Gijón, Mario D. BRAÑA

No hizo falta que nadie robase la ilusión al público de El Molinón. Un Sporting menor, insignificante, se encargó de echar agua sobre la caldera que había encendido Matabuena una semana antes. Sin meterse presión, saliendo a jugar un simple partido de fútbol, el Castellón ganó hasta con holgura. El bajonazo rojiblanco arruinó el regreso de Bilic, que a estas alturas andará con tortícolis por la cantidad de balonazos que tuvo que disputar con los defensas castellonenses. Sin Míchel por causa de fuerza mayor y otros por decisión técnica, el Sporting no tuvo ni un gramo de fútbol. Y claro, aunque esto es la Segunda, a veces gana el mejor. En este caso, el Castellón. Y Bilic, con dolor de cabeza.

El Molinón vibró cinco minutos, más o menos lo que duró el «efecto Bilic». El croata no tardó en demostrar que es el de siempre, con las mismas virtudes y los mismos defectos de su anterior etapa. El que estuvo irreconocible fue el Sporting, el peor de la temporada en casa. Por eso, en cuanto pasó el arreón inicial, con simulación de penalti «made in Bilic» incluida, se impuso el fútbol. Mal asunto para el Sporting, que ayer no estaba preparado para discutir en ese terreno con casi nadie. Incluido el Castellón, que tenía algún jugador capaz de hacer un fútbol como Dios manda.

Con un tándem Matabuena-Iván Hernández es muy difícil hacer un equipo dominador. Las dificultades de Iván para mover el balón desde la defensa, con visión panorámica, se disparan más adelante, donde cada centímetro de terreno sale muy caro. Para no comprometer a los dos mediocentros, el Sporting llevó al límite el juego de pase largo que lo distingue esta temporada. El problema es que, mientras Gerard reposaba en el banquillo, Joni López y Jorge se comían el marrón. Balones imposibles incluso para Bilic, siempre dispuesto para la batalla.

Mientras el Sporting se esmeraba en un inútil pimpampum, el Castellón iba creciendo en torno a Mario Rosas, el único centrocampista capaz de tratar el balón como a un amigo. Con la ayuda de sus compañeros de banda, el partido se fue inclinando del lado visitante, hasta que llegó el gol que reflejaba la realidad del partido. Fue, además, un golazo, tan grande que sorprendió a partes iguales a su autor, Arana, y a Roberto, que se quedó petrificado. Lo que faltaba para que la euforia inicial se evaporase.

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