La vida borrada

Blake Butler alumbra en "Alice Knott" una novela de alta exigencia, reñida con una visión consoladora de la literatura, entre ecos de Pynchon y Beckett

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Blake Butler se ha nutrido de dos fuentes primordiales en ese raro y desasosegante artefacto que es "Alice Knott". La primera, bastante obvia, emana del ímpetu de cierta ficción contemporánea norteamericana cuyos temas (la paranoia como trasunto de la culpabilidad, el misterio primordial del arte, la derogación de las categorías espaciales y temporales) organizan el material de la novela, su peripecia tangible. Ecos de obras capitales como son "La subasta del lote 49", de Thomas Pynchon, "La casa de hojas", de Mark Z. Danielewski, y "La amante de Wittgenstein", de David Markson, resuenan de forma notoria en cada página de "Alice Knott". La segunda influencia de la novela de Butler es más sutil, pero no menos poderosa, y cabe rastrearla en la trilogía de Samuel Beckett que conforman "Molloy", "Malone muere" y "El innombrable", la santísima trinidad del desgarro, textos empeñados en demoler la existencia del sentido y, en el límite, por extensión, cualquier búsqueda de una inteligibilidad en las superficies del mundo.

En una lectura a flor de piel, "Alice Knott" parece una novela que indaga a propósito de la destrucción de esas singularidades sin parangón que son las obras de arte, pero en su fondo más íntimo, por debajo de esta acción sin duda reconocible, lo que va aflorando es la demolición de algo mucho más común, pero no por ello menos valioso: la psique de la mujer que da nombre a la novela, y con la ruina de esa conciencia, la negación de toda posibilidad de construcción de un relato fiable de nuestra experiencia. Si los espacios que habitamos, las personas que nos rodean e incluso nuestros recuerdos se vuelven sospechosos, si incluso nuestro nombre o nuestro aspecto entran en contradicción con lo que durante años nos ha permitido habitar en el mundo, las coordenadas de la cordura se tambalean y el centro mismo de la existencia, esto es, la evidencia de constituir una identidad no intercambiable, colapsa en un juego de espejos.

Escribe Butler, en una página de abrumadora lucidez, que enfrenta a su protagonista al desastre de su propio yo: "Lo único que había mantenido unidas todas esas vidas antes de ahora, según entiende ella, era el autoengaño, una falsa premonición tan transmutable como cualquier cuadro tocado por las llamas o como cualquier recuerdo pasado y abandonado, y nada que hubiera en su interior pervivía con tanta fuerza como las preguntas cuya respuesta sólo podía esperar no llegar a saber nunca, para poder pasar todo el resto de su vida desconcertada, lo único que, a pesar del dolor, la mantenía con vida entre los escombros". Ese desconciertto de la protagonista, que durante buena parte de la novela es el mismo que padece el lector empeñado en dilucidar lo que se le está contando, invita a considerar "Alice Knott" una novela de alta exigencia, reñida con una visión ordenada, pragmática y consoladora de la literatura, confirmando al autor de "El atlas de ceniza" como uno de los escritores menos complacientes de la ficción posmoderna.

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Alice Knott

Blake Butler 

Traducción de Alberto Moyano Muñoz 

Piel de Zapa, 300 páginas, 20,90 euros

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