Tinta fresca
¿Qué fue de Barbara?
Liz Moore maneja con destreza los resortes más inteligentes del thriller en "El dios de los bosques"

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De Liz Moore guardamos buen recuerdo por su "El largo río de las almas", así que "El dios de los bosques" merece las mejores expectativas para pasar unas horas tensas e intensas con personajes creíbles, trama robusta, ritmo manejado con destreza y, menos mal, un uso de las sorpresas que no toma el pelo a los lectores. Moore parte aquí de la búsqueda de una adolescente en un bosque. Detalle siniestro: catorce años antes había ocurrido lo mismo con su hermano. Hay un eco procedente de cuentos clásicos que todos (re)conocemos. Bosques, ausencias inesperadas, presencias imprevisibles. A partir de ahí, Moore entrelaza pistas, dudas, misterios, claves ocultas a las que da oscuro cobijo la condición humana.
Nos situamos en agosto de 1975. Una monitora de un campamento ve que la litera que ocupaba Barbara Van Laar está vacía. Es la hija de los dueños de la instalación. La tragedia se repite de nuevo en la familia con una crueldad insuperable. Dos enigmas por uno separados por el tiempo y ubicados en el mismo escenario. Los bosques siempre dan mucho juego a la hora de plantar el suspense y sembrar la inquietud. Como era de esperar, la casualidad parece que está de más y que la doble desaparición oculta secretos que no han visto la luz y permanecen sepultados en las sombras. La familia Van Laar y la comunidad que trabaja a sus órdenes tienen muchas zonas ocultas por las que merodear.
Moore apura al máximo los recovecos de una historia de amor en el alambre, maneja con habilidad los resortes dramáticos que siempre encierran los asuntos de herencia, se mueve con soltura y precisión por los caminos intrincados de la identidad y los espejos (espejismos tal vez) de las segundas oportunidades que aguardan el momento para pedir paso. El amor como posible vía de escape cuando llega la tragedia, la redención en juego, la familia como ecosistema dañado y dañino. Como thriller, la novela de Moore funciona con fluidez, inteligencia y solvente estilo literario, sin las precipitaciones ni los desaliños que tantas veces estropean historias interesantes en su origen y fallidas en su resultado. Se cuecen muchos asuntos de profunda enjundia en las páginas: desde los avatares de la juventud, hasta las distintas temperaturas que calientan o enfrían la amistad, pasando por las mentiras y los secretos que anidan como pájaros de mal agüero en el entorno familiar y en los opresivos círculos sociales. Por no hablar de una invitación a reflexionar sobre quién posee realmente los derechos de la tierra. El bosque se erige como una gran metáfora de la vida y sus consecuencias: de Caperucita a Pulgarcito, pasando por Hansel y Gretel, la lista de personajes perdidos que luchan por sobrevivir (y no lo hacen igual los ricos que los pobres) y dejar constancia de sus huellas con la sombra del mal al acecho es amplia y variada, y a ella suma Liz Moore una obra que captura el interés desde el principio. Y no lo suelta.

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El dios de los bosques
Liz Moore
AdN, 528 páginas, 22,95 euros
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