Las Vegas (Corvera),

Marta BERNARDO

Los «Alcuentros de Deportes d'Aventura» que organiza el Grupo de espeleología «Diañu Burlón», concentraron en su séptima edición cuatro modalidades muy diferentes: un expedición sobre el hielo, un ascenso al Muztagh-Ata himalayo, espeleología en los Picos de Europa y el buceo en busca de barcos hundidos. Numeroso público siguió en el centro social de Las Vegas el ciclo de charlas que puso de manifiesto la riqueza de Asturias para la práctica de deportes de aventura y la inquietud de los grupos existentes en la región por realizar actividades.

Abrió las conferencias Manuel Taibo, del GMEA, con la charla «Travesía de la banquisa del Báltico». El avilesino fue el primer expedicionario en la historia que cruzó en solitario el helado mar Báltico, de Suecia a Finlandia, en la segunda expedición en que se conseguía, en marzo de 2010. Más de cien kilómetros en los que estableció tres campamentos: «Fue una experiencia maravillosa, los paisajes son espectaculares», recordó. Tardó dos años en prepararla: «Tuvimos que estudiar cartas marinas, que como montañeros no entendíamos; los informes de la Marina de la zona; las fotos por satelite, para poder decidir la ruta», explicó. En 2009, Taibo lo intentó por primera vez, con un compañero que tuvo problemas de congelación y decidieron retirarse. En 2010 lo conseguiría: «Yo no lo vi, pero de España me llegaban informaciones de que el hielo se estaba resquebrajando por detrás de mí. Si me llega a pillar no sé que hubiese pasado», comenta.

Y de un reto conseguido a uno que no se pudo realizar. Taibo dio paso a sus compañeros del GMEA Carlos Fernández y José Manuel Rodíguez, «Chini», que intentaron hacer cumbre, el pasado agosto, en el Muztagh-Ata, conocido como «El padre de las montañas de hielo», con una altura de 7.546 metros. «Estuvimos esperando en el campo base cinco días y como seguía nevando decidimos subir igual. En el campo 2 no pudimos continuar», explicó Fernández. Saben que fue una buena decisión: había varias expediciones de diferentes puntos del planeta y en esos días murieron dos montañeros de nacionalidades alemana y polaca. «Para mí es más riesgo coger el coche todos los días, porque somos conscientes del peligro de la montaña», afirma.

Los dos asturianos compartieron expedición con dos gallegos, Amancio y Pousa. «Ellos desde Galicia tuvieron más apoyos económicos de entidades públicas y privadas. A nosotros sólo nos ayudó Embutidos Vallina», comenta el montañero.

Tampoco reciben muchas ayudas los grupos de espeleología asturianos. Cantia Gutiérrez, del grupo Cuasacas, expuso los progresos del «Comando Dubidú», la unión de su grupo y Diañu Burlón, en la charla «Las entrañas de los Picos de Europa». José Ferreros, componente de Diañu Burlón, explica que en Asturias se cuenta con un diamante en bruto, que atrae expediciones extranjeras: «Un noventa por ciento de la actividad que realizan los grupos asturianos es de exploración. Hacemos fotografía y topografía de las cuevas y descubrimos nuevos recorridos», comenta el espeleólogo.

Uno de los últimos trabajos del «comando» es la continuación de la exploración del «Frieru los Vahos», una cueva de la que ya se han descubierto 3.000 metros de desarrollo (recorrido) y forma parte por tanto de las llamadas «grandes cuevas». «Es una satisfacción enorme el saber que estás en un lugar por el que no ha pasado nadie. La espeleología requiere gente comprometida, pero tiene grandes recompensas personales», afirma Ferreros.

El ciclo de charlas lo completó el buceador vasco Joseba Alberdi, con la ponencia «Pecios del Cantábrico». Junto a sus compañeros, realiza inmersiones en busca de barcos hundidos frente a la costa norte del páis y presentó siete de sus hallazgos, dos de ellos frente a la costa asturiana, el «Luchana» y el «Neretva». El primero de ellos, con 144 metros de eslora, se hundió en 1986, 44 años después de su primer viaje y ahora se encuentra a 105 metros de profundidad frente a San Estaban de Pravia; el segundo, con 106 metros de eslora, se hundió en 1992 frente a Ribadesella y está a 55 metros de profundidad. «Es una forma de rescatar la historia de los barcos, redescubrirlos. Es muy emocionante», afirma Alberdi.