Eduardo Lago cartografía la isla de los naufragios

"La estela de Selkirk" es una exigente novela con varias capas de lectura desafiante que propone una esclarecedora aventura literaria

Ilustración de Pablo García.

Ilustración de Pablo García. / .

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Alexander Selkirk fue un pirata escocés que en el siglo XVIII publicó la crónica de los cuatro años que pasó como náufrago. Daniel Defoe se inspiró en su odisea para escribir "Robinson Crusoe". Eduardo Lago emprendió a partir de ese hecho real un viaje literario cristalizado en "La estela de Selkirk", un perfecto mecano literario que juega muy en serio a encajar piezas que se resisten a formar parte de categorías previsibles y confortables. Se trata de abrir en canal el cuerpo narrativo e ir extrayendo órganos que pongan a prueba los límites de la ficción y sus circunstancias. Un artilugio metaliterario que ya da pistas desde el título: seguimos una huella imborrable e invisible la vez. Selkirk se convierte en un icono de la cultura trascendente como torbellino de invenciones, mentiras reales, verdades alternativas. La certeza de la incertidumbre atrapada en un pozo sin fondo de estigmas y rebeliones. Lago tira del hilo más fino para tejer una madeja informativa que no deja de proporcionar datos, episodios, sugerencias. Todo es valioso en esa marea de restos que aportan todo tipo de documentación para crear la fantasmagoría (tan borgiana) de una genealogía literaria alternativa que no concuerda con la línea tradicional que nos han trazado. Espacios al margen donde germinan propuestas que no fueron pero que pudieron serlo. El vicio de rastrear la historia en estado condicional.

No hay una línea férrea narrativa, por tanto. Es un puzzle. De muchas caras. De muchas voces. El andamiaje con partes de ensayo permite a Lago convertir las páginas en una investigación de corte suprema con armas de crítica puramente literaria y rutas de ficción especulativa. El magma híbrido de la obra tira por la borda todo lo que pueda haber de previsible en sus planteamientos y se asoma al abismo de las memorias falsas. Escribiendo sobre Selkirk, el autor se describe. Y nos enrola.

Como era de esperar, Lago pone a prueba a los lectores. Los seduce desde la complejidad si alardes ni petulancias. Es su responsabilidad y nuestra obligación aceptar ese canje donde la afinidad se da por hecha y, como recompensa, se impone la necesidad de disfrutar del texto las veces que sean necesarias para no dejar nada por explorar. Las citas literarias son pistas, los documentos ficticios son señuelos, la intertextualidad se manifiesta como vía de comprensión de realidades turbadoras y esclarecedoras que dan al lector el papel de investigador con lupa que agranda hasta el menor detalle. Todo importa.

"La estela de Selkirk" es, no hay duda, un tablero donde se juega al ajedrez literario. Y también se encara al desafío de reflexionar sobre el oficio de la ficción y la construcción de un canon que aguante el paso del tiempo. Las preguntas se amontonan cuando se trata de dibujar un mapa sobre paisajes literarios donde puede existir talentos enterrados por activa o por pasiva. Y se antoja importante, en ese espacio injusto y sombrío, que emisores y receptores acudan al rescate de las voces cautivas del olvido. Lago juega sus cartas con maestría y coraje, ese coraje que se hace tan necesario en estos tiempos de clones, mansedumbres y peajes coordinados por los gurús de los mercados. Las huellas de Selkirk se convierten en símbolo de una voluntad creadora que renuncia a la simpleza y apuesta por una literatura que no se conforma con repetir fórmulas sino que indaga en las sombras y busca horizontes desconocidos. La palabra como puente hacia la libertad de pensamiento y obra. Lago propone una vía de (re)conocimiento que es, a la vez, una vida de resistencia. De rebelión sin reglas. La figura del marino escocés daría para una novela de aventuras, pero la aventura en el mundo de Lago es más intelectual que física: el misterio de la estela nos sobrecoge porque ahí está cuando alguien se desvanece, y eso aplicado a la construcción literaria se convierte en un viaje al fondo de la historia de las ficciones para hacer recuento de todo lo que ha sido exterminado de una u otra forma.

Lago pone en pie un archivo ficticio en el que cabe todo lo imaginable. E imaginado. Textos apócrifos o que nunca vieron la luz, manuscritos perdidos, retazos de novelas enterradas como tesoros sin dueño. Las posibilidades imposibles. Al lector solo le queda la opción de no creerse nada para creerlo todo. "La estela de Selkirk" impone su ley con elegancia, erudición y lucidez al margen de modas y modos de clave efímera. Frente al desamparo de la literatura reciclada y en perpetua podredumbre artística, Lago fija las bases para una revolución que priorice el descubrimiento de nuevas voces alejadas del estruendo embrutecedor. El autor de la inmensa "Llámame Brooklyn" no se conforma con observar el mundo: lo descifra, lo remueve y lo convierte en una inmensa biblioteca con vigas de laberinto.

"La estela de Selkirk" no surca una aventura exterior sino que rastrea un naufragio íntimo y sigue la estela de seres fragmentados que sobreviven sin asideros heroicos y vagan como almas en pena por su propia biografía dentro de un territorio donde locura, fe y redención trazan un paisaje que nos resulta muy familiar en los tiempos actuales, tan propicios para los naufragios provocados por el aislamiento de la incomunicación, las ruinas de la soledad emocional y las confusiones atrapadas en el estruendo moderno. ¿Qué ocurre cuando las certezas y convicciones hacen aguas? Selkirk es un personaje de extraordinaria vigencia que convoca al lector a una navegación intrépida por la imaginación, los sueños y la reescritura de su propia vida por distintos medios, es decir, un alegato a favor de la narración como lucha contra el olvido y defensa de la identidad en las arenas movedizas del tiempo y los fantasmas que lo habitan.

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La estela de Selkirk

Eduardo Lago

Galaxia Gutenberg, 328 páginas, 22 euros

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