El despertador de Javier Fernández Antuña sonó pronto el martes pasado, como todos los días, para llegar a tiempo a su clase de sexto de primaria en el colegio gijonés de La Asunción. Vive cerca y madruga lo justo, pero esa mañana ponerse en marcha le costó más de lo normal. Había llegado algo tarde a casa porque su padre, José Luis, le llevó a Oviedo para rescatar, un mes después, el mayor sueño de vida.

Jugador alevín -y prometedor- del Grupo Covadonga, Javier, 11 años, fue uno de los veinte recogepelotas que se pellizcaban para confirmar que sí, que aquello era real, y que a quien le ofrecían bolas y toallas y hasta les hablaban, eran Juan Carlos Ferrero o Nicolas Almagro, estrellas del tenis mundial que jugaban la primera ronda de la Copa Davis contra Kazajistán. El pasado lunes por la tarde, después del cole y los deberes, se reencontraron en el Club de Tenis de Oviedo. Hacía un mes de la eliminatoria pero a ninguno se le había ido el brillo de los ojos.

Los tres días de tenis intenso en el Palacio de los Deportes fueron la guinda a dos semanas de preparación. Pero el último día, el domingo 5 de febrero, con todo el pescado vendido, con España ya ganadora y partidos de trámite, a Javier Fernández Antuña, el más pequeño del grupo, le esperaba un mal paso.

Se quebró el cúbito y el radio en una caída tonta, un tropezón en la escalera de una de las tribunas. Amulancia y al hospital. Aún le quedan tres semanas de escayola, pero el lunes, en la reunión con sus compañeros de aventura, le esperaba una gran sorpresa. Juan Carlos Ferrero, el héroe de la eliminatoria, el que encarriló el marcador con un partido agónico a cinco sets contra el batallador Kukushkin, le había enviado una camiseta firmada. «Recupérate pronto, un abrazo», decía la dedicatoria. También hay una carta del tenista, que quiso,el mismo domingo acercarse hasta Gijón a visitar al chaval. Lo impidió la apretadísima agenda de la Federación, con los jugadores ya con un pie en el avión de vuelta a casa.

El regalo le compensa a Javier la escayola y el frenazo a su temporada de tenis. «Me pierdo el torneo Nike de Valencia y todavía no he podido jugar esta temporada», dice, tímido, un niño con mala suerte aquella tarde pero radiante de felicidad un mes después. Tendrá tiempo para recuperar la raqueta y viajar a otro campeonato de España como el del pasado verano en Murcia. «Jugué dobles con Pelayo Antuña y perdimos en cuartos de final».

Además de la fractura, la Copa Davis le ha dejado recuerdos imborrables, como los guiños que le hacía el capitán español, Álex Corretja para que no le entorpeciese el campo visual. A todos les marcó la experiencia. También a la abanderada de España, Elena Díaz de Miranda, ovetense de 17 años. No se olvidó de ella la Federación y tuvo una sudadera del equipo. Colabora con los monitores de la escuela del Club de Tenis de Oviedo y, de entrada, Juan Carlos Ferrero le impresionó. «Hablaban con nostros con mucha normalidad y el primer día me djo que llevase la bandera bien alta». Después, generosa, cambió papeles con Eugenia Rodríguez Vega, encargada de Kazajistán.

Los veinte se van con un puñado de pequeñas grandes historias, como las que podrá contar la moscona Candela Fernández, 12 años, estudiante del instituto César Rodríguez de Grado, a la que el árbitro reclamó atención para recoger una bola huérfana en medio de la pista.

Nada importante, porque la Federación Internacional califcó a los recogepelotas con la máxima nota. «Estuvieron perfectos», dice Nervino Barbón, que los preparó durante dos semanas, templó sus nervios y lidió unas cuantas horas al día con dos decenas de muchachos. En la merienda del reencuentro rescataron anécdotas y aventuras, divertidas y rebosantes de ilusión. Las contaban con ogrullo Pablo, Javi, Antonio, Quique, Esteban, Fernando....