Los destruidos
José Carlos Agüero intenta reconstruir en "Persona", tesela a tesela, el mosaico del Perú atravesado por la sombra de Sendero Luminoso

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Hijo de dos militantes de Sendero Luminoso que fueron asesinados por las fuerzas de seguridad del Perú, la peripecia de José Carlos Agüero, nacido en Lima en 1975, se instala, en consecuencia, en uno de los momentos más dramáticos y complejos de la historia reciente de su país. "Persona", el libro que intenta reconstruir (la palabra es muy pertinente) las teselas de este mosaico de desgarro y violencia, se vive y se transita con asombro. Nos hallamos ante un libro de enorme impacto, tanto por la fuerza poética y filosófica del discurso que lo habita como por la forma tan original e inteligente que su estructura adopta.
"Persona" nos arroja a un conjunto de preguntas de una dificultad extrema, aunque de una urgencia inaplazable. Preguntas que, en puridad, no se pueden eludir. ¿Qué es un cuerpo? ¿A qué llamamos sujeto? ¿Cuál es la naturaleza de la maldad? ¿Es la derrota garantía ética de la razón de un proyecto político? ¿Por qué las revoluciones, nacidas como instancias celebrativas, desembocan en escenarios estériles? ¿Existe alguna forma de silencio (el responsable, el virtuoso, el avergonzado, el táctico, el impuesto) capaz de articular una posibilidad de futuro? ¿Es la vida, cualquier vida, garantía de existencia? ¿No sucederá, por el contrario, que una persona sólo se pertenece a sí misma a través de los ojos de un tercero, de la mirada posible que otro derrama sobre su trayectoria en el tiempo y en el espacio?
Para atender a estas preguntas, Agüero interroga no sólo la suerte de los padres masacrados, sino el destino de las víctimas del ideario de los padres asesinados. Su situación es de una delicadeza extrema, pues está obligado a caminar entre dos abismos: a un lado, la certeza de que sus progenitores fueron destruidos mediante el empleo de una crueldad orgánica, tratados a efectos prácticos como residuos, como desechos, como polvo y ceniza; al otro, la evidencia no menos punzante de que las ideas políticas de sus padres encarnaron en un generoso capital de dolor ajeno, un dolor ante el que las preguntas de partida revelan su envés ominoso. Así pues, víctimas victimarias; así pues, verdugos asesinados. Y en medio, entre ruinas de presidios, fotografías familiares, mapas íntimos y cuadernos escolares, el hijo que recoge los disjecta membra, las huellas recurrentes de una ferocidad estructural, basilar, que nunca cesa ni reposa.
Como Agüero escribe con estoica elegancia: "Los sujetos se diluyen por obra de una violencia que no es excepcional. El Orden incluye el holocausto como funcional, no como una singularidad. Los cuerpos no son el límite, el yo no es el punto donde apoyarse. Los sujetos son incertidumbre". "Persona" arranca de una constatación por momentos intolerable (que la mayoría de seres humanos no logra fundar una experiencia que pueda ser transmitida o heredada) y desemboca en una imagen pavorosa (que los muertos, los destruidos, jamás callan). Entre esa negación de partida y ese estruendo de cierre se nos concede un libro que conviene ser celebrado como un acontecimiento.

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Persona
José Carlos Agüero
Comisura, 192 páginas, 19 euros
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