Preciado había pedido 18.000 espectadores en El Molinón y tuvo 18.500; e incluso parecieron más. Tanto peor para él, porque más de los habituales pudieron tomar nota directamente de lo mal que juega en casa el equipo que entrena.

El fracaso del Sporting ante el Castellón fue rotundo. Mayor si cabe de lo que es habitual en la trayectoria casera de los rojiblancos, ya de por sí penosa. Lo habitual es que el Sporting regale el primer tiempo e intente reaccionar en el segundo. Esta vez, ni eso. Las estadísticas fueron peores que nunca: un tiro entre los tres palos en la primera parte y ninguno en la segunda, cuando, arropado por su público -¡y por cuánto!- hasta el equipo más endeble es capaz de encerrar al rival en su área. Por ser incapaz el Sporting, lo fue de provocar saques de esquina, que son un índice de la capacidad de empujar, que es un sucedáneo de jugar bien.

Es cierto que el de ayer era, en cierto modo, un Sporting en precario. Al interpretar las buenas sensaciones que el equipo transmitía a comienzos de temporada, siempre surgía la cautela de vincularlas a que las lesiones no obligaran a tirar de plantilla, porque ésta parecía corta y sin relevos de garantía para varios puestos. Preciado aprendió de lo ocurrido la temporada pasada y, renunciando a las rotaciones, definió pronto el equipo ideal. En realidad, era el que había. Y muchos se preguntaron qué pasaría cuando llegaran las bajas.

Partidos como el de ayer dan la respuesta. Sin laterales como Sastre y Canella, de largo recorrido y solvencia técnica, no hay quien suba el balón por la banda. La falta de Míchel, o la de su eventual sustituto o complemento, De Lucas, se nota siempre porque no hay un sustituto a su altura. La prueba de Iván Hernández no pudo ser ayer más decepcionante. Ni entró en el ritmo del partido ni pasó con acierto. Estamos hablando de los partidos de casa, que obligan a jugar de manera diferente y mejor, porque hoy los equipos visitantes, si están bien trabajados, son capaces de superar el factor campo con organización y mentalización. El Molinón, al margen del número de espectadores que acoja, lo conoce sobradamente.

También sabe que, aun contando con sus mejores efectivos, este Sporting se atasca frente a los rivales que le pueblan el centro del campo y no le ceden terreno, que suelen ser todos. El Sporting no hace circular el balón, no combina. Y no lo hace porque no ocupa bien el terreno. Con los jugadores mal escalonados, tiende a fraccionarse en dos partes desiguales, dos bloques alejados entre sí que se comunican con dificultad. Y entonces recurre al pase largo como presunto remedio. Solo presunto, porque para sorprender a un rival bien situado con balones largos y frontales hacen falta, como mínimo, dos cosas: grandísimos pasadores y delanteros con tanta movilidad como habilidad.

Por eso el problema del Sporting no es de delanteros, o no sólo de delanteros. Bilic, uno de los dos fichajes de invierno, tuvo un muy prometedor comienzo de partido. Acudió a todos los balonazos que le largaron y los ganó casi todos, como él y Miguel hacían en la época de Marcelino. Pero entonces los dos puntas, si lograban aguantar el balón, tenían en seguida a muchos compañeros para seguir la jugada. Y eso no ocurre ahora en el mejor de los casos. En el peor, el del segundo tiempo de ayer, por ejemplo, hasta un peleón como Bilic desaparece. Los intentos de Jony López -o de Jorge que tiene más pegada- de salvar por arriba la barrera castellonense para hacer llegar el balón cuarenta o cincuenta metros más allá a unos delanteros estrechamente marcados resultaban patéticos.

Una salida a ese fútbol elemental es que funcionen piezas clave, como un jugador de banda u otro entre líneas. Pero Diego Castro se emborrachó de regates sin destino y Omar no encontró nunca el sitio. Cuando, tras el descanso, salió a ocuparlo quien es su dueño natural, el ayer reaparecido Kike Mateo, se vio que está lejos de su plenitud.

El Castellón supo provocar el fracaso del Sporting y, a medida que lo conseguía, se fue creciendo hasta hacerse con el partido. Lo ganó tras dos saques de esquina, aunque no en la primera jugada, sino tras algún rebote, para que se cumpliera otro sino del Sporting, que es su ineficacia en las jugadas de estrategia. Y pudo rematarlo de forma espectacular si Tabares, tan eficaz fuera del área como desacertado en la finalización, hubiera estado más inspirado. Los castellonenses cerraron bien las bandas, con los laterales siempre muy apoyados, tuvieron dos centrales sobrios y serios, un medio campo trabajador y con criterio, con Rosas que empezó atrás y luego adelantó su posición para hacer más daño, y bien que lo hizo, y exteriores de mucho recorrido, como Araba. Demasiado para un Sporting tan limitado.

El domingo finaliza la primera vuelta. El Sporting llega en una situación contradictoria. Por una parte, se mantiene en los puestos de ascenso. Por otra, recuerda cada vez más al de la pasada temporada en su incapacidad para sacar adelante los partidos de casa, que son los que cimientan las buenas clasificaciones. Si no mejora en este último aspecto, no tendrá nada que hacer. Y en El Molinón no habrá tantos espectadores como ayer para comprobarlo en vivo.