Una lección de autonomía
Pedro de Silva y el encaje de Asturias en el Estado autonómico nutren un volumen de escritos y discursos del expresidente del Principado editado por Óscar R. Buznego

Pedro de Silva, en la Junta General del Principado, en noviembre de 1987. / LNE
Pedro de Silva no necesita, obviamente, presentación alguna a los lectores de LA NUEVA ESPAÑA: abogado, político y escritor, publica una breve columna de opinión cada día en este periódico desde hace más de 30 años. Como escritor ha cultivado todos los géneros: poesía, teatro, novela y ensayo. Y como político, además de diputado al Congreso, fue durante dos legislaturas –las iniciales de nuestra Comunidad Autónoma– Presidente del Principado de Asturias. Sobre los orígenes del Estado autonómico y de la autonomía asturiana lo sabe, pues, todo y de primera mano. Por tanto, ha hecho muy bien el profesor de la Universidad de Oviedo Óscar Rodríguez Buznego, gran conocedor a su vez de los comienzos de la aventura regional astur, en editar los escritos y discursos de Pedro de Silva relacionados con el surgimiento y desarrollo de semejante empresa descentralizadora.
Buznego dedica a esta compilación, sin duda valiosa y necesaria para historiadores y politólogos, pero también para todas las personas cercanas al devenir de la cosa pública, un extenso, enjundioso y erudito estudio preliminar.
La voluminosa obra resultante ("Asturias. Textos para la Autonomía") comprende libros, documentos, artículos, discursos y conferencias de Pedro de Silva desde 1976 hasta 2022. El conjunto es, a mi juicio, excelente. De Silva escribe –y ocasionalmente perora– admirablemente, incluso sin temor a introducir neologismos de su cosecha en un idioma que domina y disfruta, según se advierte en cada página. Ahora bien, de este libro a mí personalmente me interesa sobre todo lo que se refiere, más que al itinerario institucional históricamente recorrido desde el tardofranquismo hasta hoy (con ser ello sumamente interesante y campo también de mi actividad profesional como constitucionalista), al ideario de Pedro de Silva sobre la estructura territorial del Estado español. Y la razón de ese especial interés no radica solo en la categoría intelectual del autor y, al tiempo. personaje de la obra, sino, fundamentalmente, en la representatividad generacional de tal ideario y de las etapas de su evolución. Naturalmente, no dispongo aquí del espacio que me permita otra cosa que, con dos o tres pinceladas, incitar a la lectura de este libro.
Quienes éramos jóvenes en la década de los años 70 y nos hallábamos en posiciones de izquierda, debíamos mucho de nuestro bagaje ideológico al pensamiento marxista. Con el tiempo, fuimos dejando atrás la filosofía de la Historia de Karl Marx en cuanto forma de teología, sin olvidar jamás, en cambio, su contribución colosal a la sociología histórica y al periodismo político de más alto nivel. No resulta, pues, extraño que en 1976 De Silva, al preguntarse por qué defender la opción regionalista para Asturias, adujera "la lucha contra el centralismo político y (…) contra el capitalismo monopolista, que constituyen los instrumentos de la opresión nacional/regional". En efecto, la propia presencia hegemónica en Asturias de la empresa pública estatal "responde, inequívocamente, a criterios centralistas, limita extraordinariamente las posibilidades de una planificación económica regional y, en la práctica, haría parcialmente ilusoria la autonomía política, por cuanto las decisiones más trascendentales para la socioeconomía de la región, con potencialidad para condicionar en no escasa medida el desarrollo económico y social de Asturias, estarían radicadas en instancias centralistas". En consecuencia, sostenía a la sazón De Silva, "la regionalización de la empresa pública constituye, así, un objetivo irrenunciable, si de verdad se pretende un régimen de verdadera autonomía…".
Ahora bien, al aprobarse años después el Estatuto asturiano, Pedro de Silva reconocería el escaso fervor con que los ciudadanos de la nueva Comunidad Autónoma acogían el alumbramiento de la criatura, frialdad que no obstante valoraba positivamente, así como que "la autonomía fuera más un ente de razón que un ente de pasión". En todo caso expresaba su convicción de que "el futuro económico de Asturias no puede afrontarse desde una actitud ‘liberal’, sino que requerirá la puesta en práctica desde los poderes públicos de una política de intervención".
Ya como Presidente del Principado, y pronunciando una conferencia (1986) en el Ayuntamiento de Barcelona –y por tanto en el espacio emocional catalán, es decir, en el núcleo de la asertividad identitaria–, se consideró obligado a proclamar: "Asturias no es un producto artificial o puramente racionalista del Estado de las autonomías, sino una realidad histórica, social, cultural, con autoconciencia de sí misma desde hace muchos siglos. Una realidad que, sin embargo, no siempre se ha sentido a sí misma como región, aunque se sintiera a sí misma como identidad colectiva". Explicar esta paradoja a quienes "creían" que Cataluña era una nación de mil años de existencia, no le fue fácil a De Silva, metido en la aporía de la convicción astur, igualmente mitológica, de constituir el origen de la nacionalidad española. De ahí que, para no seguir las huellas del gato de Schrödinger, y ser y no ser al mismo tiempo Asturias una especie de sujeto hipostático, señalase el conferenciante que, fuera como fuese, el objeto de una política autonómica debía ser "demostrar la superioridad de las formas de autogobierno autonómico sobre las formas de gestión centralista".
Muy pocos días después le dirigía al Presidente González una memoria sobre la situación general del proceso autonómico. En ella puede destacarse esta lúcida afirmación: "La conversión de España en un país eficiente –en última instancia, donde el trabajo rinda más bienestar– requiere que el sector público sea desposeído de la presunción de bondad de que hoy, por una teoría de origen remotamente teocrático heredada por la izquierda (sacralización de "lo estatal"), está investido".
En un artículo de 1992, sostenía Pedro de Silva, con doloroso pesimismo, que "el Estado autonómico está en crisis, pero las cosas pueden ir todavía mucho peor", dada la inexistencia de un modelo estatal discernible. "¿Por qué no hay modelo? Porque no hay ni teoría ni convicción autonómica". Y añadía: "La tradición federal, que debió iluminar desde el convencimiento y no desde la resignación el camino del Estado autonómico, se ha perdido". Diez años después, y completado ya el armazón competencial de Asturias, el ánimo es otro: "La superioridad de la gestión autonómica sobre la centralista no admite muchas dudas a los ojos de los ciudadanos". ¿Hay que seguir luchando por nuevas competencias o dar por cerrado el proceso? De Silva propone más bien mirar a Europa, cuya unidad no podrá alcanzarse sin el impulso de las regiones.
He aquí un libro para reflexionar acerca de una forma estatal –el Estado autonómico, una variante del federalismo– que, vista en su conjunto, se ha construido, y se sigue construyendo, entre bandazos y turbulencias. Y que sin embargo ha sido un completo éxito por su cercanía a los problemas inmediatos de los ciudadanos. En cierta manera, y como le pasa a Pedro de Silva, los primeros sorprendidos, a toro pasado, eso sí, somos nosotros mismos, actores y testigos de un proceso de consolidación que solamente entendemos cuando dejamos atrás, con un suspiro de alivio e incredulidad, la mareante montaña rusa en que veníamos viajando.

Asturias (Textos para la Autonomía)
Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos
Edición de Óscar Buznego
Krk, 830 páginas, 50 euros
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