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Ana María Matute: inventando invenciones

El centenario de la autora de "Olvidado Rey Gudú" nos invita a regresar a una escritura que, fundiendo cuento y denuncia social, siempre rinde homenaje a la imaginación

Ana María Matute, por Pablo García

Ana María Matute, por Pablo García / .

M. S. Suárez Lafuente

El año 2025 nos permite recordar a dos autoras fundamentales en la historia de la literatura española contemporánea, específicamente de la denominada "novela de posguerra": Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, en el centenario de su nacimiento. Sobre Martín Gaite escribimos en el último número de "Cultura" de 2024; hoy queremos tener también presente a Matute.

Ana María Matute (1925-2014) fue una autora precoz que escribió su primera novela, "Pequeño teatro", a los 17 años, si bien la obra no fue publicada hasta varios años después; con ella ganó el Premio Planeta en 1954. Aunque tuvo que lidiar con la censura franquista, que, según dejó dicho, "nos tenía oprimidos a los escritores", recibió numerosos premios literarios; fue además aceptada en la Real Academia Española en 1996 y reconocida con el Premio Cervantes en 2010. En 2009 depositó la primera edición de su novela "Olvidado Rey Gudú" en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, marcando así, definitivamente, su paso a la historia de la literatura en lengua española.

Esta estela de premios y reconocimientos marca el itinerario de una larga carrera como escritora de novelas y narraciones breves, y marca también una travesía de la vida "salpicada de abundantes tempestades" (2010) que fue sorteando gracias al "faro salvador de la literatura", gracias a sus escapadas imaginadas al "bosque", uno de los motivos recurrentes en su escritura, un lugar "misterioso, atractivo, terrorífico, lejano y próximo, oscuro y transparente" que podía poblar, con la simple fuerza de combinar palabras, de "criaturas, deseos, sueños, personas y personajes", como explicó en su discurso de entrada en la Real Academia,

Todo ese mundo intangible, que puede volverse real por el poder de la literatura, se manifiesta en las novelas de la autora, la mayoría de ellas publicadas entre 1948 y 1973; después de un interludio de silencio de dos décadas, publicó cuatro obras más, una de ellas la póstuma e inacabada "Demonios familiares" en 2014. En todas ellas hay una combinación admirable de realismo y fantasía, en distintas medidas, evocada a través de la memoria, lo que confiere a su prosa un marchamo de nostalgia que suaviza la realidad más dura y familiariza la fantasía.

En varias de las novelas el protagonismo recae en una niña fantasiosa capaz de percibir la poesía implícita en la naturaleza y en algunos momentos del día, en medio del miedo que suscita el odio y la violencia extrema en un ambiente cotidiano resquebrajado por la guerra civil u otros conflictos. La abuela, en "Primera memoria" (1982), es un personaje que incorpora el drama de tal polaridad; quien debiera ser la protectora de Matia, la que le cuente historias y dispense ternura, es percibida por su nieta como la bruja de los cuentos, "una mole redonda y negra" que reina, desprecia y calla ante las injusticias. Sus dedos se clavan en el hombro de la nieta, su voz le habla con dureza y lleva "su cólera blanca encima de la frente".

No nos sorprende, por tanto, que Matute considerara la escritura como un medio para manifestar su "malestar en el mundo, un malestar que a veces es personal y a veces no". A lo que añadía: "Yo no escribo para divertir, escribo para inquietar". Y tampoco nos sorprende que, para contrarrestar la hipocresía de la sociedad, la incomunicación y la invisibilización de la gente marginada, Matute haya recurrido siempre a la imaginación, al "érase una vez", que le permite volar por encima de la crueldad, a pesar de que no pueda perderla de vista.

Al estar escritas en primera persona, sus novelas pueden parecer autobiográficas, pero la autora insistía en que no lo eran, aunque consideraba inevitable que su experiencia vital y sus muchas lecturas desde muy niña transpiraran en su escritura, cuya aparente ingenuidad hace que algunas de sus obras sean tenidas como lectura para niños y que haya sido Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

La novela con la que inició su vuelta al mundo de la publicación fue "Olvidado Rey Gudú" (1996), posiblemente su novela más famosa y la preferida de la autora porque es el libro que hubiera querido leer de niña, "ese libro que una quiere escribir desde la infancia"; es "mi herencia literaria", decía. La novela es una fantasía épica que Matute dedica a la memoria de Andersen, los hermanos Grimm, Perrault y, agregaba: "A todo lo que olvidé. A todo lo que perdí", recuperando así ese ámbito de la imaginación sanadora, "esa catapulta que nos lanza al cielo", que reside en la infancia y en la infancia perdida.

En varias de sus novelas y relatos se advierte también la influencia de las sagas celtas y escandinavas y de las novelas artúricas que Matute leía ya de pequeña, y, siempre, el gusto por las palabras: "Revestido de su yelmo, cota y coraza, lanza en ristre, la capa de zorros agitando sus colas negras bajo el furioso remolino que llegaba de las dunas, el Barón se erguía sobre su montura. Su escudo, pulido con arena del Gran Río, brillaba con la nitidez de la luna y la furia del sol" ("La torre vigía", 1971)

A pesar de todo lo dicho, la obra de Matute tiene un componente notable de denuncia social, de diferencias de clase que marcan la vida desde la infancia. Curiosamente esto no era advertido por la censura, que en 1961 le permitió publicar "Libro de juegos para los niños de los otros", cuyo título habla por sí solo. La propia autora dijo en una entrevista de 1997 que había escrito el libro como forma de protesta, pero que nadie se enteró.

El paso de Matute de la infancia a la adolescencia fue un rito de iniciación marcado por la guerra civil española, época en la que sólo la imaginación la libraba del horror cotidiano. Esta conjunción de la dureza de la vida y la libertad de la mente la acompañarán ya siempre y estará presente en su biografía hasta su muerte. Ana María Matute siempre fue niña con una vida de mujer adulta con muchas sombras, pero iluminadas por la literatura.

El final de "La torre vigía" puede servirnos de resumen y epitafio para seguir leyendo su obra: "El alba […] mostraba antiguas y nuevas huellas de todas las guerras y todos los vientos. En algún lugar persistía el enfurecido piafar de negros y blancos animales […] Pero yo alcé mi espada cuanto pude, decidida a abrir un camino […] A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve".

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