Bloc de notas
Vivir de pie
"Quien tiene miedo muere a diario" es el testimonio de Giuseppe Ayala sobre sus compañeros del Grupo Antimafia de Palermo, Falcone y Borsellino; la crónica de aquellos años de plomo y la historia de una amistad

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La muerte, junto con el fatalismo y la soledad, son los asuntos capitales literarios de los grandes autores sicilianos, de Pirandello a Sciascia. "Es como si fuéramos" –decía el valeroso magistrado Giovanni Falcone– "un pueblo que ha vivido demasiado y, de pronto, se siente cansado, rendido, vacío, al igual que don Fabrizio en ‘El gatopardo’", la colosal novela de Lampedusa que empieza por explicarlo todo. "Quien tiene miedo muere a diario", el título con que el fiscal Giuseppe Ayala (Caltanisetta, 1947), más tarde diputado y senador, quiso homenajear a sus compañeros y amigos Falcone y Paolo Borsellino, proviene de una frase suficientemente acuñada de este último: "Es bonito morir por aquello en lo que crees; quien tiene miedo muere a diario, quien no tiene miedo solo muere una vez". Siendo un superviviente de aquellos años de plomo en los que fiscales, policías, jueces y abogados caían uno tras otro combatiendo a los mafiosos, Ayala devuelve en su testimonio la idea de no arrodillarse y vivir de pie de quienes sacrificaron sus vidas para acabar con la impunidad y el delito, enfrentándose a la vez a la corrupción del Estado. "Quien tiene miedo muere a diario" es, además de una fiel crónica, la historia de una hermosa amistad, que ahora publica Gatopardo traducida al español y que tuvo su primera edición italiana en Mondadori en 2008.
Giuseppe Ayala recorre con rigor intelectual y emoción los años de1979 hasta la primavera/verano de 1992, cuando dos explosiones aniquilaron a tres magistrados, Giovanni Falcone, su esposa Francesca Morvillo y Paolo Borsellino, y ocho de sus escoltas, respectivamente, en Capaci, el 23 de mayo y en via D’Amelio de Palermo, el 19 de julio. Casualmente, Ayala no estaba con Falcone y su esposa el día del atentado, mientras regresaban de Roma, aquel sábado. En Capaci, un minuto antes de las seis de la tarde, 500 kilos de TNT segaron cinco vidas y dinamitaron la dignidad de todo un pueblo. Ayala recuerda la absoluta dedicación al trabajo de Falcone y Borsellino: la necesidad de arrojar luz sobre la mafia y destruirla. Pero las cosas no siempre funcionan como es deseable; si bien la nueva técnica adoptada por Falcone de unir a los fiscales en un mismo objetivo ofreció resultados positivos –prueba de ello son las condenas del maxi-proceso de Palermo–, una vez transcurrida la fase más aguda y angustiosa, la emergencia se convirtió en una rutina ordinaria.

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En la década de los ochenta, los asesinatos se cantaban como en un parte de guerra. Los mafiosos masacraban a representantes de la justicia, de la policía y de la política siguiendo una espiral aterradora e imparable. La lista es larga: Gaetano Costa, fiscal de Palermo; Piersanti Mattarella, presidente de la región siciliana; el capitán de los Carabineros Giuseppe Russo; el jefe de la brigada móvil de Palermo Boris Giuliano; el dirigente de la Democracia Cristiana Michele Reina; el juez Cesare Terranova… La señales eran tan terribles como claras: estaban dirigidas a los magistrados que luchaban contra la mafia y a los políticos que querían pasar página. También circulaban entre los mismos mafiosos. En 1981, el boss de la familia de Santa Maria de Gesù, Stefano Bontade, fue acribillado a balazos con un AK-47, por orden de los corleoneses Totò Riina y Bernardo Provenzano.
De la lupara al kalashnikov, la mafia experimentaba un salto cualitativo en sus métodos más violentos. Palermo, en 1981, era una ciudad arrastrada hacia la violencia, la sangre y el terror. Los mafiosos fueron "a la guerra" para regular sus equilibrios internos y debilitar al Estado. Entonces, la investigación rutinaria pasó a ser una emergencia nacional. Rocco Chinnici, jefe de la oficina de Investigación (más tarde también asesinado) se convirtió en referencia para los jóvenes fiscales, una deidad tutelar, como lo define Ayala en su libro. Él fue quien eligió a Falcone. Y con Falcone nacía un nuevo método basado en la visión unitaria y en la investigación integral del fenómeno mafioso.
Vuelta a la rutina tras el período violento de mayor intensidad, Falcone, Borsellino y el resto de magistrados fueron aislados por el Estado, sus actuaciones empezaron a ser consideradas subversivas por los propios mafiosos y sus colaboradores políticos. El escudo humano de protección que los había mantenido a salvo desaparecía de repente. El fatalismo no tardó en apoderarse de aquellos seres combativos y optimistas. Después de la muerte de Falcone, Borsellino repitió con resignación a su esposa: "Estoy corriendo contra el tiempo. Ahora es mi turno. En la vida siempre he sido segundo y siempre seré segundo en la muerte".
Falcone era el amigo de mil batallas por el que había permanecido un paso atrás. Agnese Borsellino diría luego: "Paolo empezó a morir cuando murió Giovanni, como dos canarios que rara vez sobreviven mucho tiempo a la muerte del otro".

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Quien tiene miedo muere a diario
Giuseppe Ayala
Traducción de David Paradela López
Gatopardo, 272 páginas, 20,95 euros
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