Recuerda: siempre nos quedará Ford

Jorge Fernández Díaz filma con "El secreto de Marcial" una gran película con palabras y una magnífica novela de imágenes imborrables

Jorge Fernández Díaz, por Pablo García

Jorge Fernández Díaz, por Pablo García / .

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Esta película está basada en algunos hechos irreales, advierte Jorge Fernández Díaz en el umbral de "El secreto de Marcial", ganadora del Nadal con toda justicia (y que esta tarde se presenta en el Club LA NUEVA ESPAÑA, no falten). Quien avisa no es traidor. Así que todo es posible. También, citando al Bogart de "La condesa descalza", anticipa que "la vida es un guión estúpido". No es extraño que a las primeras palabras de cambio aparezca una asturiana para traer a colación el Güercu, ese ser mitológico que se divierte advirtiendo y avisando de que la muerte acecha. La novela comienza, pues, con un pie anclado en lo fantástico, versión sombría, y la memoria real, versión umbría: la de aquellos asturianos que se reunían en Buenos Aires con la pesadumbre del desarraigo tratando de conjurarla con la alegría expansiva de la camaradería. Marcial tenía una cara con ellos y otra en casa. Pronto, a modo de tráiler que sugiere e impone la ley del suspense, el autor introduce ya los elementos que exige toda historia que pretenda atrapar: una mirada inocente, un roce cautivo, un secreto tras la puerta. Dos personajes protagonistas, quizá antagonistas: ella era carismática y él era opaco, ella tenía todas las respuestas "y a mi padre ya casi no le quedaba ninguna: siempre resultaba derrotado". Aquí, la heroína. Allí, el caballero descabalgado. En apariencia, al menos, porque Marcial tenía una segunda vida con la que compensar las carencias de la primera. Crepuscular por un lado, fugitivo por el otro. Personajazo habemus.

Un hombre "millonario sin plata" que caminaba y caminaba en su retiro como si le fuera la vida en ello. Explorador de una ciudad llena de rincones por descubrir: "El sacrificio es lo más grande que hay", decía a su hijo como si se tratara de John Wayne en "Fort Apache" o "La legión o invencible". El dibujo de la emigración asturiana posee toda la épica del perdedor que alumbró tantos westerns de armas perdidas. "Esfuerzos homéricos", puntualiza Fernández Díaz, como si se tratara de personajes salidos de "El hombre tranquilo". Esa gira "de tu padre es una película", decían varios directores al autor, pero la biología "borró de la faz de la tierra a esa generación indómita". Imposible, pues, imitar al investigador de "Ciudadano Kane" y emprender un viaje de entrevistas para tratar de resolver misterios insondables.

No importa: los fantasmas también tienen derecho a contar su historia y quién mejor para hacerlo con un hijo en busca de reconciliación póstuma, de (re)conocimiento mutuo con goznes sobrenaturales para abrir puertas cerradas tras las que aguarda alguna verdad, como la de "Rebeca". Es en ese tránsito espiritual y periodístico (no olvidemos que Fernández Díaz, como buen profesional con mucho oficio, domina el noble arte de la indagación permanente) donde "El secreto de Marcial" se faja como Rocky Marciano. Otros autores invertirían el triple de páginas en narrar una historia de tantas grietas y pliegues, iluminada por las luces trémulas de tantas películas convertidas en guía vital, algo así como un manual de supervivencia que Marcial ofrecía a su hijo para que las imágenes sustituyeran las lecciones que él no le daba de viva voz. La educación sentimental con envoltorio de celuloide corregía el déficit comunicativo que tantas generaciones de padres asumían como algo natural.

Incluso las ausencias tenían sentido. Un sentido aún por descubrir. Como la vida misma. Cuando el padre no se quedaba hasta el final de la película, el hijo lo completaba luego para que no se lo perdiera. De alguna forma estaba entrenando al futuro escritor de periódicos y de novelas para convertirse en narrador. El cine como gran academia para la vida: cada película acogía enseñanzas sobre el amor, la pérdida, la resistencia, el fracaso, las heridas eternas. "La gracia de ser valiente es no serlo demasiado", decían en "El gran combate" (por cierto, los puñetazos solo son divertidos en el cine).

Otra película, "Breve encuentro", abrió al niño Jorge la puerta cerrada a cal y llanto de los secretos, la culpabilidad, el sacrificio que solo conoce quien lo decide. Era inevitable que aquel espectador esponja terminara filmando películas dentro de su cabeza. La imaginación al poder. Un plató infinito donde rodar las mejores historias con los mejores repartos.

Uno de los planos más fascinantes de la novela la convierte en un festín para los cinéfilos que llevan celuloide en las venas. Cómo se van hilvanando secuencias con el viaje iniciático del autor (y que van de "Centauros del desierto" a "Perros de paja", con su ambivalente cruce de repulsión y deseo) es un prodigio de narrativa alimentada por la evocación y la fantasía, por la aclaración de tantos avatares de la vida y por el reclamo de viejas enseñanzas en la pantalla renovadas en la memoria en el montaje final del autor. Y siempre rodando películas que no existen fuera de la imaginación: "Quizá se trató siempre de una argucia del inconsciente para cumplir sueños inalcanzables, para refugiarme de la realidad plana y dolorosa, para no abandonar del todo la infancia, para no estar solo a merced de pesadillas reales". Y aún hoy se duerme "en esa larga película donde los puñales no lastiman y los remordimientos no existen". Una historia del cine muy personal y exploradora.

John Ford y William Wyler como formadores. Y como salvadores de vidas. Dulces calvarios, pensamientos arrancados con tenazas, besos y lágrimas, convicciones de hierro: "Es la realidad la que copia a las películas". De ahí que los nombres de pila de grandes estrellas pasen usurpar los verdaderos de algunos personajes: el maridaje cine/vida se desvanece, todo forma parte de una inabarcable superproducción que va de un género de a otro, de una época a otras, de un relámpago vital a un naufragio imperecedero. Lecciones de periodismo, profecías rotas ("fracasarás"), adioses, desapariciones, verdades escondidas como en "El hombre que mató a Liberty Valance". Una moviola que no descansa. "Somos lo que vimos". Viejas películas que embotellan "el perfume de Marcial". ¿En qué película quisiéramos vivir para toda la eternidad? Buena pregunta. Muy buena pregunta. "Has visto demasiadas películas": un reproche, una liberación. Y luego está caja, claro: el arca perdida de los secretos. La verdad dentro de ella. O tal vez no: recordemos lo que pasaba en "El tercer hombre", donde los muertos no lo estaban y los vivos tal vez sí. Es posible regresar de los naufragios y de volver de entre los muertos. Y "El secreto de Marcial" impone su ley en un bellísimo y conmovedor final, cómo no, sugerido por John Ford desde el desierto. Sí: siempre nos quedará Ford. Y que nos pille bien confesados.

portada el secreto de marcial jorge fernandez diaz 202501161559

. / .

El secreto de Marcial

Jorge Fernández Díaz 

Destino, 256 páginas, 21,90 euros

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents