Los transeúntes del autor implicado

Gustavo Faverón Patriau conforma en "Minimosca" una novela grande en el qué y en el cómo que enlaza con los grandes hitos narrativos del boom

Gustavo Faverón Patriau.

Gustavo Faverón Patriau. / Efe

Jaime Priede

Jaime Priede

Ahora que celebra su 20º. aniversario, no está de más recordar que la editorial Candaya nos viene avisando con su catálogo de un fenómeno, quizá disperso, intermitente, pero cada vez más perceptible, que se está dando en la actual narrativa latinoamericana: la influencia de la novela total del boom, la ambición de contar una historia desde todos los puntos de vista, la idea de crear un mundo ficticio que sea ampliación del mundo real, no una habitación más en la casa. Títulos como "El espectáculo del tiempo", de Juan José Becerra, y "Vivir abajo" y "Minimosca", de Gustavo Faverón Patriau , son un buen ejemplo de la apuesta de Candaya por este tipo de novela ambiciosa en la senda de "2666" de Roberto Bolaño. Libros que no se pueden explicar en cuatro palabras y en los que el argumento no es siempre lo más importante.

Conocíamos a este lado del charco "El anticuario" (Candaya, 2014), primera novela de Faverón Patriau, protagonizada por un hombre encerrado en un psiquiátrico que por las noches reúne a los pacientes y les obliga a escuchar sus historias. Una narración breve, oscura, telúrica, con un impulso gótico en una Lima enloquecida, perversa, con forma de espiral. Luego llegó "Vivir abajo" (Candaya, 2019), cuyo resultado, en cierta forma, incidía en lo mismo: la cultura y la barbarie no son antagónicas, también se cruzan y a menudo conviven bajo el mismo rostro. En este caso, la historia gira en torno a dos investigaciones: la de George Bennett que necesita saber quién fue realmente su padre y la del narrador, que a su vez necesita saber quién fue realmente George Bennett. Su organismo está constituido por una red de historias cruzadas que ocurren en tiempos aparentemente desconectados, en líneas cronológicas diferentes y que están contadas a través de muchos filtros. Ya no se trata de un personaje enloquecido y aislado de la sociedad, como en "El anticuario", sino de decenas de personajes que parecen desequilibrados y tienen apariencia de normalidad. Un referente ineludible de la novela total.

Ambos antecedentes dejaban al autor en condiciones de afrontar un "más difícil todavía" que se materializa en "Minimosca", un monumento que parece inspirado en las ideas de Le Corbusier, considerado el padre de la arquitectura brutalista, porque es un libro de túneles, una novela puzzle con un elenco de personajes ya presentes en "Vivir abajo", especialmente el cineasta George Bennett, pero que no presupone su lectura. Son inumerables los relatos que dan forma a "Minimosca" y tienen en común la dualidad constante de los personajes, vidas que se parten por la mitad y buscan la manera de recomponerse a través de su relato. Un compendio de oralidad que no transcurre, siguiendo a Isaiah Berlín, en el nivel de lo visible, de lo fáctico, sino en el nivel inferior, subterráneo, ahí abajo donde discurre nuestro comoportamiento inconsciente, nuestras emociones, nuestros demonios, nuestras ambigüedades, nuestras contradicciones. Todo eso existe y no hay, seguramente, otra forma de contarlo que no sea la escritura febril intuida en muchos tramos de "Minimosca", una escritura intensiva y reconcentrada que se deja ir en estado de gracia, eso que el propio autor llamó en otra ocasión, refiréndose a Pizarnik y a Piglia, el lenguaje como enfermedad: "La locura (o la lengua de la locura o la locura de nuestra lengua), vista así, puede radicar en dos cosas. Una, ese darnos cuenta de que existe un mundo torcido que nuestra lengua normal no puede describir. La otra es darnos cuenta de que nuestro lenguaje está torcido y es incapaz de hablar sobre el mundo normal. En ambos casos, hay un exceso: o un lenguaje más grande que el mundo, o un mundo desbordado, más grande que el lenguaje, y que nos fuerza a estirar nuestro lenguaje, para ver si lo hacemos capaz de capturar ese mundo".

La metaficción, la pérdida de identidad que en diversos tramos también llega a experimentar el lector, el cine negro metaliterario, la ficción como una entidad real de la novela, el tiempo del revés, porque hasta que no se llega al final no se logra constituir la novela como un todo, conforman casi una experiencia de vida, más que de lectura.

Dividida su estructura en siete partes, todas ellas están encabezadas por la misma cita de sir Thomas Browne, médico y ensayista del XVII que elegía siempre el gesto idiosincrásico del anticuario, privilegiando las estructuras congestionadas, agregativas y difusas. Roberto Calasso, que lo estudió en profundidad, percibió su aspiración por la utopía de una glosa ininterrumpida, una suerte de literatura secundaria, subterránea, construida como una serie de comentarios, sobre comentarios, sobre comentarios. Esto es lo que fascinó a Borges de Browne y el eco de ambos resuena en cada parte de "Minimosca".

Tiene mucho también de novela cervantina, porque la novela moderna, la novela que nace con Cervantes, nace como comedia. El humor como mecanismo de subversión está muy presente en cada página de "Minimosca", porque de ese modo se pueden decir cosas que no se pueden decir de otra manera. La influencia de la novela gótica anglosajona y el gótico sureño de Faulkner, Flannery O’Connor, Carson MacCullers o Bolaño están ahí desde que los autores del boom abrieron puertas más allá de las tradiciones locales. Gustavo Faverón Patriau ha conformado con todo ello una novela grande en el qué y grande en el cómo.

Imagen PORTADA MINIMOSCA

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Minimosca

Gustavo Faverón Patriau

Candaya, 716 páginas, 25 euros

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