Palimpsestos

Ya hace algunos años que el crítico Rubén Suárez se percató de cómo Lisardo Menéndez había puesto en marcha un proceso de despojamiento en su obra, en lo formal y en lo cromático, "un camino hacia la esencialidad propio de las derivas conceptuales y de su pensamiento, tanto en lo poético como en lo plástico".

Tal despojamiento también se advierte en esta exposición en la Galería Arancha Osoro de Oviedo. Contemplando sus nuevos trabajos, diez acrílicos sobre lino de distintos formatos, cuatro de ellos dípticos, se despierta la curiosidad y una enorme atracción provocada por el aura que desprenden. Estamos ante una apuesta singular en la que la abstracción geométrica se aleja de cualquier filiación con las vanguardias históricas y cuya búsqueda de la trascendencia la distancia de presupuestos estrictamente racionales, planteando una pintura sensorial que, desde la pura contemplación, conecta con nosotros. Distintos críticos de arte se han detenido en el análisis de su obra, desde Fernando Castro Flórez y su "Geometría de la exactitud y de la levedad", hasta el interesante texto de Juan Manuel Bonet "El reino del silencio", coincidiendo en la calidad y enorme singularidad de unas propuestas que proceden de sus especulaciones conceptuales, su sensibilidad y su convencimiento de que el arte es uno de los recursos propiciatorios para el autoconocimiento.

Las obras de Lisardo existen en la geometría más depurada, con una pureza extrema, exenta de cualquier artificio que distraiga. La serenidad que transmiten procede de ese perfecto equilibrio en el que lo racional y lo emocional se encuentran. Hay aspectos de rigor matemático que confieren a cada composición una presencia atemporal, pero tras la apariencia de las formas geométricas, rojas y negras, que se pliegan sobre sí mismas y que se repiten insistentemente, se desvela, en un blanco siempre protagonista en sus trabajos, la auténtica estructura interna de la pintura. Son piezas concebidas como palimpsestos, con niveles de lectura que parten de lo superficial, de unas formas que "ocultan" parcialmente otras capas y estratos más profundos, huellas que nos conducen hacia el encuentro con lo esencial.

La actitud contemplativa se impone ante unos trabajos cuyos títulos básicamente aluden a las series o a referencias secuenciales, lo que neutraliza cualquier intento de lectura o interpretación que vaya más allá de lo estrictamente pictórico. En los acrílicos de mayor formato, como "VX3.(0.VX5)" la ordenada repetición modular ocupa prácticamente toda la superficie del lienzo y la disposición de las formas geométricas cambia en un ritmo pautado, como una pulsión, una respiración o un mantra. Entre los dípticos, piezas de menor formato como "VX3.(F.VX5)2", la simetría, los efectos especulares, angulosidades y aristas, y la diferencia de escala, potencian la fisicidad de las formas geométricas siempre inmersas en la blancura de las telas. El contraste entre fondo y figura halla su punto de encuentro en la levedad de las tramas que parecen estar a punto de revelarse.

Es importante vivir la experiencia de analizar estas obras en directo, cualquier fotografía desvirtúa sus cualidades, su perfección técnica y la riqueza de matices que poseen, pero, sobre todo, esa extraña sensación de encontramos ante un arte profundamente meditado. El carácter holístico que poseen las pinturas de Lisardo es fruto de la mesura, esa justa medida que responde al encuentro de lenguajes plásticos de apariencia dispar, a la dualidad entre lo racional y lo emocional, entre el sobrio rigor constructivo y la levedad atmosférica de las tramas inmersas en el blanco. Como afirma Arancha Osoro, directora de la galería: "Contemplar una exposición suya constituye una experiencia plástica diferente".

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