Banville le pisa el territorio a Black

El premio "Príncipe" de 2014 intersecta con su alter ego en "Los ahogados", la última entrega de la serie del patólogo Quirke

John Banville, en Madrid, en 2024.

John Banville, en Madrid, en 2024. / Efe

M. S. Suárez Lafuente

El novelista irlandés John Banville se está convirtiendo en un asiduo visitante de esta región. En 2014 recibió el premio "Príncipe de Asturias" de las Letras, diez años después volvió para celebrar, junto con Leonardo Padura, el encuentro de clubes de lectura que organiza la Fundación durante la semana de los premios, y el próximo 4 de julio estará en la Semana Negra de Gijón para presentar su última novela publicada como Benjamin Black, su alter ego literario cuando escribe narrativa policiaca.

"Los ahogados" es la octava novela de la serie del patólogo Quirke, que inició en 2006 con "El secreto de Christine". Todas las obras de Quirke, cuyo nombre propio se nos oculta, se desarrollan en el Dublín de la década de 1950, una época tintada de oscuridad y silencio, presidida por la tiranía de la iglesia y por complejos problemas políticos.

Quirke sigue fiel a su carácter huraño y esquivo, un forense "obsesionado con la muerte", irascible y bebedor compulsivo, y con una gran intuición para descubrir "los temores ocultos de los demás, sus secretos, sus pecados", por eso su amigo el viejo Inspector Hackett y el más joven Inspector St. John Strafford recurren a él una y otra vez para contarle las dudas que les suscitan sus casos.

"Los ahogados" es una novela menos negra que sus antecesoras, en la que no pesa tanto la sordidez que rodea a las muertes como el retrato psicológico de los personajes fundamentales en una trama que podemos considerar "cotidiana", que aquí abarca una muerte violenta, otra accidental, una muerte por vejez y un aborto espontáneo, causando, en todos los casos, lo que Quirke considera una "pena incurable" en su entorno.

La novela ya marca su diferencia desde el comienzo, con un lenguaje entre espectral y poético para personificar un coche de alta gama abandonado en medio de un campo solitario a la orilla de una playa salvaje. Bajo la luz tenue del ocaso el coche parece "un animal salvaje agazapado y presto a saltar (…) con las fauces desencajadas y bramando de furia", pues tiene la puerta del conductor abierta y el motor en marcha. De aquí parte la historia, entre tonos amenazantes, personajes solitarios, aun si están acompañados, y descripciones líricas del entorno natural irlandés.

Black, al igual que hace Banville en sus novelas, va desgranando adjetivos hasta construir retratos psicológicos y emocionales de los distintos personajes, de manera tal que, sin perder nunca de vista las amenazas que siempre se ciernen sobre las novelas policiacas, comprendemos las motivaciones de los perpetradores y hasta llegamos a simpatizar con alguno.

Y es que Quirke (y Banville y Black) son conscientes tanto de la teatralidad de la vida como de su brevedad, del paso fugaz y complejo de sentir que vivimos en un continuum histórico, imparable e inaprensible, en un presente que ni siquiera dura suficiente para existir como tal. Wymes, el personaje socialmente desterrado que funciona como testigo de los primeros capítulos, alienado de cualquier relación personal, percibe la cocina en que se reúnen quienes serán los principales actores del caso policial como un escenario en el que se desarrolla "una escena ensayada; todos estaban actuando, incluido él mismo".

"Los ahogados", título que hace referencia no solo a quienes mueren en el agua sino también a aquellos acogotados por las circunstancias, es una obra cuajada de personajes de pocas palabras y amplias motivaciones negativas, sorprendidos ante sus propias acciones, con grandes dudas sobre lo que debieran hacer o haber hecho, y, fundamentalmente, sorprendidos por la vida, pues no tuvieron tiempo, o no lo aprovecharon, para decidir su destino. Strafford lo expresa claramente de manera reiterada: "Qué extraño que solo se nos conceda una vida, un único tedioso destino".

Los personajes tienen dificultades para desplegar sus sentimientos, como denominar al amor "amor". Strafford, "educado para mantener a raya sus emociones", no sabe si el cosquilleo que siente cuando se acerca a Phoebe es amor, o lo es el interés que ella despierta en él, o si realmente quiere ser padre, o si aún ama a Mag. Quirke tampoco se enfrenta con claridad a sus afectos, pero siempre admite más o menos pasivamente a una mujer a su lado, nota en que termina esta novela.

Hay, sin embargo, escenas tiernas como la de Wymes cuando busca a su perro: "Que no se pierda –rezó, sorprendido de sí mismo–, por favor". De hecho, Wymes es el personaje más marginal, el que muestra más empatía por el niño muerto, por la mujer desaparecida y por la adolescente que puede descubrir un cadáver durante su paseo y sufrir un trauma.

Estamos, por tanto, ante una novela rica en matices, apta para todos los gustos. Es, sin duda, una novela policiaca, que es el motor que azuza nuestra curiosidad (¿quién es el asesino realmente? ¿cómo y cuándo y por qué?), pero es también una novela sin adjetivo, que nos invita a pensar sobre lo que experimentan los personajes y sobre lo que es nuestra vida encauzada en nuestro entorno.

Portada

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Los ahogados

Benjamin Black

Traducción de Antonia Martín

Alfaguara, 334 páginas, 21,90 euros

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