitar la guerra, y de Sudamérica, se mezclaron y convivieron con los españoles, que a su vez viajaron por el continente, generando un ambiente de efervescencia cultural radicalmente libre e innovador.
El medio siglo que abarca desde finales del XIX hasta la guerra civil, conocido como "edad de plata", término acuñado por el historiador José María Jover y popularizado por José Carlos Mainer, es la etapa más brillante de la cultura española en la época contemporánea. En ella se dieron cita las generaciones del 98, el 14 y el 27, nutridas por una nómina interminable de autores nacionales que, motu proprio e influidos por la presencia de los extranjeros, esparcieron por todo el país los postulados de las corrientes filosóficas, poéticas, pictóricas que hacían furor en Europa a través de grupos, revistas, manifiestos, conferencias y otras actuaciones públicas.
Por el libro de Paul Aubert, hispanista francés de largo recorrido, desfilan en un constante pulular los propagandistas de todos los ismos, Breton, Tzara, Picabia, Marinetti, Huidobro, y también Borges, Bergson, Machado, Picasso, Buñuel, Unamuno, Antonio Espina y la lista completa de los protagonistas y los secundarios de la época. Destaca la omnipresencia de Ortega y Gasset. Su obra es utilizada como referencia principal en la reflexión sobre la naturaleza del trabajo creativo, la relación del artista con el público, su compromiso político, la hostilidad lúdica y a veces nihilista contra las convenciones y el significado del fenómeno de las vanguardias en la coyuntura histórica española. Una parte de los españoles seguía apegada a la tradición, mientras otra la hacía volar por los aires sin un propósito definido. La sociedad española sufrió en este choque cierta dislocación y las vanguardias, en su excitación rupturista, se descoyuntaron en adhesiones ideológicas opuestas. Unos optaron por la militancia comunista, por ejemplo Alberti, y otros decidieron formar en las filas fascistas, como Giménez Caballero, fundador de "La Gaceta Literaria", que en pleno franquismo dedicó un discurso a enaltecer con exagerada pompa artificial la trascendencia histórica de Asturias.
Aubert no se detiene en el trajín y las extravagancias de escritores y artistas. Cuestiona su implicación con los avatares de la modernidad y muestra una inquietud especial ante el dudoso aspecto que va tomando la democracia representativa en nuestros días. La aventura de las vanguardias es fascinante y deja un legado creativo inigualable. Consiguió que se viera el mundo de otra manera, con una actitud distinta, subvirtió el orden de las cosas y jugó con infinitas posibilidades inexploradas. Pero el balance político que arroja tan portentosa exhibición no deja de ser agridulce.

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La aventura de las vanguardias en España
Paul Aubert
Renacimiento, 686 páginas, 50 euros
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