Nigel Stepney y Mike Coughlan no son pilotos y por eso su protagonismo rechina. En realidad, son dos ingenieros desleales que han comprometido el nombre de Ferrari y McLaren con sus historias de celos y ambiciones personales. Su caso empieza a aburrir, sobre todo, porque después de semanas de polémica McLaren ha sido absuelta por falta de pruebas, ante la acusación de haber utilizado para su beneficio información confidencial del equipo italiano. El caso camina hacia el Tribunal de Apelación de la FIA, adonde lo ha mandado precisamente su presidente, Max Mosley, a su vez responsable del Consejo Mundial, quien votó por unanimidad la inocencia de McLaren. Y Mosley lo hace a petición de Pier Luigi Macaluso, presidente de la Federación Italiana, también miembro del Consejo Mundial y, por lo tanto, uno de los que votaron en el sentido de la no culpabilidad de McLaren. Por todo este galimatías, que resume la complejidad y la arbitrariedad que, en ocasiones, aplica la FIA, la mejor noticia para la Fórmula 1 es el regreso de los monoplazas al asfalto.

Entre disputas que se dirimen paralelamente en la justicia ordinaria, un Mundial al rojo vivo reclama la atención desde Hungaroring. Fernando Alonso volteó en Nürburgring la cómoda balsa en que viajaba Lewis Hamilton y convirtió el campeonato en una lucha sin cuartel a la que todavía le restan siete batallas de alto voltaje. Además, la competición llega a Hungría, un trazado técnico con buenos recuerdos para el piloto asturiano. El bicampeón del Mundo dibujó allá por el año 2003 el boceto de lo que iba a ser su posterior carrera en el Gran Circo, cuando ganó su primer Gran Premio con una autoridad insultante.

El campeonato se ha apretado tanto que una victoria del asturiano le daría automáticamente el liderato. Las esperanzas del piloto asturiano han renacido, dentro del ambiguo ambiente que encuentra en el equipo, demasiado volcado en ocasiones del lado de Lewis Hamilton, a pesar de que Alonso ha demostrado que es el más rápido de la escudería.

En las cercanías de Budapest tendrá otra ocasión para demostrar quién manda en el Mundial. El circuito de Hungaroring es de gran exigencia. «El único que no sufre aquí es el que gana», se ha dicho en alguna ocasión. El trazado húngaro es el segundo más lento del campeonato, después del de Mónaco. Sólo le faltan las casas para parecerse al revirado circuito monegasco. La media de velocidad en una vuelta estándar no supera los 200 kilómetros por hora y esa sucesión de giros lentos hace que el buen rendimiento en el paso por curva se convierta en fundamental. Ahí tiene ventaja a priori McLaren. Su menor distancia entre ejes es más apropiada en este tipo de circuito, frente a los monoplazas de Ferrari, inclinados por un diseño de batalla larga.

Por la similitud con Mónaco y por el buen rendimiento del coche en las últimas jornadas de pruebas, McLaren espera que este Gran Premio se decante de su lado, dibujándose a priori una bonita lucha entre sus dos pilotos, Fernando Alonso y Lewis Hamilton.